domingo, 9 de febrero de 2014



9 febrero 2014 – Domingo 5º A – Sal y luz – Resonancias de la Palabra

Testigos de Cristo
El famoso escritor español Ramón Menéndez Pidal, cuatro meses antes de su muerte, el 5 de julio de 1968, llamó desde Madrid a San Sebastián al padre Ignacio Errandonea. Al llegar el sacerdote a su casa, le dijo: Le he llamado, porque quería manifestarle que, desde 1935, estaba yo añorando la fe y las esperanzas que veía en mi hija y en mi esposa. Usted me decía que yo tenía en el fondo esa fe, pero yo no quería, no podía reconocerlo. Ahora todo se me ha iluminado. Me siento ya incorporado a la fe y a las esperanzas de mi mujer y de mi hija y seguro de mi gloria futura. El testimonio de su mujer y de su hija, lo llevaron al final de su vida a aceptar la fe.

Un profesor universitario contaba que un día le llamó un médico conocido suyo y le dijo: Estoy enfermo y deprimido. Le he llamado a usted, porque su constante sonrisa me hace sentir que usted tiene algo que yo no tengo y quisiera tener. ¿Será su fe en Dios? Aquel profesor irradiaba con su vida y con su alegría, la gran verdad de que vale la pena ser católico de verdad.

Vivió su fe hasta dar la vida
Michel Guery, en su libro Juventud, nueva ola frente a Cristo, relata el testimonio de una institutriz polaca que, después de la primera guerra mundial, estaba sin trabajo y debía ayudar económica-mente a su madre, viuda y enferma, así como a un hermanito menor. Por fin, encontró trabajo en  casa de una familia judía. La señora la aceptó con la condición de que no hablara de ninguna manera de religión con sus hijos. Ella aceptó, porque necesitaba trabajar a toda costa.

Los cuatro niños de la familia eran totalmente indisciplinados y ella tuvo que tener mucha paciencia para poder educarlos y hacerles entrar en disciplina para que hubiera paz y orden en la casa. Pero un día, llegó la enfermedad a aquel hogar. El pequeño Halm cayó enfermo de una grave y contagiosa enfermedad y ella tuvo que cuidarlo con ternura, porque su madre tenía miedo de contagiarse y solamente de lejos se asomaba a verlo. Cayeron otros dos niños con la misma enfermedad y ella seguía atendiéndolos con todo cariño. Y los niños llegaron a quererla de verdad y se abrazaban a ella con la confianza de los niños que necesitan cariño y buscan quién se lo dé. Sin embargo, cuando los niños estaban ya curados, también ella cayó enferma de la gravísima enfermedad. Y ¿quién la cuidaría? La llevaron al hospital. Y allí murió. Le abrieron el medallón que tenía al cuello y encontraron un papelito que decía: Puesto que me prohi­bieron hablar de mi fe, quiero vivirla. Ella vivió su fe hasta dar la vida.  Al poco tiempo, toda la familia judía se hizo católica.

Atrévete a manifestar tu fe
En un pueblo de España, llegó un maestro nuevo. Al comenzar la primera clase, lo recibieron de pie. El maestro les preguntó: ¿Por qué están de pie? ¿No rezamos? Si quieren rezar, lo pueden hacer en sus casas o en la iglesia.

Los niños lo comentaron en sus casas y los padres de uno de ellos, le dijeron: Mañana tú te quedas de pie con tus amigos y rezas en voz alta. Al día siguiente, todos los niños de pie rezaron, siguiendo al niño que había comenzado. Y el profesor les dijo: Bueno, por mí como si quieren rezar el rosario. Así rezaban todos los días, antes de la clase, como estaban acostumbrados por el anterior profesor.

Ayuda a conocer a Cristo
El padre Mateo Crawley, el gran apóstol mundial de la devoción al Corazón de Jesús, cuenta que un día después de predicar un sermón en París, lo detuvo una joven obrera y le pidió hablar con él. Como no tenía tiempo, pues le estaban esperando en otra parte, le dio su dirección. Ella le escribió una carta, donde le decía:

Padre, pertenecía a una familia tan desgraciada como impía. A los catorce años ignoraba hasta la existencia de Dios, a pesar de haber sido bautizada. Al pasar un día delante de una iglesia, vi mucha gente y entré. No entendía nada. Al llegar la comunión, le pregunté a una señora qué iba a recibir aquella gente… Aquella señora me explicó lo que era la comunión. Después me compró un catecismo y lo estudié para prepararme a la confesión y comunión. Y sigue el padre Mateo:

