domingo, 25 de enero de 2015



25 enero 2015 – Domingo 3º B  – ¡Conviértanse!   – Resonancias
 Marcos 1, 14-20

En el Sahara atendía enfermos
Charles De Foucauld (1858-1916) fue educado de niño en la fe católica, pero después de su primera comunión, perdió la fe por causa de los malos amigos. Y dice: “Yo era un impío, un egoísta. De fe en el alma no me quedaba ni huella.” Una mañana de octubre de 1886, estando en París, fue a la iglesia de san Agustín y le pidió al Padre Huvelin que le ayudara a encontrar la paz. El Padre Huvelin le dijo que se arrodillara y se confesara. Después de una larga conversación, aceptó confesarse y así comenzó para él una nueva vida, buscando a Dios con desesperación.

Quiso entrar de trapense en la abadía de Nuestra Señora des Neiges y después en la trapa de Akbes en Siria. Pero se dirigió a Palestina, donde estuvo un tiempo viviendo en Nazaret y Jerusalén. Después volvió a Francia para prepararse al sacerdocio, que recibió el 9 de junio de 1901, a los 42 años. Decía: “En cuanto creí que existía Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él.”

Ordenado sacerdote, se fue a vivir entre las tropas francesas del Sahara, primero en Beni-Abbes. Allí rescató esclavos y atendió a los enfermos, ayudando todo lo posible a los naturales, además de ser capellán de los soldados. Lo llamaban el hermano universal, porque era sacerdote y hermano para todos. Después se fue a vivir entre los tuáregs de Tamanrasset, tratando de acercarlos a Dios, respetando sus costumbres.

A ellos también les ayudaba con sus conocimientos médicos, curando enfermos. Y el tiempo libre lo dedicaba a estar a solas en oración ante Jesús Eucaristía. Decía: ¡Qué delicia tan grande, Señor, poder pasar quince horas sin nada más que hacer que mirarte y decirte: Te amo! Allí lo asesinaron el 1 de diciembre de 1916. Cuando lo encontraron muerto, la custodia, con la hostia consagrada, estaba tirada en la arena a su lado.

Frío como un  sepulcro
Giovanni Papini (1881-1956) era ateo declarado y público. En 1911, a los 31 años, editó un libro Las memorias de Dios, en el que ponía irónicamente en boca de Dios estas palabras blasfemas: “Hombres: haceos todos ateos, y pronto, Dios mismo, vuestro Dios, os lo pide con toda su alma.” En 1912, había publicado Un hombre acabado, en el que ya daba muestras de que su alma estaba desesperada y buscaba una luz. Dice: “Todo está acabado, todo perdido, todo cerrado. No hay nada que hacer. ¿Consolarse? No. ¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de esperanza. Y yo no soy nada, no cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un hombre. Tocadme, estoy frío, frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre, que no puede llegar a ser Dios.”

Y Cristo, que lo estaba esperando, le salió al encuentro. No se sabe cuándo, pero debió ocurrir entre 1919 y 1921. Su amigo Domenico Giuliotti, buen católico, le ayudó en este caminar a Cristo. En 1921, ya era un ferviente católico, enamorado de Cristo. Y su amor lo manifestó en su gran obra Historia de Cristo, que quiere ser un acto de reparación por todos sus escritos anticristianos anteriores, en los que había insultado a Cristo con los términos más vulgares. Una vez convertido, le pidió a su hija Viola que buscara todas las copias de sus obras, especialmente, de Las Memorias de Dios para quemarlas.

Materialista científico y ateo
Henri Bergson (1859-1941) ha sido el mejor filósofo francés. Su camino hacia la Iglesia lo hizo desde el materialismo científico y ateo hasta encontrar a Cristo como plenitud de la fe judía en la Iglesia. Sus libros La evolución creadora y Las dos fuentes de la moral y de la religión, marcaron su descubrimiento de la existencia del alma y de lo espiritual. No llegó a ser bautizado públicamente por no querer traicionar a sus hermanos judíos en tiempos de persecución, pero era totalmente católico de corazón. En su testamento, escrito el 8 de febrero de 1937, dice así:

 ¡Mis reflexiones me han llevado cada vez más cerca del catolicismo, donde yo veo el cumplimiento total del judaísmo. Me habría convertido, si no hubiera visto que se prepara una formidable ola de antisemitismo. Yo he querido quedarme entre los que serán perseguidos. Pero yo espero que un sacerdote católico querrá, si el cardenal arzobispo de París lo autoriza, venir a orar ante mis restos. En caso de que no sea posible esta autorización, habría que dirigirse a un rabino sin ocultarle y sin ocultar a nadie mi adhesión moral al catolicismo así como el deseo manifestado por mí de tener en primer lugar las oraciones de un sacerdote católico.”

