domingo, 15 de abril de 2012

Semanario  Nº 255º

 Alpinista en el vacío
Un alpinista, ardiendo en deseos de conquistar una altísima montaña,
inició su travesía después de años de preparación. Pero, como quería
la gloria sólo para él, subió sin compañeros. Su afán por subir lo
llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo
era negro, visibilidad cero, la luna y las estrellas estaban cubiertas
por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de
la cima, se resbaló y se desplomó por el aire. El alpinista solo podía
sentir la terrible sensación de la caída en medio de la total
oscuridad. En esos momentos de angustia, le pasaron por su mente todos
los episodios gratos y no tan gratos de su vida. De repente, sintió el
fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las
estacas clavadas en la roca de la montaña.

En ese momento de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que
gritar: —¡Ayúdame, Dios mío! De repente, una voz grave y profunda de
los cielos le contestó:  —¿Qué quieres, hijo mío? —Sálvame, Dios mío.
—¿Realmente crees que yo te pueda salvar? —Por supuesto, Señor.
—Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Aquel alpinista,
aterrorizado, se aferró más aún a la cuerda.  Al día siguiente el
equipo de rescate encontró al alpinista muerto, colgado de la soga… a
tan solo dos metros del suelo. ¿Y tú? ¿Confías en Dios cuando te pide
lo que parece contrario a tus intereses?, ¿Cortarías la cuerda?

Chismerías
– ¿Te has enterado, Sócrates?
– Un momento, amigo, –interrumpió el  filósofo– ¿seguro que todo lo
que vas a contarme es cierto?
– No; pero me lo contaron los otros…
– Entonces, no valdría la pena repetirlo, a menos que se tratara de
algo bueno. ¿Satisface los criterios de la bondad?
– No. Todo lo contrario…
–¡Ah! Y dime: ¿es necesario que lo sepa yo para evitar el mal a otros?
– Realmente, no.

– Bien, en tal caso –concluyó Sócrates– olvidémoslo; ¡hay en la vida
tantas cosas que valen la pena! ¿Para qué molestarnos con algo tan
despreciable que ni es verdad, ni bueno, ni útil?

Súplica de generosidad
Dios mío, mira mi corazón. Tú sabes que a veces me falta generosidad,
sensibilidad frente al mal ajeno, y a veces estoy demasiado pendiente
de mí mismo.
Otras veces me desanimo porque no recibo elogios o no veo los frutos
de mis esfuerzos. Dame un corazón más generoso, para que realmente me
interese la felicidad de la gente, para que de verdad me duelan los
problemas ajenos, y no solamente los míos.
Tómame, Señor, una vez más. Convénceme de que es mejor entregarse
generosamente que desgastarse en los lamentos. Utilízame, Dios mío,
para derramar tu poder y tu luz en el mundo. Así seré feliz en tu
servicio. Amén. (P. Víctor Fernández)

Alumno judío en colegio católico
Un papá judío había enviado a su hijo al colegio más caro de la
colectividad judía. Pese a sus intentos Samuel sacaba pésimas
calificaciones. Notas del primer mes: Matemáticas 2, Geografía 6,
Historia 4, Literatura 3, Conducta O. Estas espantosas calificaciones
se repetían cada mes, hasta que el padre se cansó: —Samuel, escúchame
bien lo que te voy a decir: si el próximo mes tus calificaciones y
comportamiento no mejoran te voy a mandar a estudiar a un colegio
católico. Al mes siguiente las notas de Samuel fueron una tragedia
sólo comparable con el hundimiento del Titanic, y el padre cumplió con
su palabra.
 A través de un rabino, amigo de la familia se conectó con un Obispo,
quien recomendó un buen Colegio Franciscano, al cual Samuel fue
enviado enseguida. Notas del primer mes: Matemáticas 9, Geografía 8,
Historia 9, Literatura 9, Conducta 10. Notas del segundo mes:
Matemáticas 10, Geografía 9, Historia 10, Literatura 10, Conducta 10.
El padre sorprendido le preguntó: —Samuel, ¿qué es lo que pasa que te
va tan bien en la escuela? ¿Cómo ha sucedido este milagro? —No sé
papá. Me presentaron a todos los compañeros y a todos los profesores,
y luego fuimos al templo. Cuando entré, vi a un hombre crucificado,
con clavos en las manos y en los pies, con cara de haber sufrido mucho
y todo ensangrentado. Pregunté quién era él. Me respondió un alumno de
los cursos superiores: —Él era judío, igual que tú.
—Entonces me dije: “A estudiar Samuelito, aquí no se anda con tonterías”.

Pensamientos
- Si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de
vivir.  Martin Luther King.
- La sencillez y la naturalidad son el supremo y último fin de la
cultura.  Friedrich Nietzsche.
- Mi memoria es magnífica para olvidar.  Robert Louis Stevenson.
- Gracias a la memoria se da en los hombres lo que se llama
experiencia. Aristóteles.
- Sólo una vida vivida por los demás vale la pena de ser vivida. Einstein
- Dios no nos pide que nos domemos, sino que nos donemos, que nos
entreguemos. El resto se nos dará por añadidura. A. Lesort.
- Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las
personas. Jean Jacques Rousseau.
- Todo lo que hagas como venganza contra tu hermano que te ha herido
aparecerá al punto en tu corazón a la hora de orar. San Nilo.
- Cada cual pasa sus fatigas: el rey, el pastor, el perro y las ovejas. Voltaire

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