Ahora es una religiosa carmelita y hace poco me escribía la Priora: Es la perla de las perlas, la joya de mi comunidad.
Valiente testimonio de pobreza
Carlo Carretto, el conocido escritor italiano, dice que un día, en medio del desierto, encuentra unos 50 indígenas, trabajando en arreglar una carretera destruida, por las lluvias invernales. Y dice: Ofrezco mi “gherba” de 30 litros de agua para su sed. De pronto, entre las bocas que se acercan al cuello de la gherba para beber, veo abrirse una sonrisa que no olvidaré jamás. Pobre, desgarrado, sudoroso, sucio: es el hermano Pablo, un pequeño hermano que ha escogido aquel trabajo para vivir su calvario y mezclarse en aquella masa como levadura evangélica. Conocía muy bien al hermano Pablo, porque habíamos hecho el noviciado juntos. Ingeniero parisino trabajaba en una de aquellas comisiones destinadas a preparar la bomba atómica de Reganne, cuando sintió la llamada del Señor. Lo dejó todo y se hizo pequeño hermano. Ahora estaba allí y nadie sabía que era un ingeniero: era un pobre como los demás.

Allí estaba para dar testimonio de su fe como el granito de trigo que cae a tierra y muere para que dé fruto.
Reaccionar a favor de la verdad
Pero con relación a los ateos y a todos aquellos anticatólicos modernos, quisiera citarles las palabras de un gran profesor de historia y sociología de la universidad de Bruselas (Bélgica), que es agnóstico, racionalista y ex-masón, pero que es sincero y reconoce los valores de la Iglesia. Dice el doctor León Moulin: Ustedes los católicos han permitido que todos les pasaran cuentas, a menu­do falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se les haya imputado. Y ustedes, casi siempre, ignorantes de su pasa­do, han acabado por creerlo hasta el punto de respaldarlos. En cambio, yo, agnóstico, pero también historia­dor que trata de ser objetivo, les digo que deben reaccio­nar en nombre de la verdad. De hecho, a menudo no es cierto lo que les imputan. Pero, si en algún caso lo es, también es cierto que tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las tinieblas ¿Por qué no piden cuentas a quienes se las pi­den a ustedes? ¿Acaso han sido mejores?
Sé sal y luz en el ambiente laboral
¿No crees en los milagros? ¿Te atreverías a decir como Félix Michaud: Ningún creyente tendría la ingenuidad de solicitar la intervención divina para que una pierna cortada vuelva a aparecer, porque un milagro de este género nunca se ha comprobado y se puede decir con toda tranquilidad que nunca lo será? Pues sí existe y probado con documentos probatorios escritos bajo acta notarial y comprobado por cientos de testigos. El escrito se encuentra en el despacho del alcalde de Zaragoza (España). Una copia legalizada del proceso seguido por el arzobispado se encuentra en el mismo pueblo del interesado, en Calanda, cerca de Zaragoza. Un estudio exhaustivo de este milagro está en el libro de Vittorio Messori: El gran milagro. En resumen, el milagro es así: Entre las diez y las once de la noche del 29 de marzo de 1640, mientras dormía en su casa de Calanda, a Miguel Juan Pellicer un campesino de 23 años, le fue restituida repentina y definitivamente la pierna derecha que había sido hecha pedazos por la rueda de un carro y que le había sido amputada cuatro dedos por debajo de la rodilla a finales de octubre de 1637, es decir, dos años y cinco meses antes, en el hospital público de Zaragoza. ¿No lo crees? Investiga y no seas ignorante, porque la ignorancia es muy atrevida.
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En ocasiones, se necesita mucha fortaleza para oponerse a las ideas y costumbres del mundo que nos rodea. Por eso, se necesitan médicos católicos que defiendan la vida a capa y espada, y sean excelentes en su labor. Necesitamos maestros católicos, que enseñen siempre la verdad y no se dejen sobornar por la mentira. Necesitamos historiadores y científicos católicos que descubran la verdad, filósofos católicos, que ayuden a encontrar el sentido de la vida. Y también se necesitan ingenieros, abogados y empresarios de conducta intachable e insobornable. Se necesitan políticos católicos, que velen por el bienestar de todos y no claudiquen ante la mentira, la corrupción o la cultura de la muerte. Necesitamos artistas católicos que creen obras de arte que perfumen nuestro mundo con la belleza sin tener acudir a groserías ni denigrar los valores sagrados. Necesitamos literatos católicos y comunicadores que proporcionen la verdad a través de los medios de comunicación. En una palabra, se necesitan católicos que trabajen por un mundo mejor,  pero siguiendo los principios cristianos del amor, la verdad, la solidaridad y la paz.

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