El sacerdote católico vino y él, como diría el Padre Sertillanges, recibió un bautismo de deseo, siendo así católico de corazón.
Hijo de un banquero judío

Teodoro de Ratisbona nació en 1802. Era hijo de un banquero judío de Estrasburgo y consideraba al cristianismo como una especie de idolatría. Escribe: “¡Cuántos combates tuve que sostener contra mis prejuicios y mis repugnancias anticristianas! ¡Más que dificultades de orden intelectual eran las torturas de una conciencia judaica las que había de superar! ¡Yo creía en Jesucristo, pero no podía invocarlo ni pronunciar su Nombre! ¡Tan profunda e inveterada es la aversión que sienten los judíos hacia Él!

Estando enfermo, no me atrevía a invocar al Dios de la fe cristiana por temor de ofender al Dios de Abraham. La oscuridad era terrible, pero triunfó la gracia. El nombre de Jesús brotó de mi boca como un grito de angustia. Esto era en la tarde, a la mañana siguiente, mi fiebre había desaparecido y estaba totalmente restablecido. Desde entonces, me fue dulce invocar el Nombre de Jesús. También me atreví a invocar a la Virgen santa y llamarla mi Madre.

Oh, ¡cómo suspiraba por ser cristiano! ¡Cómo temblaba de gozo al asistir a una solemnidad católica! ¡No puedo olvidar la impresión primera que recibí en la celebración de una misa, cuando oí los cánticos sagrados, cuyos acordes resonaban en mi alma, colmándola de paz y recogimiento!”

Teodoro de Ratisbona se convirtió y se ordenó sacerdote, trabajando incansablemente en la conversión de muchos otros judíos, por medio de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, que él mismo fundó.

“Sentí que allí estaba Dios”

Sor Mary of Carmel me contaba su conversión en una carta personal. Me escribía así:
Yo nací en Londres, en una familia judía. A los 11 años, mis padres me enviaron a estudiar a una escuela, dirigida por unas religiosas católicas. Un día, una amiga católica me invitó a visitar la capilla del colegio y, al entrar, instantáneamente, sin pensarlo, sentí, con una fuerte claridad, que allí en el sagrario, que yo llamaba Box (caja), allí estaba Dios. No sabría explicarlo, pero esto mismo me pasó en las dos siguientes iglesias católicas que visité. Entonces, me di cuenta de que la Iglesia católica tenía la presencia de Dios y que yo debía hacerme católica y ser religiosa como las hermanas de mi colegio.

Me bauticé a los 14 años. Al día siguiente, hice mi primera comunión. Mis padres se bautizaron y se casaron por la Iglesia cuatro años más tarde. Yo, por mi parte, decidí ser religiosa carmelita descalza, después de leer la Autobiografía de santa Teresita.”

Sor Mary of Carmel me sigue escribiendo desde Up Holland, Inglaterra, donde vive en su convento. Ya tiene 80 años, pero es feliz en su vida religiosa, amando a Jesús, que siempre la sigue esperando en la Eucaristía. (P. Ángel Peña).

Enfermedad pasajera

André Frossard (1915-1995) ha sido uno de los más grandes escritores de Francia del siglo XX. En su libro “Dios existe, yo lo encontré” nos cuenta su conversión. “Fue un momento de estupor que dura todavía. Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde (8-julio-1935) en una capilla del barrio latino (de París) en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad (Jesucristo), que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, volví a salir algunos minutos más tarde, católico, apostólico y romano; llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable. Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño listo para el bautismo.

Fue un acontecimiento que iba a operar en mí una revolución extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó. Y creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo, buen socialista. Después de conversar conmigo, le comunicó a mi padre que la enfermedad no era grave. Esas crisis de misticismo, a la edad en que había sido atacado, duraban generalmente dos años y no dejaban ni lesión ni huellas. No había más que tener paciencia”.

