domingo, 28 de diciembre de 2014



28 dic. 2014 – Sagrada Familia B – Cuida y salva tu familia – Resonancias
Lucas 2, 22-40

El poder de la paciencia
Santa Mónica había comprendido que la paz es un don de Dios tan valioso, que vale la pena hacer cualquier sacrificio para no perderla por ningún motivo. El precio era una imperturbable paciencia con su hijo Agustín y con su esposo, los dos irascibles por demás. San Vicente Ferrer daba una recomendación especial a las esposas cuando eran insultadas por sus maridos.

San Vicente Ferrer regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba: "Cuando su esposo empiece a insultarla, échese un poco de esta agua a la boca y no se la trague mientras el otro no deje de ofenderla". Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque, como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas.  

La paciencia es una madurez. Presupone virtudes tan sólidas como la humildad y la fe en Dios. Conseguirás la paciencia meditando en Jesús bondadoso, sufrido, servicial, y suplicándole vuelva tu corazón a semejanza del suyo, manso y humilde. Que el Señor te ayude a dar pasos para crecer en esta virtud tan necesaria. P. Natalio.

Cuida y salva tu familia
La Reina de la Paz, Ntra. Sra. de Medjugorje, en sus mensajes declara un objetivo del Enemigo:

“Queridos hijos, hoy los invito a renovar la oración en sus familias, para que cada una de ellas se transforme en alegría para mi Hijo Jesús. 25.01.92
En estos tiempos Satanás quiere suscitar el desorden en sus corazones y en sus familias. Hijitos, no cedan. No deben permitirle que los dirija a Uds., ni dirija sus vidas. 25.01.94
El fruto de la paz es el amor, y el fruto del amor es el perdón. Hijitos, los invito a todos a perdonar, en primer lugar en sus familias. 25.01.96
Queridos hijos, hoy los animo nuevamente a poner la oración en el primer lugar en sus familias, porque Satanás quiere destruirlas 25.04.96 y  25.06.95”.

Nunca a la otra orilla

Cuántas veces ansiamos maravillosos jardines que se ven a lo lejos en el horizonte, mientras nos olvidamos de aspirar la fragancia y admirar la belleza del rosal plantado junto a nuestra ventana. Gran parte de la infelicidad humana nace de no valorar todo lo que tenemos (tal esposa/o, hijos, casa, auto, etc.) y dejarnos arrastrar por la envidia comparándonos con los demás.

¿Por qué miras siempre hacia el otro lado? ¿Por qué piensas siempre que los otros, amigos, conocidos y vecinos, son más dichosos, y dices con ligereza: “A los otros les va mucho mejor, y yo doy lo mejor de mí y no llego a nada”? La otra orilla siempre es más bella. Yace muy lejos. Como petrificado, miras fijamente hacia la bella claridad. Jamás tuviste en cuenta que también los de la otra orilla te observan y piensan que posees mucha más felicidad, pues ellos solo ven tu parte agradable. Tus pequeñas y grandes preocupaciones no las conocen. Vivir feliz es un arte. Para ello conviene sentirse satisfecho. La felicidad no está en la otra orilla. ¡Está en tu forma de ver tu orilla!  Aprecia la orilla donde Dios te puso, y no creas que la otra es la mejor, pues Dios te puso donde debes estar.

Enumera tus bendiciones, todo lo positivo y gratificante que hay en tu propia vida, y tendrás sentimientos de gratitud y alegría que te harán feliz. Está siempre vigilante para no dejarte atrapar de la insatisfacción y descontento que paralizarían tus energías. El desafío de tu vida es florecer allí donde Dios te ha puesto, con la esposa/o que elegiste, con los hijos que Dios te ha dado. Que él te proteja y bendiga. P. Natalio.

