sábado, 12 de abril de 2014



  13 abril 2014 – Domingo Ramos A – San Pío de Pietrelcina – Resonancias de la Palabra

Contemplaba a Cristo crucificado
El padre Rafael, que fue Superior del padre Pío, cuenta lo que le escuchó confidencialmente: “Estaba en el coro, dando gracias después de la misa, y allí en un momento de sopor y de profunda contemplación sobre Cristo crucificado, recibí las llagas en las manos, y en los pies. Del crucifijo, que estaba en el coro, transformado en un misterioso personaje cubierto de sangre, partían haces de luz con flechas y llamas que llegaron a herirme las manos y los pies, porque el costado lo tenía ya llagado desde el 5 de agosto de este mismo año”.

Perfume de rosas y violetas
Emanuele Brunatto fue uno de los grandes convertidos del padre Pío. Había sido buzo en América, sastre de señoras en Milán, jockey en Bolonia, comerciante en Palermo y empresario de una famosa cantante de cabaret en Nápoles. Él cuenta así su conversión: “El fraile (padre Pío) me miró con desdén como si viera venir al diablo. Pensé: ¿éste es el santo? ¿Por qué me mira con tanto odio? Yo estaba furioso. El capuchino parecía no ocuparse de mí. Huí como un loco de la sacristía y comencé a sollozar como niño herido, repitiendo constantemente: Dios mío, Señor mío. Cuando volví a la sacristía, el padre Pío me esperaba solo. Su rostro, tenía una belleza celestial, irradiaba una alegría indescriptible. Sin palabras, me hizo señas de arrodillarme. Los recuerdos del pasado me vinieron como aguas de un torrente en crecida. ¡Cuántos errores cometidos desde mi adolescencia! Le dije:
 No terminaré jamás de confesarme tantos pecados. El padre me dijo:
  Te has confesado durante la guerra y el Señor te ha perdonado.
Cuando llegó el momento de la absolución, el padre Pío debió comenzar varias veces, como si luchase con un adversario invisible. Las palabras sacramentales chocaban como flechas lanzadas sobre mi cabeza, mientras de su boca salía un perfume de rosas y violetas que me inundaba el rostro. Al momento de dejar el convento, le pedí bendecir al único objeto decente que encontré en mis bolsillos, un par de guantes blancos, último residuo de mis actuaciones teatrales. Tuvo un pequeño movimiento de sorpresa, pero me sonrió y lo bendijo. Desde aquel día hasta que los perdí, estos guantes emanaron de vez en cuando el perfume que había sentido durante la confesión”.
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Niño con encefalitis sanó milagrosamente
El padre Rafael, que fue su Prior de 1933 a 1940, dice: El 10 de junio de 1940 llegó al convento una señora con un hijo de seis años enfermo de encefalitis. Al día siguiente escuchó la misa del padre Pío. Después de la misa, al verlo pasar para ir a confesar, le presentó a su hijo en brazos toda llorosa y desconsolada. El padre Pío la miró con compasión, le hizo una señal de bendición y entró en el confesonario. La pobre madre, un poco decepcionada pero con fe, se quedó en la iglesia a rezar hasta que el padre terminó de confesar. Después se retiró ella al albergue donde acostó al niño, que al momento se quedó dormido. Hacia las 5:30 p.m. el niño se despertó y se levantó solo totalmente curado. A la mañana siguiente, la madre le agradeció al padre Pío, que le respondió: “Agradéceselo a la Virgen que te ha dado esta gracia”. En ese momento estaba presente el doctor Filippo De Capua, pediatra de Foggia, que vio al niño antes y después de la curación.

