domingo, 6 de noviembre de 2011

Semanario Nº 232º

Nuestro verdadero valor
Un famoso profesor comenzó un seminario mostrando un billete de cien
pesos. Ante un auditorio de doscientas personas, preguntó: “¿Quién
quiere este billete de cien pesos?”. Las manos comenzaron a
levantarse. Él les dijo: “Le daré este billete a uno de ustedes, pero
primero permítanme hacer esto”. Entonces, arrugó el billete. Y volvió
a preguntar: “¿Quién sigue queriendo este billete?”. Las manos seguían
levantándose. “Bueno, dijo, ¿y si hago esto?”. Lo dejó caer al suelo y
empezó a caminar sobre él y a refregarlo. Luego tomó el billete, todo
sucio y arrugado, y preguntó: “¿Y ahora? ¿Quién lo quiere todavía?”.
Las manos seguían en alto.

“Mis amigos, todos deben aprender esta lección: No importa lo que yo
haga con el dinero, ustedes aún lo desean, ya que no pierde su valor.
Todavía tiene el valor de cien pesos. Esto también ocurre con
nosotros. Muchas veces, en nuestras vidas, somos aplastados,
pisoteados y ensuciados por las decisiones que tomamos o las
circunstancias que se presentan en nuestro camino. Y, por lo tanto,
nos sentimos desvalorizados, sin importancia. Sin embargo, creemos, no
importa lo que suceda, que jamás perderemos nuestro valor ante Dios y
ante el universo. Que estemos sucios o que estemos limpios,
pulverizados o enteros, nada de esto altera la calidad que nosotros
tenemos, nuestro valor. El precio de nuestra vida no se mide por lo
que tenemos, hacemos o sabemos, ¡sino por lo que somos! ¡Somos
especiales! ¡Usted es especial, muy especial! ¡Jamás olvide esto!

Por la cruz a la luz
Un golpe inesperado nos duele, un revés de fortuna nos abate, una
enfermedad grave nos desconcierta, y nosotros nos quejamos amargamente
a Dios. Si prestásemos atención entonces a una voz que percibimos en
el fondo de nuestro corazón, oiríamos:

“¿Y tú, hijo mío, por qué me has olvidado? ¿Por qué estabas adormecido
en el bienestar de una vida mundana y placentera? ¿No he dicho yo que
el que quiera seguirme debe llevar su cruz todos los días? Pero tú no
conoces sino los frívolos placeres de la tierra, en donde seguramente
habrías fijado para siempre tu morada. Y porque yo, dice el Señor,
amaba tu alma, por eso te he mandado esta prueba. He querido sacarte
de tu adormecimiento y hacerte expiar las satisfacciones que al margen
de mis Mandamientos te permitías con las criaturas. Y por esto te
abruma el dolor”.

¡Feliz el cristiano que comprende este lenguaje e inclina la cabeza
bajo la mano divina que lo hiere para sanarlo y para que aumente su
tesoro del Cielo! “Dichoso el hombre a quien Dios corrige, porque él
hiere, y venda la herida; golpea y sana con su mano” (Job 5, 17-18).

Derrama, Señor, tu bendición
Señor, te ruego que, más allá de todo, bendigas a los demás a través
de mi tarea. Dales lo que más necesiten. Te ofrezco por ellos mi pobre
entrega, mi cansancio, mis tensiones, o simplemente el tiempo que
dediqué a ese trabajo. Penetra dentro de mí con tu santo Espíritu y
purifícame de todo mal sentimiento que haya en mi interior. Cura toda
tristeza, toda desilusión, todo resentimiento. Deja dentro de mí sólo
tu paz y el deseo de seguir sirviéndote. Bendito seas por todo, porque
eres un Dios vivo que abres tu mano y derramas bendición. Abre esa
mano, Señor. Aquí estoy para recibir tu manantial de luz. Amén.”

Ponele humor a tu vida
Aquel día en el zoológico había algunos visitantes que en grupos se
detenían a observar las diversas jaulas: leopardos, leones,
hipopótamos, monos y monitos de toda clase. Los monos con sus monadas
atraían a los más de los curiosos que se divertían y reían en grande
tirándoles maníes o frutas.
Pero llegó un momento en que los monos quedaron tranquilos sin que
nadie los importunara. Un monito al terminar de comer su banana,
después de observar que se acercaba un señor grande y obeso, arrojó la
cáscara afuera de la jaula y quedó a la expectativa. Al pasar el gordo
pisó la cáscara con tan mala suerte que se dio una sentada terrible
quedando con los pies al aire.
Todos los monos y monitos corrieron a las rejas gozando del
espectáculo, riendo y aplaudiendo como nunca en su vida de zoológico.

Pensamientos
- Sólo cuando uno ha empezado a aceptarse y amarse a sí mismo, es
capaz de aceptar a los demás. José Luis Martín Descalzo.
- Bienaventurados los corazones flexibles y dóciles, porque jamás se
romperán, antes bien todo vendrá a quebrarse y someterse a sus pies.
San Francisco de Sales.
- Tu esfuerzo de cada día es como un hachazo contra un poderoso roble.
Cada golpe es insignificante. Pero como resultado de golpes endebles
el árbol un día se tumbará. Y así será con tus esfuerzos de hoy. Og
Mandino.
- Es verdad que tienes que elaborar propósitos a mediano y largo
plazo, pero esos proyectos sólo se cumplen en la medida en que uno
pone todo de sí en cada minuto y en cada día de su vida. Víctor
Fernández.
- La esperanza es... como el foco de luz, limitada pero cierta, que va
alumbrando los metros siguientes de una carretera oscura, cuando viajo
en medio de la noche cerrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu visita!!!