domingo, 6 de julio de 2014



6 julio 2014 – Ordinario 14º A – Manso y humilde – Resonancias de la Palabra


Parábola del arroyito
Había una vez un arroyito de agua venida de la montaña, engendrada en la inmensidad de sus hondas entrañas por el deshielo de las nieves de las cumbres. Tan pequeño era el arroyito de agua que le quedaban grandes los nombres altivos como manantial, fuente, arroyo e, incluso, le sobraba el de riachuelo.

Pero él seguía manando silencioso y fiel, ofreciendo al caminante la posibilidad de calmar su sed. Ni las piedras ni la espesa tierra podían impedir que fluyera con su humilde fuerza, serenamente vigorosa. Nadie podía impedir que siguiera corriendo y regando las orillas del camino con su frescor de vida. Su fuerza no estaba en la grandiosidad o poderío de su caudal, sino en la sencilla y audaz constancia de su entrega. Siempre se abría paso, porque venía de las entrañas de la tierra. Alguien diría que tenía su origen en el corazón de Dios.

Pues bien, de las entrañas profundas de tu corazón humano, donde está Dios, también fluye hacia los que te rodean un arroyito de bondad, que debes cuidar para que nunca se contamine con envidias, iras, celos, egoísmos o soberbia. Deja que el agua de tu fuente profunda siga fluyendo y calmando la sed de amor y alegría de los demás.

Agradece con humildad a Dios
La famosa sicóloga norteamericana, de origen suizo, Elisabeth Kübler Ross dice: Llegó un momento en mi vida en que me di cuenta de que había traído dos hijos al mundo, les había dado todo el bienestar, una buena educación, pero eran soberbios y estaban vacíos por dentro, vacíos como una botella de cerveza recién bebida. Entonces, me dije a mí misma, que debía hacer algo que no fuese solamente darles cosas materiales. De acuerdo con mi esposo, tomamos como huésped en mi casa a un anciano de 74 años, al cual los médicos habían diagnosticado dos meses de vida. Quería que mis hijos estuvieran cerca de él en su momento final, quería que viesen y tocasen por sí mismos la experiencia más importante de la vida: La muerte. El huésped no sólo vivió dos meses, vivió dos años y medio. Era tratado en todo como un miembro más de la familia. Aquella experiencia dio a mis hijos una increíble riqueza espiritual. En aquel desconocido, que fue recibido para morir entre nosotros, descubrieron un nuevo sentido para su vida y maduraron mucho (haciéndose más humildes). Aquel pobre anciano nos había dado mucho más de lo que nosotros le habíamos dado a él.

Es bueno conocer la muerte para conocer la vida. Es importante darnos cuenta de lo poco que somos humanamente y de lo frágil que es la vida para que no seamos soberbios y podamos vivir humildemente agradecidos a Dios por cada momento de nuestra existencia, sin tratar de acumular tesoros en este mundo.

El sabio de Egipto
Se cuenta que un turista americano fue a El Cairo, Egipto, para visitar a un famoso sabio. Se sorprendió mucho el turista al ver que el sabio vivía en un cuartito muy simple y lleno de libros. Los únicos muebles que había eran una cama una mesa y un banco.
¿Dónde están sus muebles? –preguntó el turista. Y el sabio rápidamente también preguntó:
¿Y dónde están los suyos?
¿Los míos? –se sorprendió el turista. –Pero si yo estoy aquí de paso.
Yo también, concluyó el sabio.

Por eso, no hay que pensar tanto en tener y tener cosas materiales. No hay que alardear de lo que somos o tenemos. Hay que vivir para la eternidad y ser humildes.

El caballero de la armadura oxidada
Había un caballero que tenía una armadura tan brillante y hermosa que, al pasar la gente creía que era una especie de arcángel en la tierra, pues el sol se reflejaba con fuerza en su armadura, irradiando a todos la luz del sol.
Y siempre que había una batalla, iba en primera fila, con su armadura brillante, siendo la admiración de todo el mundo. Quería ser siempre el primero y ser admirado por todos. Así se hizo un gran soberbio y se enamoró de tal modo de su armadura que, aunque no hubiera batalla, se la ponía a todas horas para que todos la vieran.
Con el tiempo, no se la quitaba ni para dormir, pues le daba seguridad y fomentaba su soberbia. Pero la armadura se empezó a oxidar y a infectarle las heridas que tenía; así murió víctima de su propia armadura y de su propia soberbia.

La conclusión es clara, si tenemos algo de qué enorgullecernos, demos gracias a Dios, que nos lo ha regalado y seamos siempre humildes para amar a Dios y servir a los demás.

La carreta vacía
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: ¿Además del cantar de los pájaros, escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carreta.
Eso es dijo mi padre Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?
Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía está la carreta, mayor es el ruido que hace.  
Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y menospreciando a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.

La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Y recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Y nadie está más vacío que aquel que está lleno de egoísmo."Envejecer es obligatorio, madurar es opcional".

Como una escoba
Cuando Bernardita Soubirous era religiosa de las Hermanas de la Caridad, una hermana de la comunidad le enseñó una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran don como es la visión de la Virgen. Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó: —Hermana, ¿para qué sirve una escoba? —Para barrer. Bernardita siguió preguntando: — ¿Y después? —Se guarda en su sitio, detrás de la puerta. —Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien.

El humilde reconoce a Dios como autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo. Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa. El que quiere sobresalir no busca tanto alcanzar una meta, sino crear distancia respecto de los otros.

Profesor universitario
Un profesor universitario de lengua española, soñó que se encontraba con Dios y decidió preguntarle por qué nunca había sido feliz, a pesar de su exitosa carrera y sus conocimientos. Dios le dijo: “Sé que eres profesor de gran trayectoria en el idioma. Dime, pues, cuáles son las tres primeras personas en la gramática”. El profesor sorprendido ante pregunta tan fácil, respondió: “Esto es muy simple, son: YO, TÚ y ÉL”. Dios lo miró y dijo: “Ves, ése es el problema. Aún con tu saber, lo has dicho al revés. Por eso no eres feliz. Siempre debes decir “EL” primero, refiriéndote a mí, para que yo sea el primero en tu vida. “TÚ”, para que el prójimo sea la segunda persona importante para ti. Y finalmente cuando me hayas buscado y ayudado a tu prójimo, entonces estará el ‘YO”. Así pues, para ser feliz, di siempre: “ÉL, TÙ y YO”.

La humildad es la madre de todos los bienes. Paciencia, dulzura, dominio de sí mismo, confianza en los otros, todos estos frutos del Espíritu, de los cuales habla san Pablo, crecen en un árbol cuya raíz es la humildad. Monje del monte Athos.


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