”¡Me ha dicho todo!”
Un día un hombre salió de la iglesia, después de haberse confesado con el P. Pío, y se puso a gritar, loco de alegría, a todas las personas que se le acercaban: "Hacía 35 años que no entraba en una iglesia. Sí, 35 años que no quería saber nada ni de Dios ni de la Virgen ni de los santos. ¡Llevaba una vida de infierno! Un día una persona me dijo: ¡Vaya a San Giovanni Rotondo y verá! Solté la carcajada y contesté: “Si usted cree que ese cura me va a convencer, está muy equivocada”. Pero esta idea no me dejó en paz. Era como una perforadora que escarbaba dentro de mí. Finalmente, no pudiendo más, me dije: “¿Por qué no ir? Así acabaré con esta obsesión”. Llegué anoche. No había lugar para uno como yo, acostumbrado a las comodidades. Pasé la noche pensando en mis pecados y sudando abundantemente. A las dos de la madrugada, se oyen varios despertadores.

Me levanté con todos los demás; pero blasfemando contra todos. No obstante, me dirigí a la iglesia. No entendía lo que me pasaba por dentro. Esperé como los demás y entré como los demás. Asistí a la Misa del P. Pío. ¡Qué Misa! Me mordía los labios, me defendía... pero no tenía nada que hacer, comenzaba a perder terreno. La cabeza me estaba explotando. Después de la Misa seguí a los hombres que iban a la sacristía como un autómata. Al entrar, el P. Pío vino a mi encuentro y me dijo: “¿No sientes en la cabeza la mano de Dios?” Yo contesté: “Confiéseme, padre”. Apenas me había arrodillado, sentí la cabeza vacía como una olla. Me era imposible recordar mis pecados. El padre esperó un poco y luego me dijo: “Ánimo, hijo, ¿no me dijiste todo durante la Misa? ¡Ánimo!” ¡Y me dijo todos mis pecados! Yo le contestaba solamente “Sí”. ¡Ahora me siento limpio como un niño! ¡Ahora me siento feliz!"

“El padre Pío es un santo”.
Declara el padre Alessio Parente: Un día una señora me dijo: “El padre Pío es un santo”. Y me contó que su única hija había tenido una hemorragia interna y, a pesar de los esfuerzos de los doctores, no pudieron hacer nada para salvarla. Decía: “Yo lloraba e invocaba constantemente al padre Pío”. De pronto, lo he visto a mi costado. Me ha puesto una mano sobre mi espalda y me ha dicho: “No te preocupes, yo seré el doctor de tu hija”. Después desapareció. En ese momento, mi hija se agitó en la cama y yo pensé que era el fin. Llamé al doctor y pudo constatar que la hemorragia había cesado. La misma mañana le dieron de alta en el hospital.

“Tú estás mucho más grave”
Cierto día, un comerciante de la ciudad de Pisa llega a San Giovanni Rotondo a pedir al P. Pío la sanación de una hija que estaba muy enferma. Cuando estuvo frente al padre, éste lo miró y le dijo: "Tú estás mucho más enfermo que tu hija. Yo te veo muerto".
¿Qué dice, Padre? ¡Yo estoy muy bien! ¡Miserable! -Le grita el P. Pío-. ¡Infeliz! ¿Cómo puedes estar bien con tantos pecados en la conciencia? ¡Estoy viendo por lo menos treinta y dos!
El hombre se sorprendió mucho, y terminó arrodillándose para confesarse.
Terminada la confesión, el comerciante de Pisa decía a todos: "¡El sabía todo y me ha dicho todo!"

Un ateo simulando fe se acercó al santo
En una ocasión un hombre, relacionado con una organización criminal, había decidido matar a su esposa. Para hacer creer que se trataba de un suicidio, pensó acompañarla a San Giovanni Rotondo, simulando amor y fe. Era un ateo, que no creía ni en Dios ni en el diablo. Aprovechando el viaje, entró en la sacristía donde confesaba el P. Pío para ver este "típico fenómeno de histerismo". Apenas el P. Pío lo ve, se le acerca, lo aferra del brazo y le grita: “¡Fuera, fuera, fuera! ¿No sabes que te está prohibido mancharte las manos de sangre? ¡Vete!”

