Domingo 5 de enero 2014 – Resonancias de la Palabra de Dios
Sé luz en el mundo
El Señor te ha regalado la luz de la fe para que la
irradies a tu alrededor, con el ejemplo y con la palabra. Jesús te anima a
hacer brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ti (Mateo 5,
13-15). Cada uno tiene posibilidades distintas, pero no menos importantes
aunque parezcan restringidas. Dios ha dispuesto que las almas vayan iluminando
otras almas, como si fueran antorchas.
Si puedes ser una
estrella en el cielo, sé una estrella en el cielo.
Si no puedes ser
una estrella en el cielo, sé una hoguera en la montaña.
Si no puedes ser
una hoguera en la montaña, sé una lámpara en tu casa.
Esto me hace
recordar un aviso para cierta celebración, cuya ambigüedad hizo sonreír a todos los presentes: “El
párroco encenderá su vela en la del altar. El diácono encenderá la suya en la
del párroco, y luego encenderá uno por uno a todos los fieles de la primera
fila”. Ojalá que todos fuéramos antorchas vivientes de Cristo Jesús “luz del
mundo”, para iluminar a tantos que todavía “yacen en tinieblas y en sombras de
muerte”. Que Dios, que “es luz y en quien no hay tiniebla alguna”, te bendiga e
impulse a tu misión.
Ciego con luz
¿Has encontrado el
sentido de tu vida? ¿Tienes un motivo para levantarte cada mañana con ilusión y
alegría? La Madre Teresa
de Calcuta decía con frecuencia: “Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido”. Es hermoso
observar que hay personas que ofrecen con desinterés y generosidad su ayuda a
los demás. Como el caso de un ciego.
Caminaba una vez un
hombre por oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad
era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se
encontró con un amigo. Éste lo miró y de pronto lo reconoció. Se dio cuenta de
que era Néstor, el ciego del pueblo. Al punto le dijo: —¿Qué haces Néstor, tú ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves!
Entonces, el ciego le respondió: —Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de
las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando
me vean a mí...
Este ciego pensó en el problema de los otros y, dentro de sus
posibilidades, aportó una buena colaboración. Su carencia de vista, pero su
experiencia de caminar en perpetua oscuridad, le dio ocasión de ofrecer con
espíritu altruista una válida asistencia a los “ciegos” de esa noche. Que
también tú, con creatividad, multipliques tus actos de servicio.
Irradiar
la propia luz
La Reina de la Paz
te anima a irradiar tu amor y tu fe con decisión.
“¡Queridos hijos! En sus vidas, todos ustedes han
experimentado momentos de luz y de tinieblas. Dios concede a cada hombre
reconocer el bien y el mal. Yo los invito a llevar la luz a todos los hombres
que viven en tinieblas. Cada día llegan a sus casas personas que están en
tinieblas. Queridos hijos, dénles ustedes la luz. ¡Gracias por haber respondido
a mi llamado! ”
Cuando das un buen
ejemplo o dices una buena palabra, algo comienza a pasar. Es como tirar una
piedra en un lago tranquilo. Pequeñas ondas van generando círculos concéntricos
hasta morir en las playas. Conviene que lo pienses para animarte a irradiar tu
propia luz. Tendrás el mérito de haber alentado a otros por el camino correcto.
Llenó la casa de luz
Jesús dijo que sus discípulos deben ser la luz
del mundo. La luz se comunica, se propaga irresistiblemente, penetra todo lo
que no le ofrece resistencia; pone en cada cosa una nota de alegría; porque la
luz comunica vida. Que tu testimonio sea una senda de luz que guíe a los que
buscan con sinceridad al Señor, “camino, verdad y vida”. Una anécdota
curiosa.
Un anciano viendo cercana su muerte, habló así a sus tres
hijos: —No puedo dividir en tres lo
que poseo. Es tan poco que perjudicaría a todos. He dejado encima de la mesa
una moneda para cada uno de ustedes. Tómenla. El que compre con esa moneda algo
con lo que llenar la casa, se quedará con toda la herencia. Se fueron. El
primer hijo compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta la mitad. El
segundo compró sacos de plumas, pero no consiguió llenar la casa mucho más que
el anterior. El tercer hijo -que consiguió la herencia- sólo compró una pequeña
vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.