André Frossard, un gran enamorado de Cristo, murió en l995, lleno de Dios. El, como tantos otros, como S. Pablo; como García Morente, el gran filósofo español, que después se hizo sacerdote; como el gran premio Nóbel de Medicina, Alexis Carrel, tuvieron una experiencia extraordinaria de Dios, que les hizo creer en El para siempre. Ojalá que podamos decir como André Frossard en la última página de su libro: “Oh Dios mío, ni toda la eternidad será suficiente para decirte cuánto te quiero”.

NB. Todos los artículos de esta hoja se han seleccionado del libro del P. Ángel Peña “Ateos y Judíos convertidos a la fe católica”. Te recomiendo leerlo en: www.autorescatolicos.org

domingo, 18 de enero de 2015



18 enero 2015 – Domingo 2º B  – Encontramos al Mesías – Resonancias
Juan 1, 35-42


La familia que encontró a Cristo
Hoy te cuento el caso de una familia que se marchó detrás de Cristo, dejando castillos, riquezas y títulos de nobleza. Es el comienzo de la historia de san Bernardo, Padre de la Iglesia por la calidad de sus escritos, abad del monasterio de Claraval por muchos años y legado del Papa para restablecer la paz y la unión entre los reinos de Europa.

Bernardo volvió a su familia a contar la decisión que había tomado y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló con tanto entusiasmo de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 30 compañeros de la nobleza que dejaron todo para unirse a Cristo. Dicen que cuando llamaron a Nervando, el hermano menor, para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Con que ustedes se van para ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se hizo religioso del Císter.
Esa familia se decidió a seguir con generosidad a Cristo pobre, casto y obediente. Sintieron y siguieron el llamado a una vida entregada totalmente a dar testimonio de los valores del Evangelio. Los bautizados estamos llamados a ser testigos de que el amor a Cristo puede llenar nuestra vida en cualquier condición nos encontremos.

Trato de amistad
Alabado seas Jesús, por tu sonrisa, por el cariño que pones en tu trato con nosotros.
Alabado seas por tu mirada que ilumina y serena, que alegra y acaricia.
Alabado seas por tus palabras que orientan y conducen, que enseñan el verdadero camino.
Alabado seas por tus manos que nos sanan, nos alivian y nos contienen.
Alabado seas por tu presencia constante, porque nunca te vas, porque jamás nos abandonas.
Alabado seas porque eres el viviente, que te levantaste victorioso de la muerte.
Alabado seas porque eres Dios, pero también quisiste ser uno de nosotros. Amén.

Oraciones como ésta anudan una relación muy vivencial y fuerte con el Señor. Son a propósito para cultivar un profundo trato de amistad con quien sabes que te ama de verdad. Que la aproveches para animarte a ese diálogo de amor en que consiste la verdadera oración. “Es cuestión de amar mucho”, dijo santa Teresa de Ávila. P. Natalio.

En medio de su pueblo
¡Qué simpático sería un Presidente o Rey que, vestido como una persona común, subiera al ómnibus de la esquina para trasladarse al supermercado para comprar lo que desea, o se sentara en medio de los espectadores para disfrutar un partido de fútbol como uno más… ! ¿No has pensado que Jesús, el mismo Hijo eterno de Dios, vino a nuestro encuentro y compartió nuestra vida común en medio de nosotros?

Un soldado norteamericano viajaba un día en ómnibus haciendo turismo por Suecia. El sueco que viajaba junto a él parecía ser muy amable, y el soldado empezó a dialogar familiarmente con el simpático acompañante. Hablaron de todo un poco, hasta que el soldado le dijo:
—Mi país es el más democrático de todo el mundo. Cualquier ciudadano es recibido cordialmente en la Casa Blanca para ver al presidente y ventilar cualquier problema o queja con él en persona.
El sueco, para no quedar en inferioridad, añadió enseguida:
—Eso no es nada, aquí en Suecia, el rey viaja en el mismo ómnibus que la gente corriente.
Cuando poco después el acompañante bajó del vehículo, los otros pasajeros le informaron al norteamericano que había viajado junto al rey Gustavo Adolfo VI.