Señor, bendice a mi familia
La oración es la llave que abre los tesoros del cielo. Es el puente siempre accesible por el que llegamos a Dios. El arte de orar es el arte de amar al Señor. Pero orar bien es un regalo de Dios. Por lo tanto, implora que envíe su Espíritu para que llene tu corazón con el fuego de su amor.
Señor, bendice a mi familia, a mis amigos y a sus familias. Revélales tu amor y tu poder. Señor, muéstrate en este momento: que donde haya dolor, nos des paz y consuelo y donde haya duda, tengamos confianza porque creemos en ti. Jesús, visita mi casa y llévate mis problemas, angustias y dolores. Señor, contágiame tu fuerza, para que yo también pueda aceptar la voluntad del Padre. Hoy vengo a ti, lleno de dolor, a llorar mis penas en tus brazos, Recurro a ti para que me libres y destrabes de todos los males que me acechan y me impiden ser feliz. Espero confiadamente en ti. Vivo confiadamente en ti.

La familia que reza unida permanece unida y reproduce el clima de la casa de Nazareth: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino. Esa oración alcanza su culmen cuando la familia participa de la Misa del domingo. P. Natalio.

El círculo del odio
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso.
Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada. El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole:

"Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos...

En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor.

La familia: lo más bello
Con la esperanza de poder pintar "lo más bello del mundo", un artista mientras recorría su camino, preguntó a tres personas lo que creían que podía ser lo más bello en este mundo.

"La fe", le respondió un sacerdote: "la encontrarás en cada altar". "El amor", le dijo una joven esposa. “El amor convierte la pobreza en riqueza, endulza las lágrimas; convierte lo poco en suficiente. Sin él no hay bellezas”. "La paz, es lo más bello del mundo", le respondió un soldado. "La guerra es horrorosa. Donde hay paz, hay belleza".

"¡Fe, Paz, Amor! ¿Cómo podré pintar un cuadro con estos tres valores?", cavilando, se preguntaba el artista… Y al entrar de regreso en su casa, vio fe en los ojos de sus hijos y amor en los ojos de su esposa. Y en el ambiente sereno de su hogar percibió la paz que la fe y el amor habían creado. Cuando pintó "lo más bello del mundo", pintó el Hogar.

¿A cuál hijo quieres más?
Preguntó Dios a una madre: —¿A cuál de tus hijos quieres más? Y ella respondió:

—Señor, al ausente, hasta que vuelva; al enfermo, hasta que sane; al triste, hasta que de nuevo esté alegre; al preso, hasta que recobre la libertad; al que sufre, hasta que se sienta consolado; al malo, hasta que otra vez sea bueno; al que le falta todo, hasta que no le falte nada; al descarriado, hasta que retorne al buen camino; al que está solo, hasta que no padezca de su soledad. onmovido, dijo entonces Dios: —No sé por qué dudan algunos de que hay un Dios en el cielo, si hay tantas madres como tú en la tierra.

El amor auténtico se manifiesta en servir, ayudar, proteger. “Obras son amores, y no buenas razones”, dice el refrán español. Bajar a lo concreto, aterrizar en la realidad de la vida, es el signo del amor maduro. Evidentemente esto requiere sacrificio, entrega y olvido de sí mismo. P. Natalio.

domingo, 21 de diciembre de 2014



21 diciembre 2014 – 4° Adviento B – Ave María, el Señor… – Resonancias
 Lc. 1,  26-38

Papas y santos aconsejan
En las Revelaciones de santa Matilde se lee que la Virgen María le dijo con relación a su petición frecuente de que la asistiera en la hora de la muerte: Sí, lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres avemarías, conmemorando en la primera el poder recibido del Padre eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo (Libro de la gracia especial o Revelaciones de santa Matilde, capítulo XLVII).
Esta devoción de las tres avemarías fue recomendada por algunos Papas como Pío IX, que las rezaba cada día después de cada misa. Y esta costumbre de rezar tres avemarías después de la misa, la extendió el Papa León XIII a todos los sacerdotes de la Iglesia. Muchos santos también aconsejaron esta devoción, especialmente, san Leonardo de Puerto Mauricio y san Alfonso María de Ligorio. 
¡Cuántas personas han podido comprobar en su propia vida la eficacia de esta devoción de las tres avemarías! Un pequeño obsequio, ofrecido a María, nos puede obtener la salvación.

