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febrero 2014 – Domingo 7º A – Perdonar – Resonancias de la Palabra
La bolsa de
papas
Los pensamientos y sentimientos
negativos turban el cielo tranquilo del corazón. Entre ellos se destaca por su
capacidad destructiva el odio que se niega a perdonar y olvidar. “Señor, tú que eres puro amor, tú que perdonabas a los que te crucificaban,
quita de mi interior todo el veneno de los recuerdos que me llenan de rencor y
de tristeza. Derrama en mi interior el deseo de perdonar y la gracia del
perdón”.
Una profesora nos
hizo llevar una bolsa de plástico y una bolsa de papas. Por cada persona que no
perdonábamos, debíamos elegir una papa, escribir en ella el nombre y fecha y
ponerla en la bolsa de plástico. Nos dijo que lleváramos con nosotros a todos
lados esta bolsa con las papas fechadas durante una semana. Esta molestia nos
hizo tomar conciencia del peso espiritual que llevábamos. Naturalmente, las
papas se iban pudriendo y olían muy mal. ¡Éste fue el exacto símbolo del precio
que pagamos por mantener nuestros rencores y resentimientos! Con frecuencia
pensamos que el perdón es un regalo hecho a otra persona y, aunque eso es
verdad, también es el mejor obsequio y satisfacción que podemos darnos a
nosotros mismos.
Vivir la caridad cristiana no es fácil. En verdad está
por encima de nuestra capacidad humana. Por eso es indispensable suplicar con
humildad y constancia al Señor el don de la santa paciencia para poder
elevarnos sobre nuestros egoísmos, retraimientos, susceptibilidades… Pero
cuando el amor de Dios nos invade podemos
“perdonar, soportar y esperar sin límites”.
Robensburg: campo de concentración
Perdonar es más propio de Dios cuya
misericordia es infinita, que del hombre que tan fácilmente se deja arrastrar a
la venganza. Pero hay ejemplos de personas que, buscando inspiración y fuerza
en Jesús, incluso murieron perdonando a sus verdugos. Aquí tienes un texto encontrado en un pedazo de papel
en Robensburg, campo de concentración de la Segunda Guerra
Mundial:
Acuérdate, Señor,
no sólo de los hombres y mujeres de buena voluntad, sino también de los de mala
voluntad. No recuerdes tan sólo el sufrimiento que nos han causado; recuerda
también los frutos que hemos dado gracias a ese sufrimiento: la camaradería, la
lealtad, la generosidad, la humildad, el valor y la grandeza de ánimo que todo
ello ha conseguido inspirar. Y cuando los llames a ellos a juicio, haz que esos
frutos que hemos dado sirvan para su recompensa y perdón.
Emocionante testimonio de personas
creyentes que supieron transformar una situación muy dura, en ocasión de
crecimiento espiritual y de fraternidad humana, mientras rogaban a Dios que
tuviera misericordia de sus crueles carceleros. Para poder perdonar pide al
Espíritu Santo que derrame el amor de Dios en tu corazón. ¡Y se producirá el milagro del perdón!
El labrador
y la víbora
Una víbora se
acercó arrastrándose adonde estaba el hijo de un labrador, y lo mató. Sintió el
labrador un dolor terrible y, tomando su hacha, se puso al acecho junto al nido
de la serpiente, dispuesto a matarla tan pronto como saliera. Asomó la víbora
la cabeza y el labrador le dio un hachazo, pero falló el golpe, partiendo en
dos a la vecina piedra. Temiendo después la venganza del reptil, intentó
reconciliarse con ella; pero ésta repuso:
—Ni yo puedo alimentar hacia tí buenos sentimientos viendo
el hachazo en la piedra, ni tú hacia mí contemplando la tumba de tu hijo.
Esopo.
“No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de
descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable
que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por
interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón”, (Larrañaga). “La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón”, (Juan
Pablo II).