Esto es precisamente lo que hizo Jesús, dejando a un lado su categoría de Dios y asumiendo nuestra condición humana en toda su humildad. Es lo que san Juan dejó consignado en la introducción a su Evangelio con estas sublimes palabras: “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó en medio de nosotros” (Juan 1, 12). ¡Como para meditarlo, y llenarse de admiración y gratitud! Que pases una semana muy sereno y tranquilo. P. Natalio.

Un encuentro personal
La oración auténtica es un encuentro personal con Dios. Por ella te acercas a la realidad de un Dios vivo, cercano, presente: un Dios persona. ¿Por qué no pocas veces la oración resulta pesada? Simplemente, porque no se produce el encuentro entre dos personas: yo y Dios.  Concretamente, porque no tiendes con todas las fuerzas al encuentro con el Señor.

Jesús, ¡soy yo! Necesito hablarte. Sabes, algunos días son muy difíciles. Me preocupo por muchas cosas, y a veces la presión que aguanto es muy grande. Tú sabes, “hay que hacer esto, hay que hacer aquello”. Quizás sentiste algo parecido, cuando anduviste por este mundo. De todas maneras, lo que trato de decir es que quiero que estés conmigo a lo largo del camino. Porque en algún lugar en lo profundo de mí, yo sé que me amas tal corno yo soy. Para ti yo soy alguien especial. Y el mañana no importa. Amén.

Las invitaciones de Dios

A lo largo de tu vida Dios se hace presente invitándote a dar pasos hacia una misión que te ha preparado para hacerte feliz. Está atento para captar estos llamados del Señor, porque aparecen de la manera menos pensada. El famoso escritor y teólogo alemán, Romano Guardini, nos cuenta cómo fue invitado por Dios a dar un paso decisivo.

«Un domingo fui a misa a la iglesia de los dominicos de la calle Oldenburger. Me encontraba en un estado crítico. Cuando vi a un hermano lego encargado de la colecta pasar con el rostro tranquilo y portando su alcancía tintineante, me dio mucha envidia y pensé de repente: ¿No podrías tú llegar a ser como él? Entonces tendrías paz. Y luego me dije: ¡Podría ser sacerdote! Y entonces fue como si todo adquiriese tranquilidad y claridad. Volví a casa con un sentimiento de felicidad que desde hacía mucho tiempo no había vuelto a sentir.»

Para discernir estos llamados de Dios fíjate en un detalle de la narración que acabas de leer. Guardini pasaba por una crisis espiritual marcada por la sensación de inquietud y malestar. Cuando se le abrió un nuevo horizonte “todo adquirió tranquilidad y claridad”. Este es un indicio de la presencia de Dios: la paz del corazón. Que el Señor te guíe y te ilumine. P. Natalio.

El sentido de la vida
La vida es nuestro máximo valor y, a la vez, nuestro máximo problema. Tememos perderla; nos angustia la muerte física. Pero hay otra muerte más sutil que nos envuelve: no encontrarle sentido a la vida. ¿Es exagerado decir que el hombre de hoy ya no sabe a dónde va ni para qué vive? Vive nadando entre el placer y la comodidad... pero insatisfecho: no experimenta la alegría de vivir.

Santa Paula tuvo en Roma una juventud rodeada de lujos. Se casó muy bien. Continuó en el matrimonio aquella vida de esplendor y bienestar. Sentía repulsión por los pobres. Pero, un día, entró en su palacio la tristeza y el luto. Paula perdió a su marido. Pasó varios días encerrada en su dolor. Cuando dejó su retiro, estaba transformada. Había encontrado a Cristo. Reapareció vestida con sencillez. Las puertas del palacio se abrieron a los pobres y enfermos. Andaba presurosa por Roma, hacia el barrio de los pobres. Lavaba a los enfermos sus heridas purulentas. A los niños les limpiaba las cabezas llenas de parásitos. Antes de morir dejó, por testamento,  todos sus bienes a los pobres.

El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás encuentra su madurez y plenitud. “Si te preocupas demasiado por ti mismo, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para ti, porque la vida sin amor no vale nada”. P. Natalio.

domingo, 11 de enero de 2015



Domingo 11 enero 2014 – Bautismo de Jesús A – Resonancias
Marcos 1, -11



Mendigo santo
Benito José Labre, vestido de harapos, tenía un aspecto repulsivo para la mayoría, pero en algunos generaba una honda admiración. Cierto día, le preguntaron de qué estaba hecho su corazón. El respondió: —De fuego para Dios, de carne para el prójimo, de bronce para conmigo mismo. Como los pájaros del cielo se alimentaba de lo que Dios le ofrecía. —Se ofende a Dios —dijo al cura de Cossignano— porque no se conoce su bondad.

