domingo, 24 de agosto de 2014

24 agosto 2014 – Domingo 21º A – ¿Quién es Jesús? – Resonancias

¿Quién es Jesús para ti?
Jesús no fue un astronauta de un lejano planeta, ni un mago que practicaba artes mágicas, aprendidas en Egipto. Jesús no fue un hombre común y corriente como tú y como yo. El, a la vez que era hombre, era también Dios y con su vida nos ha enseñado a conocer a un Dios bueno, cariñoso y bondadoso, amigo y cercano a los hombres, sus hijos. El nos enseñó con su vida la más grande y hermosa verdad que jamás el mundo entero pudo conocer: DIOS ES AMOR. Dios te ama a ti. Jesús te ama tal y como eres en este momento. No necesitas cambiar para que te ame. Tú eres su hijo y quiere ser tu amigo: “ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,14). Por eso, si nadie te quiere, si todos te rechazan, si eres demasiado anciano o enfermo o feo o ignorante o pobre o pecador, él te ama y te dice: “Hijo mío, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). “No tengas miedo, porque yo estoy contigo y tú eres de gran precio ante mis ojos, porque eres valioso y yo te amo mucho” (Is 43,43).

Y ahora respira profundamente y sonríe: Dios te ama, Jesús te ama, tu vida tiene pleno sentido y Dios espera mucho de ti y cuenta contigo para la gran tarea de la salvación del mundo. (A. Peña).

Juan el lechero
San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, cuenta que estando en Pamplona haciendo un retiro, el año 1938, todas las mañanas oía en la  iglesia rectoral de santa Isabel un abrirse la puerta con estrépito y volver a cerrarse. Se propuso saber qué era aquello. Esperó cerca de la puerta y, cuando llegó el autor de aquellos ruidos, lo abordó preguntándole qué es lo que hacía: “Yo, padre, paso todas las mañanas por delante de la iglesia, repartiendo leche por las casas. Abro la puerta, no con mucha delicadeza, y le digo a Jesús que está en el sagrario: Aquí está Juan el lechero.”

A Josemaría le impresionó vivamente el encuentro con aquel hombre y aprendió una buena lección de cómo tratar a Jesús con sencillez. Alguna vez, recordando aquello, dirá en su oración: “Jesús, aquí está este sacerdote, que no sabe tratarte como Juan el lechero”.

Renueva tus fuerzas
Cuenta el novelista francés René Bazin: “Durante la segunda guerra mundial, iba todos los días a misa y veía allí a una joven señora, que estaba con gran recogimiento y serenidad, a pesar de haber perdido a su esposo y tener a sus hijos prisioneros en un campo de concentración. Un día, le pregunté cuál era la razón de su tranquilidad, y ella me respondió:

Todos los días recibo a Jesús en la comunión y me da fuerzas para las 24 horas siguientes. La fuerza que recibo en la comunión, me hace superar todas las dificultades.”

El sagrario de nuestras iglesias o la custodia donde está expuesto Jesús sacramentado es el mejor lugar del mundo para entablar una relación de amor y amistad con el Señor. Allí nos espera el Dios omnipotente y allí podemos decirle, mejor que en ningún otro lugar, que lo amamos. Por eso, es el mejor lugar del mundo para hacer oración. (P. Ángel Peña en “Oración del corazón”).

Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?)
Esta frase se ha hecho famosa debido a la película "Quo vadis", del año 1951 dirigida por Mervyn Le Roy. Al final de la misma san Pedro huyendo de Roma, se encuentra con Jesucristo y le hace esta pregunta: "Quo vadis, domine?". El pasaje al que hacemos referencia se encuentra en el manuscrito llamado La leyenda aurea. Este códice escrito en el siglo XIII, por el monje dominico y arzobispo de Genova, Santiago de Vorágine, refiere con gran detalle y en latín, la vida de 180 santos y mártires de la Iglesia Católica. 