Escríbelo en la arena…
Dice una leyenda
árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del
camino discutieron tan acaloradamente que uno le dio una bofetada al otro. Éste
muy ofendido, pero sin decir nada, escribió en la arena: "Hoy, mi mejor
amigo me pegó una bofetada en el rostro". Siguieron adelante y llegaron a
un oasis donde resolvieron bañarse porque estaban agotados. El que había sido
abofeteado comenzó a ahogarse, pero su amigo acudió a socorrerlo y le salvó la
vida. Al recuperarse tomó un punzón de hierro y grabó en una piedra: "Hoy,
mi mejor amigo me salvó la vida". Intrigado, el amigo preguntó: "¿Por
qué después que te pegué escribiste en la arena y ahora en cambio escribes en
una piedra?". Sonriendo, el otro amigo respondió: "Cuando un amigo
nos ofende, debemos escribirlo en la arena, donde el viento del olvido y el
perdón se encargarán de borrarlo por completo. Pero cuando nos ayuda, debemos
grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde quedará para
siempre".
Perdonar
a todos
Hay
que perdonar a todos, incluso a los difuntos. Dice la mística María Simma que un día fue a visitarla un
campesino y le dijo:
— Estoy construyendo un establo y cada vez
que el muro llega a cierta altura, se cae. Hay algo extraño y sobrenatural en
esto. ¿Qué puedo hacer?
— ¿Hay algún difunto que tiene algo contra
ti, a quién guardas rencor?
— Oh sí, pensaba que no podía ser sino él. Me
hizo mucho daño y no lo puedo perdonar.
— Él quiere que lo perdones para estar en
paz.
— ¿Perdonarlo yo? ¿A él que tanto daño me ha
hecho de vivo? ¿Para que vaya al cielo? No.
— Pues no te dará reposo hasta que lo hayas
perdonado de corazón. ¿Cómo puedes decir en el Padrenuestro: “Perdónanos como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? Es como si dijeras a Dios: No me
perdones como yo tampoco perdono.
El hombre se quedó pensativo y dijo: Tienes
razón. En nombre de Dios lo perdono para que Dios me perdone también a mí. Desde
ese día, no tuvo más problemas con el establo y pudo tener paz y amor en su
corazón.
Fue un
error involuntario…
Para amar como Jesús nos enseñó,
debemos ejercitar ciertas actitudes que bajan el amor a la realidad cotidiana:
compasión, comprensión, indulgencia, etc. ¿Qué es la indulgencia? Facilidad en
perdonar las culpas ajenas.”Sopórtense y perdónense mutuamente si alguno tiene queja
contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes”, san Pablo
(Col. 3:13).
Los italianos en
Navidad tienen la costumbre de enviar un pan dulce a sus amigos y
familiares. En cierto año Puccini y
Toscanini se hallaban en uno de sus típicos y feroces enfrentamientos. Puccini
dio la orden a su servicio de enviar los panes dulces a las direcciones de
costumbre, entre las que se hallaba la del colérico director de orquesta,
Toscanini. Al darse cuenta Puccini del error -el pan dulce ya había sido
enviado- mandó un telegrama a Toscanini que decía: “Pan dulce enviado por
error”. ¿Cuál fue la genial respuesta de Toscanini?: “Pan dulce comido por
error”.
El odio que se niega a perdonar y
olvidar es muy destructivo. Suplica así: “Señor, tú que
eres puro amor, tú que perdonabas a los que te crucificaban, quita de mi
interior todo el veneno de los recuerdos que me llenan de rencor y de tristeza.
Derrama en mi corazón el deseo y la gracia del perdón”. El Señor te libre del
odio, la ira y toda mala voluntad con tu prójimo.
Sé
indulgente
¡Qué fácilmente
creemos que nos faltan nuestros prójimos, que no nos estiman, que no nos
quieren! Basta ver el rostro de un amigo un poco más sombrío que de costumbre
para persuadirnos de su indiferencia o de su frialdad. O bien uno ha dicho a la
ligera una palabra que nos ha disgustado, acaso un imprudente nos recordó
palabras proferidas contra nosotros, y de todas estas tonterías hacemos una
montaña. Como triste consecuencia queda una amistad turbada y quizás perdida
por algo que no mereció la pena haberlo tenido en cuenta. Sé indulgente.
Olvida las
pequeñas penas que te hayan podido causar; no conserves ningún resentimiento
por las palabras inconsideradas o desfavorables que se han dicho contra ti;
excusa los descuidos, las ligerezas de las cuales eres víctima; juzga siempre
de buena intención a aquellos que te hayan hecho algún agravio, en fin, muestra
un semblante amable en todas las ocasiones. De esta manera estarás en paz con
tu prójimo y practicarás de modo excelente la caridad cristiana, que es
imposible practicar sin una indulgencia en todos los instantes.