Un mudo empezó a hablar
En 1959, el padre redentorista Luis Larrauri confesó a un mudo. Dice así: Después de haber dirigido una misión popular, el hijo de un caballero me suplicó que fuera a confesar a su padre, que llevaba tres meses mudo y estaba gravísimo por efectos de una embolia. Fui a su casa y entré en la habitación del enfermo. Le dije: “Esté usted tranquilo, yo le haré preguntas y usted me responde sí o no con la cabeza.”
Entonces, el caballero rompió a llorar. Y con voz alta y distinta se confesó. ¡Yo no salía de mi asombro! Y él me dijo: “Padre, usted va a comprender inmediatamente por qué hablo en estos momentos. Desde los diez años tomé la costumbre de rezar por la mañana y por la tarde las tres avemarías, que me aconsejaron los misioneros. Desde los catorce años, perdí toda práctica religiosa, menos las tres avemarías. Ningún día las omití, pidiendo también la gracia de no morir sin hacer una buena confesión, porque necesitaba confesarme bien desde mi primera comunión a los ocho años…”
Al terminar la confesión, quedó mudo otra vez. A las doce de la noche, de ese mismo día, había muerto en la paz de Dios (Bengoechea Ismael, Relatos de Santa María, Cádiz, 1984, p.97).

Perdidos en la inmensidad de los Andes
Un misionero del Perú contaba que, en 1967, hizo una visita turística a un pueblecito de la cordillera de los Andes. Al regresar, el coche se averió en un pequeño poblado perdido en la inmensidad de aquellos montes. Mientras el mecánico arreglaba el coche, se le acercó un hombre de mediana edad que, dirigiéndose a él, que llevaba sotana, le dijo:

Padrecito, le ruego venga conmigo a mi casa, porque mi madre anciana está muy enferma y quiere un sacerdote. El sacerdote más próximo está a 300 km de aquí y no hay tiempo para ir a buscarlo, porque puede morirse en cualquier momento.

Al llegar el sacerdote a su casa, la anciana le dijo que, durante toda su vida, le había pedido a Dios la gracia de no morir sin confesión, rezando tres avemarías por esta intención. Y Dios le concedía ahora esa gracia por medio un sacerdote, que se había detenido en el poblado por efecto de una avería, que Dios había permitido, para ayudar a aquella anciana a morir bien confesada y preparada para el viaje a la eternidad.

Ciertamente, las tres avemarías, rezadas todos los días a la Virgen, le habían obtenido esa gracia de Jesús por intercesión de María (Valadez Jiménez Ángel, Corona de estrellas, Málaga, 1985, p. 157).

Diez mil enfermos informados
Un misionero redentorista contaba que, en 1959, envió la estampa con la devoción de las tres avemarías a diez mil enfermos. Al poco tiempo, le llamaba un hombre ilustre en el mundo de las Letras y de la Jurisprudencia, al que conocía desde hacía ocho años. Le dijo que quería confesarse, después de más de cincuenta años. El misionero le preguntó: “¿Por qué?”.

 “Desde que recibí su carta, tomé la estampa y empecé a rezar las tres avemarías. Y esta mañana he sentido el impulso de confesarme. Y el padre dice: Lo confesé y, al mes exacto, moría de repente con la alegría de estar bien confesado, pues se había confesado de nuevo dos días antes de morir” (.Tomado de la revista Miriam de julio-agosto de 1959).

Un obispo llega de incógnito
En 1968, en Rusia, recrudeció la persecución contra los cristianos. El obispo católico de cierta diócesis, tuvo que huir precipitadamente, vestido de campesino. Al llegar la noche, se acercó a una casa de campo para pedir alojamiento. Era un matrimonio con varios hijos pequeños, lo acogieron bien y le ofrecieron de cenar. Le informaron que el anciano padre de uno de ellos estaba muy enfermo desde hacía algunos días. Al día siguiente, antes de despedirse, el obispo, que estaba de incógnito, pidió saludar al anciano enfermo. Entonces, el anciano le dijo, sin saber quién era:

Mire usted, yo sé que estoy muy grave, pero sé que por ahora no moriré. Soy católico y todos los días he rezado tres avemarías a la Virgen María para que, a la hora de mi muerte, sea asistido por un sacerdote, que me prepare a bien morir. Y, como todavía no hay sacerdote, por eso, estoy seguro que todavía no voy a morir.

