domingo, 4 de septiembre de 2011

Semanario Nº 223º

La sequía
Los cañadones y las lagunas estaban resecos; los arroyos se cortaban y
las vertientes habían bajado tanto que ya difícilmente se podía sacar
agua de los jagüeyes. Era de toda necesidad que algo se hiciera para
salvar la situación: establecer represas, cavar pozos surgentes,
regularizar el curso de los arroyos, poner en práctica por fin todas
las buenas ideas que inspiran las apremiantes necesidades; de otro
modo, se morirían todas las haciendas de la región.
Hubo un meeting y se decidió que una diputación fuera a interpelar al
gobierno para increparle su desidia e forzarlo a que tomase
inmediatamente las medidas que el caso requería. Pero mientras
aprontaban sus discursos los comisionados, empezó a llover, y llovió a
cántaros; ¡llovió! pero ¡qué llover!... Y, cuando se presentó la
comisión, la recibió el ministro de Lagunas y Jagüeyes, entre burlón y
orgulloso.
Habló con elocuencia de las medidas enérgicas que hubiera tomado si la
sequía hubiese seguido; casi habló de la lluvia como de una de ellas;
y con derramar flores de retórica sobre las campiñas verdes, cubiertas
ya de pasto renaciente, logró una ovación triunfante. Todos quedaron
conformes y ni siquiera se acordaron de que pudiese volver la sequía.
Godofredo Daireaux.

Dar desde el corazón
Centrados en nuestros problemas, pocas veces miramos a nuestro
alrededor. Y cómo cambiaría el mundo si cada uno de nosotros se
alejara un momento de sí mismo, para ayudar a otra persona. Cuántos
hay en nuestro mismo círculo de relaciones que hoy necesitan de tu
palabra, de tu sonrisa, de tu abrazo o simplemente de tu compañía.
Cuánto puede ayudar la gracia del buen humor al corazón que se
encuentra abatido, la palabra serena al que está irritado, la dulzura
de una voz amable al que yace en el abismo de la desesperación.
Creo que no hay mayor felicidad que saber que no pasamos en vano por
la vida de otra persona. Que fuimos para alguno una brisa refrescante,
una palabra que lo alentó a seguir, un hombro en donde pudo apoyarse,
una mano extendida que lo rescató de las tinieblas...
Tocar otras vidas desde el corazón, sin buscar por ello ningún tipo de
reconocimiento, dando desde el alma, por dar, porque así lo sentimos,
puede llenar tu vida de una nueva alegría.
La felicidad está más en dar que en recibir (Hechos 20, 35)

Oración del anochecer

Ya el sol del firmamento se retira,
mas tu fuego, Señor, alumbra siempre;
en nuestros anhelantes corazones,
derrama, ¡oh Trinidad!, tu amor perenne.

Contentos te servimos en el día
y fervientes ahora suplicamos
asocies nuestras almas y canciones
al coro de tus ángeles y santos.

La gloria y alabanza sempiterna
tributamos al Padre y a su Hijo,
y a ti, Divino Espíritu de entrambos
damos gracias por siglos infinitos.

Solución fotográfica
— Quisiera sacarme una foto, pero tengo la boca muy grande — dice
tímidamente una señorita al fotógrafo.
— No importa — contesta éste —. Eso se remedia muy fácilmente. Cuando
yo diga «ya», usted dice «confitura». ¡Se asombrará del resultado!
— Sí, señor.
— ¡Ya!
— ¡Mermelada!

Pensamientos
- Ejercita la voluntad cuidando los detalles pequeños: organizar el
escritorio, recoger un papel del piso, sonreír a alguien, contestar
bien el teléfono, cumplir un horario, etc. Decálogo del esfuerzo.
- Para ser bueno basta practicar estas tres cosas: alegría, trabajo y
piedad. San Juan Bosco.
- Sé firme como una torre, cuya cúspide no se doblega jamás al embate
de los tiempos. Dante Alighieri.
- Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te
ahorrarás disgustos. Confucio.
- Oh días cotidianos y llenos de monotonía, los miro con ojo solemne y
festivo. Qué grande y solemne es el tiempo que nos ofrece la
posibilidad de recoger méritos para el cielo eterno; comprendo cómo lo
utilizarían los santos. Santa Faustina Kowalska.
- Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no
pierde la esperanza en los hombres. Rabindranath Tagore.
- Recoges a un perro que anda muerto de hambre, lo engordas y no te
morderá. Esa es la diferencia más notable que hay entre un perro y un
hombre. Mark Twain

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