Cuando san Benito Labre hablaba del misterio de la Santísima Trinidad, su rostro se hacía tan luminoso como el sol o lloraba a lágrima viva. Un día un teólogo le hizo este reproche: «Tú hablas siempre de la Santísima Trinidad, ¿pero qué sabes de ella?» Y Benito le respondió: «No sé nada... pero, mira me siento arrebatado». Y al decir esto hacía un gesto con la mano que decía mucho más que todas sus palabras. Qué hermosa respuesta de este santo, mendigo por las calles de Roma. En verdad se sentía fascinado por la Trinidad, porque el fuego de la zarza ardiente se había apoderado de su corazón.

“Esto es una trampa”
Una señora estaba angustiada porque su esposo no quería confesarse. En ocasión de su cumpleaños, le pidió al marido un regalo.  ¡Lo que quieras!, le contestó éste. ¡Acompáñame a San Giovanni Rotondo! Quiero ver al Padre Pío. Se puso rabioso. ¡Esto es una trampa! ¡Esto no es honesto! ¿Por qué no es honesto? ¿No me prometiste darme lo que yo quisiera?

La acompañó a regañadientes y de mal humor. Al llegar por la tarde a San Giovanni Rotondo, lo primero que le dijo fue: ¡Mañana mismo volvemos en el primer tren! ¡Está bien! le contestó la señora. Durante toda la noche no pudieron dormir. A las dos de la madrugada todo el mundo se levantó para asegurarse un lugar en la Misa de las siete. Se levantaron también ellos. Pero su esposo, siempre de mal humor, dijo a la señora:

Si quieres que te acompañe, déjame en paz y no pidas que me confiese. Durante la Misa, le tocó un lugar bastante cerca del P. Pío. La señora rezaba por la conversión de su esposo. Terminada la celebración, fue el primero en seguir al P. Pío a la sacristía para la confesión. Después de un rato regresó donde estaba su esposa, y, con un rostro lleno de luz y alegría, exclamó: ¡Hecho! ¡Ya me confesé! ¡Qué hombre es este P. Pío! ¡Me detuvo y me puso como nuevo! ¿Cómo no confesarse después de una Misa como ésta? Luego, echando el brazo al cuello de su señora, le dijo: ¡No conviene que nos vayamos pronto! ¡Quedémonos una semana!

Racionalista, masón y ateo
“Yo era racionalista, masón y ateo. Tampoco estaba bautizado, pero mi mujer Claudia estaba enferma y decidimos ir a Lourdes. Mientras ella estaba en las piscinas, el frío me obligó a refugiarme en la cripta, donde asistí, con interés, a la primera misa de mi vida. Cuando el cura, al leer el Evangelio, dijo: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá’, se produjo una conmoción tremenda en mí, porque esta frase la oí el día de mi iniciación en el grado de Aprendiz y la solía repetir cuando, ya Venerable, iniciaba a los profanos en la masonería.

En el silencio posterior -pues no había homilía- oí claramente una voz que me decía: `Bien. Pides la curación de Claudia. Pero, ¿qué ofreces?´. Instantáneamente, y seguro de haber sido interpe-lado por Dios mismo, sólo me tenía a mí mismo para ofrecer. Al final de la misa acudí a la sacristía y pedí inmediatamente el bautismo al cura.

Éste, estupefacto, cuando le conté mi pertenencia masónica y mis prácticas ocultistas, me dijo que fuera a ver al arzobispo de Rennes. Ese fue el inicio de mi itinerario espiritual” (Cf. Confesiones de un antiguo masón, ZENIT 6.11.2008).

