18 mayo 2014 – Dgo. 5º de Pascua A – Camino, Verdad, Vida
– Resonancias de la Palabra
“Yo soy el camino”
Jesús dijo: “Yo soy el camino”. ¿Qué quiso decir con esas palabras?
Supongamos que estamos en una ciudad extraña y pedimos indicaciones a uno en la
calle. Supongamos que un señor nos responde: “Tome la primera calle a la
derecha y la segunda a la izquierda. Pase delante de la iglesia y doble en la
tercera cuadra a la derecha; el camino que usted busca es el cuarto a la
izquierda”. Si nos dice eso, lo más probable es que nos perdamos a la segunda
cuadra.
Pero supongamos que la persona a quien le hacemos la pregunta nos dice:
“Señor, permítame subir a su coche. Yo lo guiaré hasta allí, pues yo voy en la
misma dirección”. En ese caso, la persona que nos acompaña es el camino y no
nos podemos perder.
Eso mismo es lo que hace Jesús por nosotros. No se limita a darnos
consejos e indicaciones. Se pone junto a nosotros y nos guía, avanza con
nosotros, nos fortalece, nos conduce y nos dirige todos los días de nuestra
vida. No nos había sobre el camino, es el camino. (W. Barclay).
Ángeles
albañiles
En 1973 en Luján de
Cuyo hubo una celebración memorable. Salesianos de las comunidades de Mendoza y
familiares del P. Guillermo Cabrini, fuimos invitados a una Misa y cena en el
Colegio de las Hijas de María Auxiliadora para agradecer a Dios los 80 años que
cumplía nuestro antiguo Padre Inspector. En esa ocasión me impresionó una bonita parábola que dijo el festejado en la
homilía.
“Queridos hermanos: desde hace unos años mi preocupación
principal es prepararme un lugarcito allá arriba, junto a Don Bosco y María
Auxiliadora. Por eso cada día no pierdo oportunidad de enviar para allá buen
material para que los ángeles albañiles me vayan fabricando un confortable chalecito:
ladrillos de sacrificios, baldosas de oraciones, tejas de buenas obras, hierro
de meditación de la Palabra
de Dios, cemento de Eucaristías bien celebradas. Por favor, hermanos, ayúdenme
con sus oraciones para que nada falte al chalecito que espero habitar, gracias
a la misericordia y fidelidad de Dios, por toda la eternidad cantando sus
alabanzas y bendiciendo su nombre”.
En el campo de batalla
El capellán se
acercó al soldado herido, en medio del fragor de la batalla, y le preguntó:
— ¿Quieres que te lea la Biblia?
— Primero dame agua, que tengo sed, dijo el
herido. El capellán le convidó el último
trago de su cantimplora, aún sabiendo que el agua distaba kilómetros.
— ¿Ahora?, preguntó de nuevo.
— Antes dame de comer, suplicó el herido. El
capellán le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila.
— Tengo frío, fue el siguiente clamor; y el
hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña, pese al frío que calaba, y
cubrió al lesionado.
— Ahora sí, le dijo al capellán. Habla de ese
Dios que te hizo darme tu última agua, tu mendrugo y tu único abrigo. Quiero
conocerlo.
Predicación
muy especial
En un día lleno de sol san Francisco de Asís invitó a un fraile joven a
que lo acompañara a la ciudad para predicar. Se pusieron en camino y
recorrieron las principales calle, devolviendo amistosamente el saludo a
quienes se acercaban. De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño o
para hablar con alguno. Durante todo el paseo san Francisco y el fraile
mantuvieron entre ellos una animada conversación. Después de haber camino
durante un largo rato, el fraile joven pareció inquieto y le preguntó a san
Francisco dónde y cuándo comenzarían su predicación.
— Hemos estado
predicando desde que atravesamos las puertas del convento —le replicó el santo—,
¿no has visto cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con
nuestros saludos y sonrisas? ¿No has advertido lo alegres que conversábamos
entre nosotros, durante todo el paseo? Si estos no son unos pequeños sermones,
¿qué es lo que son?
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en
ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que
está en el cielo. (Mateo, 5, 17)
Don
de conocimiento infuso
El P. Pío
era un hombre duro contra todo tipo de pecado, pero tierno y amante de la vida.