Emocionado, el obispo le dijo que él era el obispo de aquella diócesis y que podía confesarlo y darle la unción de los enfermos. Incluso, celebró la misa y le dio la comunión.

De esta manera, la Virgen María premiaba a aquel buen creyente con la gracia de una muerte santa. Había permitido que el obispo perseguido llegara, precisamente, a su casa para premiarle por su devoción. A los dos días, murió en la paz de Dios  (La devoción de las tres Avemarías, Madrid, 1975, pp. 53-58).

Nunca dejó de rezar las tres avemarías
Un sacerdote jesuita estaba confesando en el templo del Pilar de Zaragoza, cuando vio que un oficial del ejército se arrodillaba a los pies de la sagrada imagen. Parecía que tenía problemas, pues estaba un poco inquieto y turbado. Después de un rato, se retiró. Pero, luego de unos minutos, volvió de nuevo a arrodillarse frente a la imagen de María. También se retiró, después de unos momentos de oración; pero regresó igualmente al cabo de unos minutos.

Cuando se levantó la tercera vez, fue directamente al confesionario. Allí le contó al sacerdote lo que le había pasado. Vivía muy alejado de Dios y de la Iglesia, pero nunca había dejado de rezar tres avemarías cada día tal como le había encargado su madre antes de su muerte, y había venido a Zaragoza a visitar el templo del Pilar, para cumplir también una promesa que le hizo a su madre.

Al arrodillarse ante la imagen, había oído claramente que la Virgen le decía: “Confiésate”. Había querido salir de la iglesia, pero regresaba, impelido por una fuerza superior. Y otras dos veces más oyó la voz: “Confiésate”; a la tercera, ya no pudo resistir más y se acercó a confesarse, después de 36 años. Luego recibió la comunión. Y se pasó la tarde, rezando rosarios, hasta que el sacristán se vio obligado a avisarle que iban a cerrar el templo.

En este caso, como en otros muchos, la devoción de las tres avemarías obtuvo para él la gracia de la conversión (Nazario Pérez, en la revista Propagador de las tres Avemarías, octubre de 1966)

Oración ante el arbolito de Navidad
Bendito seas, Señor y Padre nuestro, que nos concedes recordar con fe en estos días de Navidad los misterios del nacimiento de Jesucristo. Concédenos, a quienes hemos adornado este árbol y lo hemos embellecido con luces, vivir también a la luz de los ejemplos de la vida santa de tu Hijo y ser enriquecidos con las virtudes que resplandecen en su santa infancia. Gloria a él por los siglos de los siglos. Amén.

En www.autorescatolicos.org - P. Ángel Peña, lee el libro “María, Madre nuestra”. Allí encontrarás abundante y excelente material sobre la Virgen María.

lunes, 15 de diciembre de 2014

14 diciembre 2014– 3° Adviento B – Alegre espera del Señor – Resonancias
Juan 1, 6-8.19-28


Alegría profunda
La oración es el clima adecuado para que prosperen y se desarrollen las tres grandes virtudes: fe, esperanza y caridad. Y cuando estas virtudes teologales, que nos relacionan directamente con Dios, se adueñen de tu corazón, te sentirás arraigado también en la paz, la alegría profunda y la fortaleza de ánimo. Aquí te ofrezco un mensaje de la Reina de la Paz.

“¡Queridos hijos! También hoy los invito: oren, oren, oren. Solamente en la oración estarán cerca de mí y de mi Hijo, y se darán cuenta de cuán breve es esta vida. En su corazón nacerá el deseo del Cielo; la alegría reinará en su corazón y la oración fluirá como un río. En sus palabras habrá solamente agradecimiento a Dios por haberlos creado, y el deseo de la santidad llegará a ser realidad en ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”

En las causas de personas propuestas para ser declaradas santas por la Iglesia, se examina, en primer lugar, si se distinguieron por vivir en forma heroica las tres virtudes teologales. Te sugiero, pues, pedir cada día al Señor, con fervor de espíritu, que imprima en tu corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad. P. Natalio.