Todos los presentes quedaron aturdidos. Enloquecido, el pobre infeliz huyó, como si le hubiera caído fuego encima. ¿Qué pasó en la noche? Sólo Dios lo sabe y el P. Pío. La mañana siguiente el hombre estaba a los pies del P. Pío, que lo recibió con amor, lo confesó, le dio la absolución y luego lo abrazó tiernamente. Antes de que se retirara, le dijo: "Tú siempre has deseado tener hijos, ¿no es verdad?” El hombre lo miró sorprendido, y luego contestó: "Sí, y mucho"
"Bien, ahora no ofendas más al Señor y tendrás un hijo". Un año después, retornaron los dos esposos para que les bautizara al hijo.

Especialista en grandes pecadores
Lo excepcional de los estigmas del padre Pío servía siempre para atraer desde lejos a los grandes pecadores. Sus respuestas, sencillas y profundas a la vez, terminaban con las grandes objeciones que atormentaban toda una vida.  Padre, ¡Yo no creo en Dios! Le dijo un día uno de esos grandes ateos. Hijo mío, ¡pero Dios sí cree en ti! Contestó el P. Pío, y bien pronto, el ateo terminó arrodillándose para confesar sus pecados. Padre, le dijo otro, ¡he pecado demasiado, no tengo más la esperanza de ser perdonado! Hijo mío, Dios perdona sin cansarse a las almas más obstinadas: ¡le costaste demasiado para que te abandone!

domingo, 6 de abril de 2014



6 abril 2014 – Cuaresma 5º A – Resurrección y vida – Resonancias de la Palabra

Madre de cinco niños
Es muy aleccionadora la anécdota que le ocurrió al padre Larrañaga: En una ciudad de México me pidieron que fuera al hospital a visitar a una mujer de 35 años, madre de cinco niños entre dos y doce años, que por una intervención quirúrgica mal hecha estaba agonizando y estaba en coma. Fui a su habitación en la clínica. La joven madre tenía todos los síntomas del estado de coma: inmovilidad absoluta, no oía ni miraba, respiración dificultosa con aparatos especiales. Al lado, el marido lloraba. En medio de una pena difícil de medir, comencé a improvisar en voz alta, con fervor, una oración de abandono, expresándome con toda el alma, poniéndome en el lugar de la agonizante.

Al terminar la oración, la joven madre no dio la más pequeña señal de reacción. Efectivamente, estaba en coma profundo. Al mes y medio, estando yo en otra ciudad, me comunicaron que la señora estaba en casa con sus cinco hijos completamente restablecida y feliz. Manifesté mi deseo de saber qué había pasado y la señora me hizo llegar las siguientes informaciones: Ella había oído todo cuanto había dicho. Y había asumido con emoción y fervor la actitud de abandono que le dio una completa tranquilidad y paz. Como consecuencia de tanta paz, según los médicos, pudo comenzar un ascenso en el proceso de su restablecimiento hasta llegar a sanarse completamente.

Vida después de la vida
En la revista italiana Luce e ombra se refería el testimonio de un oficial norteamericano, que incluso dio su testimonio en televisión italiana, el 1 de marzo de 1982, en el programa Italia Sera. He aquí el testimonio: El 20 de mayo de 1969 tomé parte en un combate en Vietnam. Durante la batalla, los proyectiles volaban por todas partes. Fui herido gravemente y perdí, como pueden ver, las dos piernas y un brazo. Me di cuenta de que me moría, pues estaba perdiendo mucha sangre. Salí de mi cuerpo y vi a los compañeros de mi batallón, que también habían muerto antes que yo. Todos estaban inmersos en una luz y se comunicaban entre ellos como leyendo el pensamiento. Después vino el helicóptero y me llevaron al hospital. Vi que me cubrían el rostro con una sábana como se hace siempre con los muertos. No sentía nada, pero creía que estaba muerto. También los médicos creían que estaba muerto e iban a comenzar a embalsamarme, cuando uno de ellos levantó la sábana y me hizo llevar de inmediato a la sala de operaciones. Recuerdo haber querido detener al doctor, pues no quería que me operase. Me desperté diez días después de haber sido herido. He estado en coma diez días y, durante todo ese tiempo, me comunicaba con mis compañeros muertos y tenía una sensación de bienestar, no queriendo regresar a la vida. Cuando me desperté, conté a los doctores muchos detalles de lo que había sucedido en la sala de operaciones. Ellos quedaron asombrados. Pero lo importante es que hoy, a doce años de distancia, por efecto de esta experiencia, creo en la existencia del más allá y creo sin duda que existe Dios.

