19
de enero 2014 – Domingo 2º A – Resonancias
de la Palabra
de Dios
El armiño acorralado
Un noble inglés iba de caza con un amigo, cuando vieron
un armiño blanco que huía de una mata cercana. Lo persiguen hasta acorralarlo
delante de una zanja llena de fango. El armiño cercado se echó al suelo
gimiendo. Extrañado ante la actitud del animal, el noble preguntó a su
compañero de caza: —¿Por qué el armiño no habrá cruzado la zanja para librarse?
Éste le explicó: —El armiño prefiere morir antes que enlodar su blanca piel.
Admirado por actitud tan delicada, el cazador se llevó el animalito a su
mansión como mascota.
Santo Domingo
Savio, en su primera comunión, prometió y pidió a Dios “morir antes que pecar”.
Movido por el Espíritu Santo, tuvo una profunda intuición de la maldad y
fealdad de ofender gravemente al Señor. Y prefirió morir antes que enlodar la
blancura de su alma en gracia. Don Bosco lo propuso de modelo a niños y
jóvenes.
Regalo
especial en Medjugorje
Aquel 25 de agosto
de 1981 la Virgen
dijo a los jóvenes videntes que todo el que quisiera podría tocarla. Después de
intercambiar algunas palabras, la celestial aparición les pidió: Vayan a buscarlos y tráiganmelos ustedes
mismos. Entonces podrán tocarme. Esto es algo nuevo…Los videntes
sorprendidos obedecen.
Explican a la gente
reunida el regalo que les propone la Virgen María y los ayudan a acercarse porque
ninguno la ve. Los aldeanos van pasando y la tocan quien en el hombro, quien en
la cabeza, o en el velo o en los brazos. Y cada uno siente su presencia muy
real, a pesar de no verla ni oírla. La emoción es intensa e inolvidable. Pero
entretanto los videntes observan que aparecen unas manchas sobre el vestido de la Santísima Virgen.
¡Madre! Tu vestido se volvió todo sucio. Le dicen consternados los
videntes.
¡Son los pecados de aquellos que me tocan! Respondió ella humildemente. ¡Dejen
de tocar a la Virgen!
Gritan ellos a la gente. ¡Paren! Entonces
la Virgen les
habló seriamente de la confesión. No hay
nadie en el mundo que no necesite confesarse al menos una vez al mes. Aquella
noche varios sacerdotes pasaron toda la noche confesando a una oleada de
pecadores que pedían el sacramento.
Inesperado pedido…
San Jerónimo vivió
durante 25 años en la gruta del nacimiento de Jesús, mientras se dedicaba a la
traducción de la Biblia
al latín, por encargo del Papa san Dámaso. Un día hizo esta oración al Divino
Niño de Belén:
— Querido Niño, ¿cómo podré compensarte, ya que para hacerme feliz, has
bajado a esta pobre gruta y has padecido tanto por mí?
— Alaba a Dios, –oyó que decía –,, y glorifícalo con las palabras:
“Gloria a Dios en las alturas”.
— Pero yo, querido Niño, quiero darte alguna cosa; quiero darte todo mi
dinero.
— Dalo a los pobres y será como si me lo hubieras dado a mí.
— Sí, lo haré; pero, yo quiero darte alguna cosa también a ti; si no
moriré de dolor.
— Entonces dame tus pecados; los quiero para mí; para borrarlos.
— ¡Oh querido Niño, dijo el Santo llorando; toma todo lo que es mío y
dame todo lo que es tuyo!
“Dame tus pecados”:
¡qué inesperado fue para Jerónimo el pedido del Divino Niño! Sin embargo nada
busca tanto nuestro Salvador como liberarnos de la pesada carga de nuestras
fragilidades y culpas. Un día Jesús le dijo a santa Faustina Kowalska: “Que no
tema acercarse a mí el alma más débil y pecadora, aunque tuviera más pecados
que granos de arena hay en la tierra. Dile a las almas pecadoras que no tengan
miedo de acercarse a mí; habla de mi gran misericordia”. Alentador mensaje que
nos invita a abrir el corazón a la confianza en el Señor.
