domingo, 9 de enero de 2011

Semanario Nº 189º


La canción del hermanito
Como cualquier madre, cuando Karen supo que un bebé estaba en camino,
hizo todo lo posible para ayudar a su otro hijo, Miguel, de tres años
de edad, a prepararse para la llegada. Los exámenes mostraban que era
una niña, y todos los días Miguel cantaba cerca de la panza de su
mamá. El ya amaba a su hermanita, aún antes de que ella naciera. El
embarazo se desarrolló normalmente.
En el tiempo exacto vinieron las contracciones. Primero cada cinco
minutos, después cada tres, y luego cada minuto. Entretanto, surgieron
algunas complicaciones, y el trabajo de parto de Karen demoró horas.
Todos discutían la necesidad probable de una cesárea. Hasta que al
fin, después de mucho tiempo, la hermanita de Miguel nació. Sólo que
ella estaba muy mal. Con la sirena a todo volumen, la ambulancia llevó
a la recién nacida hasta la unidad de terapia intensiva neonatal del
Hospital Saint Mary. Los días pasaban y la pequeñita empeoraba. Los
médicos dijeron a los padres que se prepararan para lo peor, dado que
había pocas esperanzas.

Karen y su marido comenzaron entonces con los preparativos para el
funeral. Algunos días atrás, estaban arreglando el cuarto para esperar
al nuevo bebé. Hoy los planes eran otros. Mientras esto sucedía,
Miguel todos los días les pedía a sus padres que lo llevaran a conocer
a su hermanita. - Yo quiero cantar para ella - les decía. Cuando
llevaba dos semanas la bebé en la UTI, se esperaba que no sobreviviera
esa tarde. Miguel continuaba insistiendo con sus padres que lo dejaran
cantarle a su hermanita, pero en la UTI no se permitían niños.
Entonces Karen se decidió; ella llevaría a Miguel al hospital de
cualquier forma. El todavía no había visto a su hermanita, y si no era
ese día, tal vez no la vería viva. Ella vistió a Miguel con una ropa
un poco mayor para disfrazar su edad, y se encaminó al hospital. La
enfermera no le permitió entrar, y le exigió se retirara. Pero Karen
insistió: - Él no se irá hasta que vea a su hermanita. Karen llevó a
Miguel a la incubadora. El miró hacia aquel trocito de persona que
perdía
La batalla por la vida. Después de algunos segundos mirando, él
comenzó a cantar con voz suavecita.

- Tú eres mi sol, mi único sol, tú me haces feliz, aun cuando el cielo
está oscuro... En ese momento, la bebé pareció reaccionar. Las
pulsaciones comenzaron a bajar y se estabilizó. Karen alentó a Miguel
a continuar cantando. - Tú no sabes querida, cuánto yo te amo, por
favor no te lleves mi sol... Mientras Miguel cantaba la respiración
difícil de la bebé se fue volviendo suave. - ¡Continúa, querido! - le
pidió Karen visiblemente emocionada, y su cara empapada en llanto. -
Otra noche, querida, yo soñé que tú estabas en mis brazos... La bebé
comenzó a relajarse. -¡Canta un poco más, Miguel! La enfermera comenzó
a llorar también. - Tú eres mi sol, mi único sol, tú me haces feliz,
aun cuando el cielo está oscuro... ¡por favor no te lleves mi sol...!
Al día siguiente, la hermana de Miguel ya se había recuperado y en
pocos días fue llevada a su casa. La revista Woman's Day llamó a esta
historia: "el milagro de la canción del hermano"; los médicos lo
llamaron simplemente milagro. Karen lo llamó: "¡El milagro del amor de
Dios!"

Esfuérzate
Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con
una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie
camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces... nadie recoge
la cosecha sin probar muchos sinsabores, enterrar muchas semillas y
abonar mucha tierra. Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas
ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega
a puerto sin remar muchas veces.

Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin
sentir sus espinas. Nadie hace obras sin martillar sobre su edificio,
ni cultiva la amistad sin renunciar a sí mismo... ¡ni se hace hombre
sin sentir a Dios! Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario
de Dios.

Nadie puede juzgar, sin conocer primero su propia debilidad. Nadie
consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un
imposible. Nadie conoce la oportunidad, hasta que ésta pasa por su
lado y la deja ir. Nadie encuentra el pozo de Dios, hasta caminar por
la sed del desierto.

Pero nadie deja de llegar cuando se tiene la claridad de un don, el
crecimiento de su voluntad, la abundancia de la vida, el poder para
realizarse y el impulso de Dios. Nadie deja de arder con fuego
adentro... nadie deja de llegar cuando de verdad se lo propone. Si
sacas todo lo que tienes... ¡Vas a llegar!

Ante el fuego del campamento
Señor, mira la llama que se eleva. Primeramente era débil y tímida.
Después, animándose, la he visto crecer, encarnizarse en su presa,
subir, saltar, y abrirse camino, por fin, maravillosa y triunfal. ¡Qué
ardiente es y qué bienhechora, cuando reparte a su alrededor luz y
calor!
Señor, tu dijiste a tus discípulos: “¡Fuego he venido a traer a la
tierra, y quiero que se incendie!” Señor, repíteme a mí que no se
puede ser tu discípulo si no se tiene llama, si no se tiene ardor.
Señor, yo quiero ser como esa llama, contagioso y conquistador; quiero
ser como ella, avanzar y subir siempre, infatigable y gozoso.
Quiero arrojar en tu corazón ardiente, cada hora de cada día, cada una
de mis obras: mis horas de trabajo y mis horas de descanso, mis horas
de juego y mis horas de oración, para que toda mi vida quede abrasada
en tu amor. Quiero con tu gracia realizar sencillamente lo que pedías
a tus discípulos: ¡ser llama ardiente!

Cuando falta amor
Un niño que sufría por las riñas y conflictos diarios de sus padres,
preguntó un día a su papá cómo comenzaban las guerras. El papá,
pacientemente, se sentó y empezó a explicarle: —Imaginemos que México
se enoja con Guatemala... La mamá, que oía la plática, le interrumpió
bruscamente: —Pero México y Guatemala no están enojados. El papá: —Lo
sé, pero es un caso hipotético. La mamá: —Pero así confundes al niño.
El papá: —¡No, mujer, no! La mamá: —¡Sí hombre, sí, no me contradigas!
El niño:
—Papá. ¡Ya entendí cómo comienza una guerra!

Pensamientos
- No dejes que el enojo ocupe el más mínimo lugar de tu corazón.
Deséchalo por completo, aún cuando parezca justificado y razonable.
Porque una vez que entra en tu corazón, es difícil desarraigarlo. San
Francisco de Sales.
- Alabar sinceramente una buena acción es una manera de participar en
ella. La Roche-foucauld.
- El aburrimiento es la flauta en la que el demonio se complace en
tararear sus temas preferidos. Julien Green.
- El que sabe devolver bien por mal, ése es el único que ha vivido. M. Gandhi.
- Yo he visto pasar a Dios delante de mi telescopio. Isaac Newton.
- Con las piedras que me arrojen, edificaré mi morada. A. D. Sertillanges.
- La única e irremediable desgracia es la de encontrarse algún día sin
habernos arrepentido delante de un Dios que perdona. Bernanos.
- Quedarse lejos de Dios no es escaparse de su poder, sino únicamente
de su amor. Cardenal Newman.

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