domingo, 17 de marzo de 2013

Semanario  Nº 303º
Los ciegos y el elefante
Un príncipe oriental, para dar una lección a sus súbditos sobre la
búsqueda de Dios, hizo reunir un día a muchos ciegos. Después ordenó
que se les mostrase el más grande de sus elefantes sin decirles qué
animal tenían delante.
Cada ciego se acercó al elefante y le tocó en diversas partes de su
cuerpo. Al final el príncipe preguntó qué había palpado cada uno. El
que había tocado las piernas dijo que un tronco arrugado de un árbol.
El que había tocado la trompa, una gruesa rama nudosa. El que había
tocado la cola, una serpiente desconocida. Un muro, dijo el que había
tocado el vientre. Una pequeña colina, el que había tocado el lomo.
Como no se ponían de acuerdo entre ellos, comenzaron a discutir. El
príncipe interrumpió la discusión: —Esta pequeña muestra os hacer ver
que de las grandes cosas conocemos muy poco, y de Dios casi nada.

Signos de madurez

Me sorprende cómo celebran  nuestros jóvenes la llegada de sus 18
años: emborrachándose, fumando, con grandes fiestas, frecuentando
lugares del todo impropios. Se presentan como adultos en la sociedad,
rompiendo sus leyes.
Por el contrario, cuando un joven aborigen de la tribu Maui de las
islas del Pacífico llega a la mayoría de edad, las cosas son
diferentes. Se le somete a una prueba, para comprobar si es realmente
maduro, adulto, y capaz de llevar una vida responsable, y de formar
una  familia. El joven tiene que construir una piragua con sus propias
manos y navegar, totalmente solo, por más de 500 kilómetros de mar
abierto, hasta una lejana isla, de la cual debe traer una flor exótica
de vuelta a casa. Debe sortear todo tipo de peligros.
Si los jóvenes en la sociedad occidental están tan lejos de ser
adultos, ¿no será porque con frecuencia, los adultos les dificultamos
madurar?

Contigo, Señor, nada me falta

Señor, si te tengo a ti no me falta nada. Pero a veces te olvido y mi
corazón quiere ser independiente. Me confundo creyendo que tu amor no
es suficiente. Yo quiero otros afectos, y quiero elegir a quiénes amar
y por quiénes dejarme amar. Ignoro o desprecio a los que no me sirven
para sentirme bien. Sana esa independencia enfermiza, Señor, para que
pueda dejarme tomar por tu amor. Así no despreciaré a nadie, porque
los miraré con tus ojos, y cualquier ser humano será un signo de tu
ternura y de tu cercanía. Sana todo temor a la soledad, Dios mío, y
dame una fe profunda para creer que tú eres real, que tu amor es
verdadero, y que puedes saciar y sobrepasar toda mi sed de amor. Amén.


Cuidado con el perro

Al llegar a la casa del cura, un feligrés notó un anuncio en la puerta
que decía "¡Peligro, cuidado con el perro!" Adentro, vio un indefenso
perro viejo dormido en la entrada de la casa y le preguntó al Padre:
—¿Es este el perro del que la gente debe de tener cuidado?
—Sí, contestó el párroco, ese es. El hombre no pudo aguantar los
deseos de reír y dijo:
—Este ciertamente no parece un perro muy peligroso por lo que veo.
¿Por qué decidió usted poner ese anuncio? Contestó el dueño:
—Porque antes de que pusiera el anuncio, los visitantes siempre
tropezaban con él.

Pensamientos

- Es maravilloso el número de cosas imposibles que la gente decidida
logra realizar. Nosotros deberíamos formar parte de ese equipo. Raúl
Plus.
- No importa cuánto se viva sino cómo se vive. Si se vive bien y se
muere joven, se puede haber contribuido más que una persona hasta los
ochenta años preocupada sólo de sí misma. Martin L. King.
- Concédeme, Señor, buen humor para que sepa gozar de un poco de
felicidad en esta vida y para ayudar a otros a gozar de ella. Santo
Tomás Moro.
- Quien cree que su vida y la de sus semejantes está privada de
significado, no sólo es infeliz sino apenas capaz de vivir. Albert
Einstein.
- Ten tus ojos bien abiertos antes del matrimonio; y medio cerrados
después de él. Benjamín Franklin.
- Es más fácil superar una mala costumbre hoy que mañana. Confucio.
- La humildad por grande que sea, no inquieta, no turba, no agita el
alma; está acompañada más bien de paz, de alegría y de descanso. Santa
Teresa de Ávila.

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