Sabiduría indígena
Dios quiere que
“evitemos el mal y hagamos el bien”. Cuando el capricho o la fragilidad nos
llevan por otro camino, pecamos. Aunque esta palabra suene “anticuada” en esta
sociedad de “liberados”, el pecado es inseparable de la voz de la conciencia y
reclama arrepentimiento y perdón. Por eso, es absolutamente consolador
recordar, una y otra vez, la firme voluntad de Dios en perdonar.
El viejo cacique
de la tribu charlaba junto al fuego con sus nietos acerca de la vida, y en ese
momento les dijo: — ¡Una gran
pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos! Uno de los lobos es
maldad, cobardía, ira, envidia, falsedad, orgullo, vagancia. El otro es bondad,
valor, paciencia, amistad, sinceridad, humildad, laboriosidad. Esta misma pelea
está ocurriendo dentro de cada uno de ustedes y dentro de todos los seres de la
tierra.
Los indiecitos se
quedaron pensando por un rato, hasta que uno de los niños le preguntó a su
abuelo: — ¿Y cuál de los lobos
crees que ganará? El viejo cacique respondió simplemente:
— El que alimentes más,
muchacho.
Excelente respuesta: ¡no hay que alimentar los vicios!
De este modo nuestras malas inclinaciones no tomarán fuerza en nosotros. Y así
será si evitamos mentir, criticar, quedar con algo del prójimo, etc.,
sencillamente no sabemos hacerlo porque no tenemos la facilidad de hacerlo,
pero estemos alerta para no comenzar.
El caballo escondido
Hay en nuestras
vidas hábitos que nos esclavizan e impiden ser la obra maestra que a veces
soñamos. Todo es posible con la ayuda del Señor, a pesar de que no sea fácil.
Procede con paciencia pues “nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio
tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo por la escalera, peldaño a
peldaño”, (Mark Twain).
Cuentan de un niño que un día entró en el taller de
escultura de un vecino, y allí encontró un gran bloque de piedra. A los pocos
meses volvió a entrar, y en el mismo sitio encontró la escultura de un caballo.
Entonces le preguntó al escultor: —¿Cómo sabías tú que dentro había un caballo?
— Ésta es la especialidad del artista: encontrar el caballo (o lo que sea) que
hay dentro. Ir quitando toda la piedra que sobra hasta encontrar el caballo.
Sin duda dentro de
ti mismo hay una obra de arte que debes sacar a luz con persistente labor. Se
trata de ir quitando lo que sobra, lo que impide ser un hombre cabal, un hijo
de Dios tal como él lo soñó. “Si todos los años extirpáramos un solo vicio,
pronto llegaríamos a ser hombres perfectos”, (Kempis). El Señor te asiste, pon
manos a la obra.
Ermitaño muy atareado
Se cuenta que un
ermitaño se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente
preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo. Les
contestó: "Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas,
mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter
a un león". “No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde
están todos estos animales?”
Entonces el ermitaño
dio una explicación que todos comprendieron. “Porque estos animales los tienen
todos los hombres, ustedes también. Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo
que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que sólo se lancen
sobre una presa buena, son mis ojos. Las dos águilas con sus garras hieren y
destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden
sin herir, son mis dos manos.
Y los conejos quieren
ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles. Tengo
que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o
cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies. Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque
se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por
morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo
de cerca, hace daño, es mi lengua.
El burro es muy
obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere
llevar su carga de cada día, es mi cuerpo. Finalmente necesito domar al león,
quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es
mi corazón”.
La más
grande, la más urgente de todas las liberaciones es liberarnos del pecado. El
pecado es una parálisis y es una lepra. El sacramento de la Reconciliación es
el milagro. Allí sentimos a Jesús, que nos dice: “Hijo, tus pecados, te son
perdonados”.
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