En este manuscrito se cuenta el episodio de San Pedro, cuando el emperador romano Nerón en el año 64 comenzó una terrible persecución contra los cristianos. San Pedro temeroso de lo que pudiera sucederle, huyó de Roma por la Vía Apia, pero en el trayecto se encontró con Jesucristo que cargaba con una cruz, y le preguntó: "Quo vadis, Domine?" (¿A dónde vas, Señor?. Jesucristo le pcontestó: “Mi pueblo en Roma te necesita. Si abandonas a mis ovejas, yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo”. 

San Pedro avergonzado de su cobarde actitud, volvió a Roma y de inmediato fue detenido por el emperador. Como se lo condenara a ser crucificado, dijo que no era digno de morir como su maestro, por lo que los romanos optaron por crucificarlo cabeza abajo. 

En el lugar de su martirio hoy día según la tradición se levanta la Basílica de San Pedro de El Vaticano y en la cripta de la Basílica reposan los restos del apóstol de Jesús. 

San Juan Pablo II, el Grande
Después de san Pedro, que se considera gobernó la Iglesia durante 35 años, y del beato Pío IX que lo hizo durante 31, san Juan Pablo II fue el Papa con mayor duración, con 26 años y medio. Hizo 104 viajes internacionales, visitando 133 países; y 146 viajes dentro de Italia. Recorrió un millón trescientos mil kilómetros, casi 29 veces la vuelta a la Tierra y tres veces la distancia de la Tierra a la Luna. Pasó más de dos años y tres meses fuera del Vaticano. En Roma visitó 301 de las 325 parroquias. Nombró 232 cardenales y organizó 15 Sínodos de obispos.

Fue el primer Papa en visitar una sinagoga, la de Roma, en abril de 1986. Fue el primero en entrar en una mezquita, la gran mezquita de Damasco, capital de Siria, en mayo del 2001, y también en entrar en una iglesia luterana, en Roma, el 11 de diciembre de 1983. Fue asimismo el primero en dar conferencias a la prensa en aviones.

Al principio de su pontificado, la Santa Sede tenía relaciones diplomáticas con 80 países; al terminar, las tenía con 174. Reformó el Código de derecho canónico y el Código para las Iglesias orientales. Reorganizó la Curia romana y publicó el Catecismo de la Iglesia católica en 1992 y 1997. También publicó 17 encíclicas, 14 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 44 cartas apostólicas y 6 libros personales. Pronunció más de 20.000 discursos y beatificó a 1.342 personas, canonizando a 482: más que todos los Papas anteriores juntos. Tuvo más de 1.200 audiencias generales los miércoles. Recibió unos veinte millones de fieles de todo el mundo. Fundó las Jornadas Mundiales de la Juventud. 

Humildad de un Papa santo
El Papa Juan XXIII contaba del día de su elección al Pontificado: Cuando me invitaron a bendecir a los fieles de la plaza de san Pedro, cerré los ojos y bajé la cabeza. Mientras atravesaba el Aula de las bendiciones, repleta de gente que me aclamaba, entre tantos gritos me pareció distinguir una voz conocida, que me susurraba: “Angelito, sé humilde, sé humilde, sé humilde”. Tres veces me repitió aquellas palabras. ¿Saben de quién era aquella voz tan bella? Era la voz de mi madre. Y un hijo, aun cuando lo elijan Papa, debe escuchar los consejos de su mamá.

Y el mismo Papa san Juan XXIII decía: En mi casa éramos pobres, pero éramos felices. No teníamos nada; pero, si pasaba un pobre, siempre había un puesto para él en la mesa. No teníamos nada, pero no faltaba en nuestra casa el canto. No teníamos nada, pero teníamos todo: Dios estaba en nuestra casa.

Jesús, mi salvador
Hoy, Jesús mismo te invita a acercarte más a él para profundizar la riqueza de su persona y dejarlo entrar en tu vida con nueva luz y alegría. Aquí tienes una breve síntesis para ayudarte a dar una respuesta al Señor que te pregunta: “¿Quién dices que soy yo para ti?”