“Tu trabajo no ha terminado”
La doctora Elisabeth Kübler- Ross es famosa en el mundo entero por sus estudios sobre enfermos terminales. Sus libros han sido traducidos a más de 25 idiomas y se han vendido millones de ejemplares. Ella, con su seriedad científica, cuenta el siguiente suceso, que a ella misma le ocurrió.

Después de diez meses de que la señora Schwarz muriera y fuera enterrada, yo tenía problemas y quería dejar de dar mis seminarios sobre la muerte y los moribundos. Yo quería continuar, pero no podía en aquellas condiciones... Un día, estaba yo esperando el ascensor, cuando ella apareció frente a mí. Yo la conocía muy bien y sabía que había muerto. Ella era muy transparente, pero no tan transparente que se pudiera ver a través de ella. Ella me dijo: “Doctora Ross, ¿le importa si vamos a su oficina? Sólo será un par de minutos”. Ella conocía mi nombre y sabía dónde estaba mi oficina... Yo soy siquiatra y trabajo con esquizofrénicos todo el tiempo. Y yo me decía: “Elisabeth, tú ves a esta mujer, pero eso no puede ser. Tú estas cansada y necesitas vacaciones, estás viendo visiones”. La toqué para ver si era real. Yo era, a la vez, siquiatra y paciente. Me cuestionaba a mí misma.

Cuando llegamos a mi oficina, ella abrió la puerta con increíble amabilidad y ternura, y me dijo: “Doctora Ross, yo tenía que regresar por dos razones: una para agradecerte a ti y al ministro por todo lo que hicieron por mí. Pero la otra razón es para decirte que tú no puedes dejar tu trabajo sobre la muerte y los moribundos. Todavía no”.

Yo esperaba que desapareciera, pero no lo hacía. Ella insistía: “Tu trabajo no ha terminado. ¿Me prometes continuar?”. Entonces, yo le di un papel y un lápiz para que le escribiera al reverendo Gaines para agradecerle, pues estaba en Urbana. Y ella, con la más amable sonrisa y conociendo todos los pensamientos que yo tenía, tomó el papel y escribió una nota. Me dijo: “¿Estás satisfecha?”. Después se levantó, repitiendo: “Doctora Ross, me lo has prometido”. Y en el momento en que yo le dije: “Te lo prometo”, desapareció. Todavía tengo la nota que escribió.

“Dios tiene un plan para mí”
Antonio trabajaba en tareas de rescate en toda clase de emergencias. Una vez se contagió de sida a sus 36 años por haberse hincado accidentalmente con una aguja durante la tarea de resucitación de una víctima. Y decidió suicidarse. Dice:

Yo tomé muchas píldoras y me llevaron al hospital. Allí vi que mi cuerpo flotaba en una oscuridad. No podía ver nada, no podía moverme ni hacer nada por mí mismo. Era terrible. Oía sonidos horrorosos en mis oídos. Yo pensé: “Estoy en el infierno y no puedo salir. Estoy atrapado”. Entonces, oí una voz y supe que era Dios. Era una voz tranquila y calmada, que me dijo: “Si esto es lo que tú quieres hacer, aquí es donde vas a venir”. Yo pensé: “Es demasiado tarde, ya estoy muerto”. De pronto, todo desapareció y estaba de nuevo en mi cuerpo. Fue como si me hubieran vuelto de nuevo las ganas de vivir. Es como si Dios me hubiera dicho: “Si quieres suicidarte, irás al infierno”. Ahora sé que Dios tiene un plan para mí, que es ayudar a otra gente con sida

