9 marzo 2014 – Cuaresma 1º A – Retiro espiritual anual
– Resonancias de la Palabra
El reloj perdido
De vez en cuando y por un lapso de toda una mañana o de una tarde
entera, sumérgete en baños de soledad y silencio. Es una disciplina excelente
que fortalecerá tu espíritu y te ayudará a ir encontrándote con tu ser más
profundo y verdadero. No le temas a la soledad. Aprende a amarla.
Unos trabajadores estaban almacenando aserrín en el
depósito de una fábrica de hielo, cuando uno de ellos advirtió que se le había
caído el reloj de su muñeca. Todos se pusieron a buscarlo. Después de una
intensa búsqueda entre charlas y risas, decidieron dejarlo y se fueron a tomar
un café. Un joven que los había observado, entró en el almacén y, al poco rato,
se presentó ante los trabajadores con el reloj en su mano. “¿Dónde estaba?”, —le preguntaron.
“¿Dónde?, pues en el almacén”, —les dijo el joven. “No puede
ser, —dijeron ellos— lo
hemos buscado por todas partes. ¿Cómo lo has encontrado? “Hice un silencio absoluto hasta que pude percibir el suave tictac del
reloj y lo saqué de en medio del aserrín.”
Tampoco le temas al
silencio. El silencio vitalizará tu mente y tu sistema nervioso, y dotará de
solidez y fuerza expresiva a tus palabras cuando salgas de tus treguas de mutismo
y vuelvas a hablar. Busca el equilibrio interno y el reencuentro contigo mismo.
Regálate de vez en cuando estas saludables inmersiones en la soledad y el silencio.
El
pozo de agua
Conocerme a mí mismo es llave de sabiduría, porque desde mi realidad personal
puedo crecer y superarme. Epitecto, filósofo griego, escribió: “La cosa más
difícil es conocernos a nosotros mismos, la cosa más fácil, hablar mal de los
demás”. Conocerte es encontrarte con tus límites y fragilidades, y también con
tus logros y fortalezas. Ten un tiempo para evaluarte serenamente.
Un hombre se acercó a
un monje y le preguntó: —¿Qué es lo que
aprendes en tu vida de silencio? El monje estaba sacando agua de un pozo y dijo
al visitante: —Mira allá abajo, en el
fondo del pozo. ¿Qué ves? El hombre miró no vio nada. —No veo nada, dijo. Después de un tiempo en que
el monje estuvo absolutamente quieto, el monje dijo de nuevo al visitante: —Mira ahora. ¿Qué ves en el pozo? El hombre
obedeció y respondió: —Ahora me veo a mí
mismo: el agua es mi espejo. El monje le dijo: —Ves, cuando sumerjo el cubo, el agua se agita; ahora, en cambio, el agua
está tranquila. Esta es la experiencia del silencio: el hombre se ve a sí mismo.
Conocer tus fortalezas y debilidades, está en la base de tu crecimiento
armónico como persona. Con un ojo en tus virtudes para conservarlas y darles
brillo, y con el otro ojo en tus debilidades para neutralizarlas, afronta con
esperanza y firmeza esa labor cotidiana de llegar a realizar el proyecto de
Dios sobre tu vida. Para eso busca un tiempo de silencio y reflexión.
Hacia
un continuo ruido
El P. Ángel Peña escribe: «Recuerdo que Lewis en uno de sus libros (“Cartas
del Diablo a su sobrino”) habla de un experimentado diablo del infierno que
dice: "Queremos hacer del Universo
un continuo ruido. Hemos hecho grandes progresos en este sentido. El ruido nos
defiende de los estúpidos remordimientos y de los deseos de grandes cosas, que
así parecen inalcanzables”. Esto lo escribió en 1947, pero todavía parece
tener actualidad. Por eso, tú deja las conversaciones inútiles o ruidosas, apártate
de la música estridente, evita perder el tiempo y busca el silencio para pensar
y orar. Busca a Dios en el silencio. Dios es amigo del silencio».
Afilar el hacha
“Si vas siempre a velocidades muy altas,
cansarás el motor del auto. Si vives siempre bajo presión, tu cuerpo y tu
espíritu se gastarán muy pronto. Si corres tanto no encontrarás a nadie y, lo
que es más grave, no te encontrarás ni a ti mismo. Si quieres captar lo más
profundo que hay en ti, has de saber detenerte y reflexionar”, (M. Quoist).
Tómate tiempo para afilar tu hacha.
En cierta ocasión, un hombre joven de nombre Mauro, llegó
a un campo de leñadores, ubicado en la montaña, para trabajar. Durante su
primer día de tareas trabajó arduamente y como resultado taló muchos árboles.