Corazón navideño
Navidad se acerca en medio de la aceleración que trae el último mes del año. También hay síntomas de fatiga y agotamiento que exigen unas buenas vacaciones, lejos de las tareas habituales… Navidad, Año Nuevo y días de descanso son la oportunidad que Dios te regala para afrontar 2015 con nuevas energías, nuevas ideas, nueva vida, nueva actividad.

Si tienes tristeza, alégrate, la navidad es gozo. Si tienes enemigos, reconcíliate, la navidad es paz. Si tienes amigos, búscalos, la navidad es encuentro. Si tienes padres a tu lado, ayúdalos,  la navidad es don. Si tienes soberbia, sepúltala, la navidad es humildad. Si tienes deudas, págalas, la navidad es justicia. Si tienes pecados, conviértete, la navidad es gracia. Si tienes tinieblas, enciende tu lámpara, la navidad es luz. Si tienes errores, reflexiona, la navidad es verdad. Si tienes odio, olvídalo, la navidad es amor.

Ahora, sosiega tu corazón, apacigua tu mente y elévate a una visión eterna de tu tiempo. En medio de la confusión de estos días, afloja las tensiones de tus nervios y músculos con la música del canto de los arroyos que viven en tu memoria. Pide al Señor te inspire a profundizar tus raíces en el suelo de los valores perdurables de la vida. Dios te bendiga. P. Natalio.

El guerrero y su esposa
La tormenta es un buen símbolo de nuestras crisis, angustias, pérdidas, fracasos…A saber, de todo lo que se presenta como algo doloroso, funesto e indeseable en tu vida. Pero son inevitables. Lo bueno es encontrar en todas ellas el lado positivo. Muy expresivamente escribió Luis Veuillot:  “Hay bendiciones de Dios que entran en casa rompiendo los cristales”.

Un valiente guerrero regresó a su pueblo después de haber combatido por su patria. Al llegar a casa, su alma se derrumbó, cuando le dijeron que su amada esposa había muerto. Abatido por el dolor, fue a consultar a un sabio anciano y, entre otras cosas, le preguntó: — ¿Qué puedo hacer para no olvidarme de mi querida esposa? —Construye un pozo en el desierto: -dijo el anciano-. Así, todas las caravanas darán gracias a Dios por calmar la sed y por tu amada esposa. Hizo el pozo y descubrió el apenado guerrero que había ganado la batalla más importante de la vida: Había derrotado la desesperación y el pesimismo.

“La lección más significativa que puede aprender el hombre en su vida no es que en el mundo hay dolor, sino que depende de nosotros sacar provecho de él, pues se nos ha permitido transformarlo en gozo”, (R. Tagore).  Bien recibido y madurado, el dolor acrecentará tu caudal de sabiduría, paz y amor.  Recuerda aquel versito que Don Bosco decía a los niños y jóvenes de su Oratorio: “Tristeza y melancolía, ¡fuera de la casa mía!”.

Capilla divertida 
¿Cultivas la alegría, la cordialidad, el buen humor? San Ignacio decía: “Me gusta ver reír a la gente. Un cristiano no tiene ningún motivo para estar triste y tiene muchos para estar alegre”. Y el P. Federico Faber: “No hay madera de santo en un alma melancólica; la alegría es como un misionero que predica a Dios haciéndolo amar”. En el avisador de una capilla se leía:

- El viernes, a las diecinueve, los niños del Oratorio representarán la obra “Hamlet” de Shakespeare, en el salón de la Capilla. Se invita a toda la comunidad a tomar parte en esta tragedia.
- Tema de la catequesis de hoy: “Jesús camina sobre las aguas”. Catequesis de mañana: “En búsqueda de Jesús”.
- El precio para participar en el cursillo sobre "oración y ayuno" incluye también las comidas.
- Por favor, pongan sus limosnas en el sobre, junto con los difuntos que deseen que recordemos.
- El párroco encenderá su vela en la del altar. El diácono encenderá la suya en la del párroco, y luego encenderá uno por uno a todos los fieles de la primera fila.
- El mes de noviembre terminará con un responso cantado por todos los difuntos de la parroquia.