“¿Qué hice por los demás?”
Olga Bejarano tuvo en 1987 un paro cardíaco por asfixia y se le paralizó la glotis. Estuvo en coma profundo y clínicamente muerta. Entonces, tenía 23 años. Actualmente, no ve, no habla y no se mueve ni puede comer, pero se siente feliz. Vive gracias a un respirador artificial, pero siente, piensa y tiene una afabilidad extraordinaria. Ella cuenta el cambio extraordinario de vida después de sentir la presencia amorosa de la luz en su experiencia cercana a la muerte. Dice:

Esta experiencia transformó mi vida, dándole un giro de 180 grados. Le daba gracias a Dios por lo que me había sucedido y por darme una segunda oportunidad de ser mejor... Si hubiese muerto y no hubiese regresado, no tendría nada de qué sentirme orgullosa. Mi vida hasta entonces, había estado centrada fundamentalmente en vivir para tener y no para ser. Desde que nacemos, nos educan para ir al colegio y estudiar mucho con el fin de obtener un buen trabajo y mucho dinero para hacer muchas cosas. Pero ante la muerte, lo material de nada sirve. Sólo éstas son las preguntas importantes: ¿Qué he hecho yo en la vida por los demás? ¿Qué dejo de positivo en la vida? En este mundo todos tenemos una misión y yo todavía no la había cumplido. Afortunadamente estaba con los ojos abiertos a un nuevo modo de vida en el que cambié el tener por el ser.

Todavía estás a tiempo
Carolina era una mujer alta y atractiva de cuarenta y tantos años. Tenía la sonrisa más espontánea que yo he conocido. Estar a su lado era una experiencia extraordinaria. Ella era cordial y entrañable con todo el mundo: con el recepcionista, el camarero... Una noche, durante una cena con ella, me relató su historia. Seis años antes se había descubierto un bulto en el pecho. Cuando se lo extirparon, el médico le dijo que tenía un aspecto extraño, pero que hasta tres días después no le podría decir si era canceroso y se había extendido. Ella me dijo: “Creí que era el fin para mí. Toda mi infelicidad salió a flote. Aquellos tres días fueron los más largos de mi vida. Sentí como una auténtica bendición, cuando me comunicaron que no era cáncer. Pero decidí no echar por la borda lo que aquellos tres días habían significado para mí: No seguiría viviendo como lo había hecho hasta entonces”.

Ella, como tantos otros, no había estado preparada para enfrentar la muerte. ¿Estás tú preparado para morir? ¿Necesitas cambiar tu modo de vivir y de pensar? Todavía estás a tiempo. Mientras hay vida hay esperanza. No dejes para mañana lo que debes hacer hoy. ¡Vive para la eternidad!

Especialista en experiencias del más allá
El siquiatra y doctor en medicina y filosofía Raymond Moody es famoso en todo el mundo a raíz de que, en los años 1970, sacó a luz un libro Vida después de la vida, en el que narraba muchas de las experiencias que le habían contado sus pacientes sobre el más allá, cuando habían sido dados clínicamente por muertos. En la actualidad, este tema ha sido estudiado por numerosos investigadores de todo el mundo, cardiólogos, siquiatras, pediatras, anestesistas, sicólogos, teólogos, sociólogos y otros muchos especialistas médicos o estudiosos de otras disciplinas. Todos están de acuerdo en que estas experiencias son reales y que no son fruto de alucinaciones o de imaginaciones arbitrarias. Casi todas estas experiencias tienen muchos puntos en común, lo que les da cierta garantía de autenticidad.
Gracias por tu visita!!!