El segundo día, trabajó tanto como el primero, pero su producción fue apenas la
mitad del primer día. Al tercer día, se propuso mejorar su producción. Golpeó
con furia el hacha contra los árboles, pero los resultados fueron nulos. Al ver
el capataz el escaso rendimiento del joven leñador, le preguntó: "¿Cuándo
fue la ultima vez que afilaste tu hacha?". El joven respondió:
"Realmente no he tenido tiempo de hacerlo, he estado demasiado ocupado
cortando árboles".
Gran sabiduría es tomarte un tiempo de
meditación cada día: para encontrarte con ti mismo y con lo que realmente
piensas y deseas. Así despertarás esas energías ocultas e insospechadas que
necesitas con urgencia, y darás solidez a tu vida, zarandeada por las
vicisitudes del trabajo cotidiano. Aprende y practica la secreta sabiduría de
“afilar tu hacha”.
Orar
es amar: como aquel volatinero
Orar es demostrar a Dios nuestro amor. Como aquel volatinero que daba
saltos y saltos por los pueblos para alegrar a la gente. Un día, cansado de esa
vida, quiso entrar en un convento y fue aceptado por su buen corazón. Pero,
cuando los monjes iban a la
Iglesia a rezar en sus grandes libros, él estaba triste,
porque no sabía leer y debía estar callado sin cantar las alabanzas a Dios. Un
día, cuando todos estaban dormidos, fue a la capilla y le dijo: “Señor, tu sabes que yo no sé leer, pero te
amo y te lo quiero demostrar con mis saltos y piruetas, como cuando hacía reír
a la gente. Quiero alegrarte, Jesús, y voy a hacer un programa para ti solo”.
Y así empezó su sesión de saltos y más saltos para alegrarlo. Pero el Superior
escuchó ruidos y fue a la capilla. Y, cuando le iba a llamar la atención, vio
que Jesús se sonreía desde su imagen y entendió que estaba contento de aquella
sencilla manera de orar y demostrarle su amor.
Fortaleza en la lucha
Sufrir tentaciones o pruebas es una situación normal del
hombre. Surgen de nuestra naturaleza inclinada al mal, o también del enemigo de
Dios o de ese mundo que vive al margen de la ley divina. La tentación es una
incitación a pecar. También los santos pasaron por tentaciones. Pero lucharon y
triunfaron.
Abba Poimén
contaba que el famoso ermitaño Juan Colobos había rogado a Dios que le quitara
sus pasiones y lo convirtiera en un ser libre de toda inquietud. Y le fue
concedido. Pero, después de un tiempo fue a ver a un Anciano para decirle: —Yo me veo descansando, sin tener ningún combate. Y el
Anciano le aconsejó: —Ve y suplica a Dios para
combatir nuevamente con la misma aflicción y la misma humildad que tenías antes,
ya que es a través de los combates como progresa el alma. Entonces suplicó a
Dios y, cuando se produjo el combate, ya no rogó para que lo eximiera de la
lucha, sino que le rogó: —Señor, dame
fortaleza en los combates.
Las tentaciones te
ofrecen una ocasión favorable para vivir la fe en el Señor, acrecentar la
humildad y expresarle tu gratitud. Son oportunidad de crecimiento.
Aprovéchalas, pero no las busques. “Quien busca el peligro, en él perecerá”. Sé
valiente y ten ánimo, con el Señor triunfarás.
El diamante más bello
Hace muchos años, se
halló en África el diamante más bello y grande del mundo. Se lo regalaron al
rey de Inglaterra, para que brillara en su corona. El rey lo envió a Amsterdam
para que lo tallaran. Allí lo entregaron a un experto en pedrerías. ¿Qué hizo
este artista? Tomó la gema de valor incalculable, le hizo una hendidura, luego
le dio un golpe seguro con su instrumento y la joya tan soberbia, quedó partida
en dos en su mano. ¿Descuido imperdonable? No. Ese golpe maestro lo había
estudiado durante varios días con cuidado uno de los lapidarios más famosos del
mundo. Fue el toque genial del especialista. No te quejes, pues, si el artista
infinito te da o permite algún golpe estratégico para sacarte perfecto.
Las aflicciones de
la vida dan lugar a muy meritorios ejercicios de las virtudes heroicas. Las
pruebas que cayeron sobre Job, lo hicieron perfecto; la ceguera formó y
santificó a Tobías; la calumnia inmortalizó a José; los leones dieron a conocer
la virtud de Daniel. Aprender a sufrir es la
más grande y más útil asignatura de la presente vida. Jesús sea nuestro
modelo.
En esta cuaresma Dios te invita a
preparar la Pascua
renovando tu vivencia cristiana
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