Considera además que la risa es un buen factor de relajación para combatir el estrés. Beneficia la digestión y ayuda a conciliar el sueño. La jovialidad establece y afianza cálidas y duraderas relaciones humanas. El buen humor nos hace dar a los acontecimientos y a las personas su verdadera dimensión. Que también el sol de la alegría ilumine hoy tu vida. P. Natalio.

Padece melancolía
Un día llegó un hombre al consultorio de un famoso médico de París. Luego que el doctor lo examinó minuciosamente, dijo al paciente:
Lo que Ud. padece no es más que melancolía… Y ese estado de ánimo hay que combatirlo con mucha distracción, esparcimiento, diversiones…
Su consejo es excelente, doctor; lo difícil será encontrar aquello que sea capaz de distraerme.
El remedio lo hallará yendo a ver algunas de esas divertidas comedias de Molière, y que con tanto éxito se representan en la Comedia Francesa.
El paciente miró al médico y respondió: Creo que ese remedio será ineficaz. Molière soy yo.

Lleva alegría a los demás
1. Un hombre tiene un accidente con su nuevo Mercedes rojo y llega la policía al lugar del suceso. Allí se encontraron al accidentado en el suelo gritando entre sollozos por su coche que estaba destrozado. Los policías entonces le dicen:
 Pero, ¡hombre!, ¡como se lamenta por su coche...! ¿No se da cuenta que ha perdido su brazo izquierdo? El hombre, con cara de terror, grita:
  ¡Cómo! ¡Que he perdido mi brazo izquierdo! ¡Dios mío, mi Rólex! ¿Dónde está mi Rólex?

2. En un zoológico se escapó un león y, te imaginas, los visitantes llenos de pánico, corrían enloquecidos para todos lados.
Entre la gente había un paralítico en su silla de ruedas. Todos gritaban:
 — ¡Uy, uy! ¡El paralítico! ¡El paralítico!
Entonces el lisiado exclamó haciéndose oír por todos: —¡Por favor, déjenlo elegir a él!

3. Un hombre rico pero muy avaro estaba llorando. Un amigo lo vio y se acercó preocupado por su lamentable situación:
Pero Samuel, ¿qué te pasa?
Es que a mi peine se le ha roto un diente, y ahora tengo que comprarme uno nuevo.
Pero hombre, no es para tanto, total, puedes seguir peinándote con ese peine aunque le falte un diente. No, no lo entiendes, es que era el último diente que le quedaba...

4. — ¡Baja de ahí, sinvergüenza, y dime tu nombre! – le gritó el propietario a un niñito que estaba subido en un árbol robándole las manzanas. —¿Para qué quiere saber mi nombre?
—Para llamar a tu padre y decírselo.

—Pues búsquelo en la copa de aquel otro manzano... 

domingo, 7 de diciembre de 2014



7 diciembre 2014 –2° Adviento B – Preparen el camino – Resonancias
Marcos 1, 1–8


Regalo de la Virgen María
Aquel 25 de agosto de 1981, en Medjugorje, la Virgen dijo a los jóvenes videntes que todo el que quisiera podría tocarla. Después de intercambiar algunas palabras, la celestial aparición les pidió: Vayan a buscarlos y tráiganmelos ustedes mismos. Entonces podrán tocarme. Esto es algo nuevo…Los videntes sorprendidos obedecen. Explican a la gente reunida el regalo que les propone la Virgen María y los ayudan a acercarse porque ninguno la ve. Los aldeanos van pasando y la tocan quien en el hombro, quien en la cabeza, o en el velo o en los brazos. Y cada uno siente su presencia muy real, a pesar de no verla ni oírla.
La emoción es intensa e inolvidable. Pero entretanto los videntes observan que aparecen unas manchas sobre el vestido de la Santísima Virgen. ¡Madre! Tu vestido se volvió todo sucio. Le dicen consternados los videntes. ¡Son los pecados de aquellos que me tocan! Respondió ella humildemente. ¡Dejen de tocar a la Virgen!
Gritan ellos a la gente. ¡Paren! Entonces la Virgen les habló seriamente de la confesión. No hay nadie en el mundo que no necesite confesarse al menos una vez al mes. Aquella noche varios sacerdotes pasaron toda la noche confesando a una oleada de pecadores que pedían el sacramento.