Si me abrasa la fiebre, tú eres la fuente que refresca; si me oprimen las culpas, tú rompes mis cadenas; si necesito ayuda, tú eres mi fuerza y mi poder; si tengo miedo a la muerte, tú eres la vida; si deseo el cielo, tú me señalas el camino; si huyo de las tinieblas, tú eres mi luz; y si me falta alimento, tú eres el Pan vivo.

La Palabra de Dios te sugiere más nombres y símbolos de Jesús, como: agua viva, vid verdadera, puerta de salvación, buen pastor, médico de los cuerpos y de las almas, cordero de Dios, templo santo de Dios, etc. Cada uno de ellos es una faceta del insondable misterio de Cristo Jesús. Aprovecha, pues, esta semana para “crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3, 18). P. Natalio.

domingo, 10 de agosto de 2014

10 agosto 2014 – Domingo 19º A – Tranquilícense – Resonancias

Salvado del abismo
Suceden cosas en la vida que te hacen sufrir mucho, pero después de poco o de mucho tiempo adviertes que fue lo mejor que te pudo pasar. Como aquel señor que llegó tarde al aeropuerto por un embotellamiento de tránsito. Estaba todavía lamentándolo con un amigo, cuando se propaló la noticia de que el avión apenas remontado se precipitó fatalmente a tierra.

El pintor inglés Thornbill recibió el honroso encargo de pintar el interior de la cúpula de la catedral de San Pablo en Londres. Luego de muchos meses de arduo trabajo terminó este importante compromiso. Para mirar bien su obra de arte retrocedió poco a poco sobre el andamio para  apreciarla en su conjunto. Sin darse cuenta estaba llegando al borde del andamio en lo alto de la cúpula. Medio paso más y hubiera caído fatalmente. Uno de sus ayudantes de inmediato tomó un pincel y empezó a pintar una raya horrible a través del cuadro. Indignado el pintor se lanzó hacia el culpable para arrancarle el pincel. Pero su ira se convirtió en gratitud cuando éste le dijo: "Te salvé la vida, pues corriste hacia delante y te alejaste del abismo".

A veces Dios hace lo mismo con nosotros: para salvarnos de desgracias irreparables dispone algún acontecimiento que nos duele, pero que en su designio de amor nos hará crecer en madurez, o superar un vicio que nos esclaviza, o prescindir de una amistad peligrosa, o abrir la mente a enfoques más generosos y altruistas… Confía en el Señor que te ama.

Alpinista en el vacío
Un alpinista, ardiendo en deseos de conquistar una altísima montaña, inició su travesía después de años de preparación. Pero, como quería la gloria sólo para él, subió sin compañeros. Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, visibilidad cero, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y se desplomó por el aire. El alpinista solo podía sentir la terrible sensación de la caída en medio de la total oscuridad. En esos momentos de angustia, le pasaron por su mente todos los episodios gratos y no tan gratos de su vida. De repente, sintió el fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca de la montaña.

En ese momento de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío! De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:  ¿Qué quieres, hijo mío? Sálvame, Dios mío. ¿Realmente crees que yo te pueda salvar? Por supuesto, Señor.  —Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Aquel alpinista, aterrorizado, se aferró más aún a la cuerda.  Al día siguiente el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, colgado de la soga… a tan solo dos metros del suelo. ¿Y tú? ¿Confías en Dios cuando te pide lo que parece contrario a tus intereses?, ¿Cortarías la cuerda?

Durante una inundación
Cierto individuo de apellido Sánchez se hallaba sobre el tejado de su casa durante una inundación, observando el agua que subía y subía, hasta llegarle a los pies. Poco después pasó un hombre, remando en una canoa, y le gritó: Señor, ¿quiere que lo lleve a un lugar alto?

No gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará. Pasó el tiempo, y el agua le llegó a Sánchez hasta la cintura. En eso se detuvo allí una lancha a motor, y desde dentro gritó una voz:
—¿Quiere que lo lleve a un terreno más alto?
No, gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará. Poco después se acercó a Sánchez un helicóptero, cuando el nivel del agua le llegaba ya al cuello.
Préndase de la cuerda, y yo lo subiré, le gritó el piloto.
No, gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará.

Desconcertado, el piloto dejó a Sánchez en el tejado, casi cubierto por las aguas. Al cabo de dos horas de permanecer en ese sitio, el pobre hom­bre, exhausto, no pudo resistir más. Se ahogó y fue a recibir su recompensa. Mientras aguardaba ante las puertas del paraíso, se halló frente a su Creador, y se quejó de lo que le había ocurrido.
Señor, yo tenía total fe en que tú me salvarías, pero me abandonaste. ¿Por qué?
Y el Señor le respondió: —¡Te mandé una canoa, una lancha y un helicóptero! ¿Qué más que­rías?  

Este cuento expresa una reali­dad muy repetida. Mucha gente supone que todo lo tiene que hacer Dios, olvidando el viejo dicho español: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Tenemos que rezar como si todo dependiera de Dios, pero actuar como si todo dependiera de nosotros.

Don Bosco espera turno, durmiendo
Si te acostumbras a dejar en las manos del Señor todas tus cosas, todo te irá mejor, todo se resolverá con tranquilidad según sus designios. Él espera que te abandones confiadamente en sus manos, y no permitirá que te aturdas y agites por los problemas de la vida. Los santos nos han dejado ejemplo de este abandono confiado en el Señor; entre ellos, san Juan Bosco.

Un día Don Bosco fue llamado por un ministro, que lo amenazaba con cerrar los colegios salesianos. Va a la cita y encuentra un cómodo sillón. Cualquier otra persona hubiera estado preocupada, pensando, llena de agitación... pero el santo de los niños y jóvenes se durmió, pues estaba muy cansado. Y así permaneció con los brazos cruzados y la cabeza reclinada contra el pecho. Así lo encontró el ministro. Él tenía toda la confianza puesta en Jesucristo y sabía que no tenía que angustiarse.

El bordado de mamá
Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella se sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba.  Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba.  Más tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome:

Hijo, ven y siéntate en mi regazo.  Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver una hermosa flor o un bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos enredados. Entonces mi mamá me decía: Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, qué bello.

Muchas veces he mirado al Cielo y he dicho: Padre, ¿qué estás haciendo?  Él responde: Estoy bordando tu vida. Entonces yo le replico: Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿porqué no son más brillantes? El Padre parecía decirme: Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en mí  y un día aquí, sobre mi regazo, verás el plan desde mi posición y entenderás... Que el Señor acreciente tu fe y confianza filial.

Pedaleando cuesta arriba
Aquel día estaba sentado junto a un camino que conducía a lo alto de una colina. Observé a un muchacho montado en bicicleta que se esforzaba en subir por la colina teniendo incluso el viento en contra. Evidentemente el esfuerzo que tenia que hacer era tremendo. Cuando estaba más fatigado apareció afortunadamente un ómnibus que subía la colina en la misma dirección. Su marcha no era muy acelerada y el joven pudo agarrarse con una mano de los barrotes de subida de la parte trasera del autobús. Puedes imaginarte lo que sucedió. El muchacho subió la cuesta a las mil maravillas.

Cuántas veces tú también estás pedaleando cuesta arriba contra toda clase de oposiciones y te encuentras casi extenuado por el esfuerzo. Recuerda que tienes a mano un poder disponible, la energía que te da la confianza en Dios. Ora así: “El Señor es mi fuerza y mi poder, confiaré y no temeré”. El transformará tu debilidad en fortaleza y tu cansancio en renovado vigor.
Gracias por tu visita!!!