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marzo 2014 – Domingo 8º A – Providencia – Resonancias de la Palabra
Don Bosco confiaba
en la providencia
Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para
salir. Les dijo: “Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando
salgan del comedor, haya siempre uno de ustedes hasta las tres con algún chico
escogido entre los mejores, rezando ante el Santísimo Sacramento. Esta tarde,
si obtengo la gracia que nos es necesaria, les explicaré la razón de mis
plegarias”.
Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy
a las tres, vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras.
También urgían otras deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He
salido en busca de la providencia sin saber a dónde iba.
Al llegar a la
Consolata, entré y rogué a la Virgen que me consolara. Al
llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy bien vestido que
me dice:
— ¿Usted es Don Bosco?
— Sí, para servirle.
—Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre.
Hubo suficiente para que pagara todas las deudas urgentísimas”.
Rescató
dinero bajo escombros
Es famoso el milagro, realizado por santa Teresita del Niño Jesús en el
convento de las carmelitas descalzas de Gallípoli (Italia) en enero de 1910. La Priora estaba triste y
angustiada, porque tenía muchas novicias y no podía pagar todas las deudas que
se acumulaban para seguirlas sustentando. Una tarde, se le apareció santa
Teresita y la tranquilizó y le aseguró que la ayudaría en esa difícil
situación. De hecho, la
Madre Priora encontró milagrosamente en la caja de la
comunidad una extraordinaria cantidad de dinero, suficiente para cancelar todas
las deudas acumuladas y seguir sustentando a sus novicias.
El obispo decidió investigar este suceso y, siguiendo la pista
proporcionada por la numeración de los billetes de 50 liras, logró descubrir
que esa gran cantidad de dinero, con que santa Teresita había proveído al
Monasterio, había sido rescatada por la santa de las ruinas del gran terremoto
de Mesina. Pertenecía al lote de divisas que el Banco de Italia de Nápoles
había remitido al Banco de Italia de Mesina, donde había desaparecido bajo los
escombros del terrible sismo. Este milagro fue considerado para su
beatificación, que tuvo lugar el 29 de abril de 1923.
Pequeña
casa de la Divina Providencia
San José Benito Cottolengo (1786-1842) es un santo que creía
especialmente en la providencia de Dios. En una oportunidad las deudas del
hospital eran de 100.000 liras; entonces un obrero ganaba una lira y media al
día y un médico ganaba de mil a dos mil liras en todo un año. En ese tiempo,
daban de comer y atendían gratuitamente a 900 enfermos diarios. Algunos
acreedores lo denunciaron al arzobispo y ante la justicia. Pero en menos de dos
meses pagó la deuda. El rey le envió 5.000 liras, el canónigo Valletti dejó
36.000 liras en herencia y el senador Giuseppe Roberi le dio una propiedad de
40.000 liras. Ellos fueron, en esa ocasión, los instrumentos de la providencia
para pagar sus deudas. En el momento de su muerte, todas las deudas que tenía
quedaron pagadas con la herencia del canónigo Anglesio, que sucedió al santo en
la conducción de la obra social.
De san José Cottolengo solía decirse que tenía más fe en Dios y en su
providencia que todos los habitantes de Turín juntos. Él decía a sus
colaboradores: Si guardamos pan y dinero
para mañana, para el mes próximo o para el año que viene, ofendemos la
providencia divina, pues ella es la misma hoy, mañana y siempre. Decía
también: El Señor piensa en nosotros más
de lo que nosotros pensamos en Él y hace todas las cosas infinitamente mejor de
lo que nosotros podemos pensar. Su providencia hace siempre las cosas bien A
la Virgen la
nombró señora y patrona de la Pequeña casa de la divina providencia.
Generosidad
de San Luis Orione
Un día de 1900, le regalaron a Don Orione un par de zapatos nuevos. Tuvo
que acompañar a un médico, que no era creyente, en una visita a un enfermo.
Mientras el médico visitaba al enfermo, se le acercó un mendigo y le pidió algo.
Don Orione no lo pensó dos veces y le dio sus zapatos nuevos y se quedó sin
zapatos. Cuando regresó el médico, lo reprendió, pero se quedó admirado de
aquella acción. Años después, en 1924, este mismo médico fue asaltado por un
delincuente que le disparó y lo dejó entre la vida y la muerte. En el hospital,
tanto el capellán como las religiosas, le insinuaban la idea de confesarse,
pero él no quería. Finalmente, manifestó su deseo de confesarse con Don Orione.
Don Orione llegó desde Roma, donde se encontraba, y lo confesó y le dio la
comunión. Y decía: En los planes de la
providencia, incluso un par de zapatos regalados sirve para la conquista de un
alma.
Todo terminó mejor
El 9 de abril de 1929 le robaron a Don Orione los documentos, mientras
rezaba en una iglesia. Le habían robado el permiso para viajar gratis en tren y
tuvo que acudir al Ministerio correspondiente para pedir un nuevo permiso. Después
de algunas esperas y trámites, el jefe de la oficina se quedó tan admirado de
su comportamiento y de sus palabras que le pidió confesión y, a continuación,
lo hizo también otro empleado. Y decía Don Orione: Dios permite el mal para sacar el bien. Dios permitió que me robasen
para darme la ocasión de salvar dos almas. ¡Que se vaya el dinero y que vengan
las almas!
Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que
era conocido por su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y
necesidades. Aquel hombre le dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren convertirse. Juan
Pablo II lo canonizó el 2004.
Coincidencia providencial
La Beata Madre Teresa de Calcuta decía muchas veces: En lo que atañe
a los bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de
Dios. Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios.
Siempre ha habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos
pobres…
En Calcuta damos de comer cada día a 10.000
enfermos. Un día vino la hermana encargada de la comida y me dijo: “Madre, no
tenemos nada para dar de comer a tanta gente”.
Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera
vez que ocurría algo así. Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión
abarrotado de pan. Todos los días el gobierno daba a los niños de las escuelas
pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de
la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron.
Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestra
gente se quedase sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de
buena calidad hasta saciarse por completo.
Confianza total en la divina providencia
En una oportunidad,-dice la Madre Teresa de Calcuta-
buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado europeo. Tropezamos
con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se nos informó
que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella nos
dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas
a pagar al contado”.
Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por
la ciudad, haciendo visitas, dando conferencias, hablando por radio... Y
empezaron a llegar donaciones. Una noche, las hermanas se decidieron a contar
lo que había llegado: Eran exactamente 6.500 libras
esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa.
Nuestra confianza en la providencia se resume en una
firme y vigorosa fe en que Dios puede ayudarnos y nos ayudará. Que puede, es
evidente, porque es omnipotente; que lo hará es cierto, porque lo prometió en
muchos pasajes del Evangelio y Él es infinitamente fiel a sus promesas…
Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero
puso la condición de que la cuenta, que pondría en el banco, no debería ser
tocada. Sería como un seguro para nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que
antes de ofender a Dios, prefería ofenderlo a él, aunque estaba agradecida por
su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque todos estos años Dios ha
cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a nuestro trabajo.
Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría tener dinero
en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.
Parece ser que la carta le impresionó, porque antes
de morir, nos envió una suma muy importante de dinero. En resumidas cuentas,
nos entregó toda su fortuna.
NB. La
anécdotas se han seleccionado de “La Divina Providencia”
libro del P. Ángel Peña.
Puedes
leer todos los libro de este autor en www.autorescatolicos.org
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