Dame tus pecados
San Jerónimo vivió durante 25 años en la gruta del nacimiento de Jesús, mientras se dedicaba a la traducción de la Biblia al latín, por encargo del Papa San Dámaso. Un día hizo esta oración:
Querido Niño, ¿cómo podré compensarte, ya que para hacerme feliz, has bajado a esta pobre gruta y has padecido tanto por mí?
Alaba a Dios, oyó que decían, y glorifícalo con las palabras: “Gloria a Dios en las alturas”.
Pero yo, querido Niño, quiero darte alguna cosa; quiero darte todo mi dinero.
Dalo a los pobres y será como si me lo hubieras dado a mí.
Sí, lo haré; pero, yo quiero darte alguna cosa también a ti; si no moriré de dolor.
Entonces dame tus pecados; los quiero para mí; para borrarlos.
¡Oh querido Niño, dijo el Santo llorando; toma todo lo que es mío y dame todo lo que es tuyo!

Gime el desierto…
¿Ha perdido “actualidad” la palabra pecado? Pareciera que sí. Sin embargo es una radical experiencia humana. Basta mirar con sinceridad dentro de nosotros para descubrir una cuota de egoísmo y de fragilidad que nos induce a hacer el mal que deberíamos evitar y a no hacer el bien que estamos llamados a practicar.

Refieren los viajeros que, cuando el viento a la caída de la tarde roza la arena del desierto, se oye a lo lejos algo así como un suspiro prolongado: “Escucha” –dice entonces la voz del beduino–  “el desierto se lamenta, porque quisiera ser pradera“. En cuántos hombres, caídos por el pecado, existe la añoranza de lo que podrían ser y no son...

Nunca el hombre es tan grande como cuando cae de rodillas y pide ser purificado, cuando, desde lo profundo del alma grita: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad; por tu gran compasión, borra mis faltas!”, (Sal 51, 3) ¡Cuánta paz trae una confesión hecha con humilde arrepentimiento!

Sorprendente conversión
El P. Mateo Crawley, infatigable misionero, narró la siguiente anécdota. Una niña se presentó un día en mi parroquia. Terminada la confesión de sus pecados, me dijo: Padre yo veo todos los días a Jesús. ¿Y cuándo lo ves? Apenas recibo la Comunión y regreso a mi puesto, Jesús se pone a mi lado y hablamos. ¿Y los otros no lo ven también? No lo sé, Padre. ¿Y qué es lo que te dice? Me dice siempre que me quiere mucho y que quiere ser muy amado. ¿En qué forma ves a Jesús? Corno un niño. ¿Y qué cosas le preguntas? Nada, Padre. ¿Qué cosas le puedo preguntar?

Quise entonces cerciorarme de que Jesús realmente se le aparecía a esta niña y, para hacerlo, se me ocurrió una prueba. Le dije: Escúchame, pequeña. La próxima vez que veas a Jesús después de hacer tu comunión, le dirás que yo deseo convertir a un pecador, que me lo mande. Y después vendrás a decirme lo que Jesús te responda.

Al día siguiente, finalizada la Misa, se presentó de nuevo la niña en el confesonario. Padre, ha venido Jesús y me ha dicho que e! pecador llegaría enseguida. Entretanto advertí que a la iglesia acababa de entrar una persona. Me dirigí entonces hacia el fondo de la iglesia. Se encontraba allí un hombre de rostro turbado. Daba la impresión de que quería hablarme. Padre, hace muchos años que no entro en una iglesia, pero hace media hora he sentido una voz interior que me urgía a hacerlo. Ha sido tan insistente que me he decidido entrar, pues tengo una sensación de que si no me confieso no podré vivir nunca más en paz. La conversión de este pecador era la prueba más maravillosa de la aparición de Jesús a esa niñita.