Velaba sobre la santidad de la familia y multiplicaba sus oraciones en favor de
las mujeres encinta y los niños. Las señoras iban a pedir su bendición sobre
las criaturas que iban a nacer. A veces hasta le pedían el nombre que convenía
poner al niño.
Un día un
oficial de la policía fue a ver al P. Pío y le dijo: — Padre, mi esposa está encinta. ¿Qué
nombre le daremos al niño? — ¡Llámenlo Pío! -contestó el Padre. El oficial se llenó de alegría; pero
le quedaba una dificultad: — ¿Y si es niña? — ¡Llámenlo Pío, he dicho! Y en
realidad fue un varoncito.
Dos años
después, el mismo oficial fue otra vez a hacer la misma consulta al P. Pío.
— ¡Llámenlo Francisco! El oficial, un poco dudoso, contestó: — Padre, si nos fue bien la primera
vez, ahora puede ser una niña. — Hombre de poca fe, ¡hazme caso! Y otra vez fue niño.
Este
oficial anteriormente era un enemigo del P. Pío, contando historias y difamando
su apostolado. Luego, como tantos otros, fue a verlo por curiosidad. Entonces
el P. Pío lo enfrentó con energía diciéndole: —¿Por qué vas contando todas esas
tonterías, si no me has visto nunca? ¡Primero fíjate y luego habla!
Sabiduría
de un ciego
Acompañado
por un terciario franciscano, Pietruccio, ciego desde niño, fue a visitar al P.
Pío. Al llegar, el padre le dirigió la palabra, animándole: —Dichoso tú, Pietruccio, que no ves
el fango y la podredumbre de este mundo. Tú tienes menos ocasiones de ofender
al Señor. Dime la verdad: ¿Has deseado alguna vez volver a tener la vista?
—No lo he pensado nunca. —¿No te gustaría tenerla? —No sé qué contestar... —¡Cómo no sabes! ¿Quieres o no
quieres volver a ver? —Padre, lo tengo qué pensar.
—Si lo quieres, rezamos a la
Virgen, que es tan buena y poderosa sobre el corazón de su
hijo Jesús... —Padre, yo nací con la vista. A la edad de doce años el Señor me la
quitó. Si el Señor me ha quitado la vista habrá tenido sus motivos. Ahora,
¿para qué orar en contra de la voluntad de Dios? ¿Por qué pedir lo que antes me
dio y luego me quitó? —¿Quieres o no quieres la vista?
—Padre, el Señor sabe lo que hace. Yo quiero hacer siempre la voluntad de
Dios. Si el Señor quisiera devolverme la vista, y ésta fuera ocasión de pecado,
yo renunciaría a ella.
Al
escuchar esto, el P. Pío se sintió lleno de alegría. Lo bendijo y lo abrazó. ¡Pietruccio
se manifestó un digno alumno de tan grande maestro!
Experiencia del Cielo
Rafael Aita –amigo del P. Ángel Peña- tuvo una experiencia especial el
20 de enero de 1996. Dice así: Me sentí muy mal y perdí el conocimiento durante
quince minutos. Comencé a desplazarme veloz por un túnel negro, oscuro y, al
fondo del túnel, vi una luz. Una luz inmensa, majestuosa, muy fuerte, cuyos
rayos caían sobre mí. La luz resplandeciente me cegaba y sus rayos parecían
llegar a lo más profundo de mi ser. Cuando me acerqué más a la luz, la luz me
recibió, me abrazó y sentí un amor infinito, una paz infinita, una felicidad
infinita. ¡Cuánta ternura! ¡Nunca me imaginé que podría existir tanta
felicidad! En ese mismo instante, pensé por fracciones de segundo en mi vida
terrenal... y no quería volver, quería seguir ahí para siempre.
Era la ausencia total del temor y la protección total del Amor. Sentía
que era Dios, que me abrazaba con su ternura infinita, y luego sentí que me
decía: “Regresa, tu misión no ha terminado” y regresé y desperté. A partir de
ese día, mi punto de vista sobre la vida ha cambiado. Siento gran necesidad de
amar a Dios y al prójimo. Sé que Jesús está vivo y que nos espera y nos ama con
una intensidad infinita. Ya no tengo miedo a la muerte. Y, ahora, la meta de mi
vida es ser mejor de lo que he sido, cuando vuelva a encontrarme nuevamente con
Jesús.
NB. Recomiendo leer “Experiencias del más allá”,
del P. A. Peña. Está en
www.autorescatolicos.org
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