domingo, 10 de agosto de 2014

10 agosto 2014 – Domingo 19º A – Tranquilícense – Resonancias

Salvado del abismo
Suceden cosas en la vida que te hacen sufrir mucho, pero después de poco o de mucho tiempo adviertes que fue lo mejor que te pudo pasar. Como aquel señor que llegó tarde al aeropuerto por un embotellamiento de tránsito. Estaba todavía lamentándolo con un amigo, cuando se propaló la noticia de que el avión apenas remontado se precipitó fatalmente a tierra.

El pintor inglés Thornbill recibió el honroso encargo de pintar el interior de la cúpula de la catedral de San Pablo en Londres. Luego de muchos meses de arduo trabajo terminó este importante compromiso. Para mirar bien su obra de arte retrocedió poco a poco sobre el andamio para  apreciarla en su conjunto. Sin darse cuenta estaba llegando al borde del andamio en lo alto de la cúpula. Medio paso más y hubiera caído fatalmente. Uno de sus ayudantes de inmediato tomó un pincel y empezó a pintar una raya horrible a través del cuadro. Indignado el pintor se lanzó hacia el culpable para arrancarle el pincel. Pero su ira se convirtió en gratitud cuando éste le dijo: "Te salvé la vida, pues corriste hacia delante y te alejaste del abismo".

A veces Dios hace lo mismo con nosotros: para salvarnos de desgracias irreparables dispone algún acontecimiento que nos duele, pero que en su designio de amor nos hará crecer en madurez, o superar un vicio que nos esclaviza, o prescindir de una amistad peligrosa, o abrir la mente a enfoques más generosos y altruistas… Confía en el Señor que te ama.

Alpinista en el vacío
Un alpinista, ardiendo en deseos de conquistar una altísima montaña, inició su travesía después de años de preparación. Pero, como quería la gloria sólo para él, subió sin compañeros. Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, visibilidad cero, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y se desplomó por el aire. El alpinista solo podía sentir la terrible sensación de la caída en medio de la total oscuridad. En esos momentos de angustia, le pasaron por su mente todos los episodios gratos y no tan gratos de su vida. De repente, sintió el fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca de la montaña.

En ese momento de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío! De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:  ¿Qué quieres, hijo mío? Sálvame, Dios mío. ¿Realmente crees que yo te pueda salvar? Por supuesto, Señor.  —Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Aquel alpinista, aterrorizado, se aferró más aún a la cuerda.  Al día siguiente el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, colgado de la soga… a tan solo dos metros del suelo. ¿Y tú? ¿Confías en Dios cuando te pide lo que parece contrario a tus intereses?, ¿Cortarías la cuerda?

Durante una inundación
Cierto individuo de apellido Sánchez se hallaba sobre el tejado de su casa durante una inundación, observando el agua que subía y subía, hasta llegarle a los pies. Poco después pasó un hombre, remando en una canoa, y le gritó: Señor, ¿quiere que lo lleve a un lugar alto?

No gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará. Pasó el tiempo, y el agua le llegó a Sánchez hasta la cintura. En eso se detuvo allí una lancha a motor, y desde dentro gritó una voz:
—¿Quiere que lo lleve a un terreno más alto?
No, gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará. Poco después se acercó a Sánchez un helicóptero, cuando el nivel del agua le llegaba ya al cuello.
Préndase de la cuerda, y yo lo subiré, le gritó el piloto.
No, gracias. Tengo fe en el Señor, y él me salvará.

Desconcertado, el piloto dejó a Sánchez en el tejado, casi cubierto por las aguas. Al cabo de dos horas de permanecer en ese sitio, el pobre hom­bre, exhausto, no pudo resistir más. Se ahogó y fue a recibir su recompensa. Mientras aguardaba ante las puertas del paraíso, se halló frente a su Creador, y se quejó de lo que le había ocurrido.
Señor, yo tenía total fe en que tú me salvarías, pero me abandonaste. ¿Por qué?
Y el Señor le respondió: —¡Te mandé una canoa, una lancha y un helicóptero! ¿Qué más que­rías?  

Este cuento expresa una reali­dad muy repetida. Mucha gente supone que todo lo tiene que hacer Dios, olvidando el viejo dicho español: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Tenemos que rezar como si todo dependiera de Dios, pero actuar como si todo dependiera de nosotros.

Don Bosco espera turno, durmiendo
Si te acostumbras a dejar en las manos del Señor todas tus cosas, todo te irá mejor, todo se resolverá con tranquilidad según sus designios. Él espera que te abandones confiadamente en sus manos, y no permitirá que te aturdas y agites por los problemas de la vida. Los santos nos han dejado ejemplo de este abandono confiado en el Señor; entre ellos, san Juan Bosco.

Un día Don Bosco fue llamado por un ministro, que lo amenazaba con cerrar los colegios salesianos. Va a la cita y encuentra un cómodo sillón. Cualquier otra persona hubiera estado preocupada, pensando, llena de agitación... pero el santo de los niños y jóvenes se durmió, pues estaba muy cansado. Y así permaneció con los brazos cruzados y la cabeza reclinada contra el pecho. Así lo encontró el ministro. Él tenía toda la confianza puesta en Jesucristo y sabía que no tenía que angustiarse.

El bordado de mamá
Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella se sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba.  Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba.  Más tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome:

Hijo, ven y siéntate en mi regazo.  Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver una hermosa flor o un bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos enredados. Entonces mi mamá me decía: Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, qué bello.

Muchas veces he mirado al Cielo y he dicho: Padre, ¿qué estás haciendo?  Él responde: Estoy bordando tu vida. Entonces yo le replico: Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿porqué no son más brillantes? El Padre parecía decirme: Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en mí  y un día aquí, sobre mi regazo, verás el plan desde mi posición y entenderás... Que el Señor acreciente tu fe y confianza filial.

Pedaleando cuesta arriba
Aquel día estaba sentado junto a un camino que conducía a lo alto de una colina. Observé a un muchacho montado en bicicleta que se esforzaba en subir por la colina teniendo incluso el viento en contra. Evidentemente el esfuerzo que tenia que hacer era tremendo. Cuando estaba más fatigado apareció afortunadamente un ómnibus que subía la colina en la misma dirección. Su marcha no era muy acelerada y el joven pudo agarrarse con una mano de los barrotes de subida de la parte trasera del autobús. Puedes imaginarte lo que sucedió. El muchacho subió la cuesta a las mil maravillas.

Cuántas veces tú también estás pedaleando cuesta arriba contra toda clase de oposiciones y te encuentras casi extenuado por el esfuerzo. Recuerda que tienes a mano un poder disponible, la energía que te da la confianza en Dios. Ora así: “El Señor es mi fuerza y mi poder, confiaré y no temeré”. El transformará tu debilidad en fortaleza y tu cansancio en renovado vigor.

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