Don Bosco confesor
El 24 de mayo de 1884, estaba Don Bosco confesando en la sacristía del santuario de María Auxiliadora, cuando un hombre  de unos treinta años se detuvo a mirarlo; y, aunque no tenía ganas de confesarse, sintió dentro de sí una fuerza que lo retuvo allí parado como una estatua.

Don Bosco escuchó la confesión del último jovencito, se volvió al desconocido y lo invitó a arrodillarse. Lo que ocurrió entre él y el penitente sólo Dios lo sabe, pero alguien que estaba en la sacristía oyó sollozar a aquel señor como un niño y  lo vio levantarse con la cara bañada en lágrimas. Le preguntaron qué le había ocurrido y respondió:

¡Oh, qué bueno es Dios! Es la Virgen quien me ha hecho venir aquí; es aquella imagen tan bella la que me ha tocado el corazón. Y fue ante la imagen de María Auxiliadora y no acababa de llorar y rezar.

La medalla de la Virgen María
El 4 de septiembre de 1868, Don Bosco les habló así a los jóvenes:”Hace pocos días había en el hospital una mujer gravemente enferma que no quería confesarse. Aumentaba el peligro de muerte y le propusieron que me llamaran. Ella contestó: Venga el que quiera; no me confesaré.
Fui y en cuanto llegué, dijeron a la enferma: Ha llegado Don Bosco. Cuando esté curada me confesaré. Es que Don Bosco te hará sanar. Que me cure y entonces me confesaré.
Como yo tenía en la mano una medalla de María Auxiliadora con un cordoncito, se la presenté. La enferma la tomó, la besó y se la puso al cuello. Los presentes lloraban de emoción. Hice que salieran aquellas personas; la bendije y ella se santiguó; le pregunté cuánto tiempo hacía que no se confesaba y se confesó. Cuando terminó me dijo :¿Qué le parece? Hace poco no quería confesarme y me he confesado. .Estaba contenta. Pues yo no sé qué decir, le respondí: mire, es la Santísima Virgen, que quiere que se salve.
Y la dejé con los sentimientos de una buena cristiana. Pongamos, pues, toda nuestra confianza en María, y quien no lleve aún su medalla al cuello, póngasela; y por la noche, y en las tentaciones, besémosla y experimentaremos una gran ayuda para nuestra alma” .

Se levantó lleno de alegría y paz
Un joven, entre 18 y 20 años, se confesaba. Era un obrero alto y fornido. Era la primera vez que se acercaba a Don Bosco. Con voz bastante fuerte, de modo que todos podían oírle, empezó a contar sus debilidades que no eran pocas ni chicas. En vano le indicaba Don Bosco que hablara más bajo e intentaba amortiguar su voz con un pañuelo blanco. Los compañeros más cercanos le tocaban diciéndole: "¡Habla más bajo!". Pero él, sin hacer caso ninguno, seguía como antes y, sin variar de voz, de cuando en cuando daba con el pie a los que le importunaban.

Los jóvenes, tuvieron que taparse las orejas con los dedos para no oír. Cuando recibió la absolución, besó la mano de Don Bosco con un estallido de labios tan vehemente, que hizo sonreír a muchos. Después se levantó para retirarse del confesionario y, al volverse, su semblante tenía una expresión de paz, de humildad y alegría sorprendentes. Buscaba abrirse paso entre la compacta multitud que, de una y otra parte, no hacía más que repetirle:
¿Por qué hablabas tan alto? Todos se han enterado de tus pecados.
El mozo se paró, extendió los brazos y, con un candor singular, exclamó:
¿Y qué me importa a mí que los hayáis oído? Los he cometido, es verdad, pero el Señor me los ha perdonado. De aquí en adelante seré bueno.

Y apartándose, se arrodilló y se quedó inmóvil por una buena media hora dando gracias.
Gracias por tu visita!!!