Jesús,
mi salvador
“Tú ves, oh
Jesús, nuestra necesidad. Necesitamos de ti, y de nadie más. Sólo tú puedes
advertir cuán grande, cuán inconmensurablemente grande es la necesidad que
tenemos de ti en esta hora del mundo. El hambriento se imagina que busca pan, y
en realidad tiene hambre de ti. El sediento cree desear tan sólo tomar agua y
en realidad tiene necesidad y sed de ti. El enfermo se ilusiona con el ansia de
la salud y su mal está en la ausencia de ti.
Y nosotros ahora, en estos días grises y malos, en
estos años que son condensación y acrecentamiento insoportable de dolor y
muerte, tenemos necesidad de ser salvados sin demora por ti. Te esperarnos, día
a día, a pesar de nuestra indignidad; y todo el amor que podemos rastrear en
nuestros corazones devastados será para ti, oh Crucificado, que fuiste
atormentado por amor nuestro y que ahora nos atormentas con todo el poder de tu
implacable amor”, (Giovanni Papini).
Giovanni Papini (1881-1956)
Era ateo convicto y
confeso. En 1911, a
los 31 años, publicó un libro Las
memorias de Dios (Le memorie d’Iddio), en el que ponía irónicamente en boca
de Dios estas palabras blasfemas: Hombres:
haceos todos ateos, y pronto, Dios mismo, vuestro Dios, os lo pide con toda su
alma. En 1912, había publicado Un
hombre acabado, en el que ya daba muestras de que su alma estaba
desesperada y buscaba una luz. Dice: Todo
está acabado, todo perdido, todo cerrado. No hay nada que hacer. ¿Consolarse?
No. ¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de esperanza. Y yo no soy nada, no
cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un hombre. Tocadme, estoy frío,
frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre, que no puede llegar a ser
Dios.
Y Cristo, que lo
estaba esperando, le salió al encuentro. No se sabe cuándo, pero debió ocurrir
entre 1919 y 1921. Su amigo Domenico Giuliotti, buen católico, le ayudó en esta
búsqueda de Cristo. En 1921, ya era un ferviente católico, enamorado de Jesucristo.
Y su amor lo manifestó en su gran obra Historia
de Cristo, que quiere ser un acto de reparación por todos sus escritos
anticristianos anteriores, en los que había insultado a Cristo con los términos
más vulgares. Una vez convertido, le pidió a su hija Viola que buscara todas
las copias de sus obras, especialmente, de Las
Memorias de Dios para quemarlas.
Y atraído por el
amor de Cristo, decía: Cristo está vivo.
Es una experiencia emocionante, que encuentra todo convertido: Cristo está
vivo. Oh Cristo, tenemos necesidad de ti, de ti solo. Tú nos amas… Viniste para
salvar, naciste para salvar, te hiciste crucificar para salvar, tu misión y tu
vida es la de salvar y tenemos necesidad de ser salvados.
Murió el 8 de julio
de 1956, siendo terciario franciscano, después de recibir la unción de los
enfermos.
Colecta de drogas
Un día de 1971 apareció en los diarios norteamericanos
una noticia que conmovió la opinión pública. Un cura metodista —el reverendo Blessit— arrastró
a un grupo de más de mil jóvenes al cuartel de la policía de Chicago. Y
empezaron a gritar una y otra vez: “¡Polis! ¡Jesús los ama! ¡Nosotros los
amamos!” Y, cuando se apaciguó el
griterío, se hizo la colecta. Sólo que esta vez las bolsas, regresaron a las
manos del reverendo no llenas de monedas, sino de marihuana y de píldoras de
LSD, que el padre Blessit depositó en las manos de los atónitos policías.
¿Anécdotas? ¿Modas? Tal vez, pero sin duda en el alma de esos muchachos había
surgido una aspiración más profunda, como si estuvieran buscando una respuesta
esencial a sus vidas.
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