El camino del gozo
La Reina de la Paz te ofrece hoy un mensaje para que encuentres la alegría profunda del corazón: te enseña el camino de la paz interior. Ponte en la presencia de tu dulce Madre y escucha sus palabras. Se percibe en ellas su preocupación por tu verdadera felicidad.
“¡Queridos hijos! Hoy deseo envolverlos con mi manto y conducirlos a todos hacia el camino de la conversión. Queridos hijos, les ruego, entreguen al Señor todo su pasado, todo el mal que se ha acumulado en sus corazones. Yo deseo que cada uno de ustedes sea feliz, pero con el pecado nadie puede serlo. Por tanto, queridos hijos, oren y en la oración, ustedes conocerán el nuevo camino del gozo. El gozo se manifestará en sus corazones y así podrán ser testigos gozosos de lo que Yo y mi Hijo deseamos de cada uno de ustedes. Yo los bendigo. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
María te está sugiriendo la actitud del niño que muestra con ingenuidad a su madre todas las heridas que se ha hecho en sus violentos juegos. Te ruega que lleves al Señor todo el mal acumulado en el corazón. Éste es el camino del gozo. El camino del perdón. Pero hay que comenzar con la oración. Que medites este alegre mensaje de paz. P. Natalio.

“Cambié mi modo de vivir”
En marzo de 1988, Neevon tuvo un accidente durante un partido de baseball, y dice: Me di cuenta de que no estaba en mi cuerpo físico y no sentía ningún dolor. Vi a dos de mis compañeros, que estaban arrodillados delante de mi cuerpo, y oí todo lo que decían... De pronto, se me presentaron todas las escenas de mi vida desde el principio hasta el final, y vivía lo que los demás sentían ante tales escenas. Veía también las repercusiones de mis acciones sobre los demás, fuera bueno o malo. La revisión de mi vida fue lo más hermoso que he visto y, al mismo tiempo, lo más horrible que he experimentado, de acuerdo a mis acciones... Durante la revisión de vida, yo sentía que alguien estaba a mi lado como un padre que me aconsejaba.
Esta experiencia me ha hecho cambiar mi modo de vivir. Yo era muy introvertido y no tenía amigos. Ahora soy muy conocido por todos y tengo muchos amigos. Antes era rebelde y pesimista. Ahora soy optimista. Yo sé que todo ha sucedido por una razón. Mi principal deseo ahora es amar a todo el mundo. El dinero y las cosas materiales son cosas secundarias para mí. Ahora soy más generoso con mi tiempo y mis cosas, y sé compartir. Mi experiencia ha sido lo mejor que me ha sucedido. Sin ella, no sería ahora tan feliz.

De agnóstico a exorcista
El padre Antonio Fortea es autor de libros y manuales de exorcismo y de alguna que otra novela de ficción. Su nombre y apellido son reconocidos en muchos ambientes. Pero pocos saben que cuando ese sacerdote tenía 15 años, era más bien indiferente hacia el catolicismo y todo lo que oliera a Dios. Así lo ha narrado en su libro Memorias de un exorcista (Ed. Martínez Roca 2008).
Pero, el 12 de octubre de 1983 Dios irrumpió en su vida: “Un día como cualquier otro entré en mi habitación y, de pronto, sentí que era un egoísta y una mala persona. Me entró un gran arrepentimiento y vi que la Iglesia era el camino por donde iría progresando hacia la virtud. Todo esto no duró más de medio minuto, no oí ninguna voz celestial ni tuve ninguna visión, pero de pronto se había operado en mí una gran conversión: había comprendido que era un pecador y que el camino de salvación era la Iglesia”.
Y más adelante agrega: “En aquel mismo momento me arrodillé al lado de mi cama y oré intensamente, sabiendo que alguien me escuchaba. Sin ningún tipo de resistencia entendí que debía confesarme. Externamente seguí igual, pero internamente ya era otra persona”.

¡Qué importante es el bautismo!
Para llegar a ser cristianos debemos bautizarnos y creer en Cristo. Al llegar a este mundo, en el momento de la concepción, el ser humano está a oscuras, sin la luz ni el amor de Dios. Es sólo una criatura de Dios. Tiene lo que se llama pecado original, es decir, que viene al mundo en estado natural. Y para ser elevado al orden sobrenatural y llegar a ser hijo de Dios necesita ser bautizado. De esta manera, su alma, apagada y sin brillo, se llenará de belleza, de luz y de amor, resplandeciendo de gloria como un verdadero hijo de Dios. Dios mismo habitará en su alma y él será templo de Dios. Y Dios será su gozo y su felicidad, dándole sentido a su vida y haciéndole sentir la alegría de vivir para Él y para los demás. ¡Qué importante es el bautismo!

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