domingo, 2 de septiembre de 2012

Semanario  Nº 275º
El reloj perdido

Un grupo de trabajadores estaba almacenando aserrín en el depósito de
una fábrica de hielo, cuando uno de ellos advirtió que se le había
caído el reloj de su muñeca. Inmediatamente, sus compañeros
interrumpieron el trabajo para buscarlo. Acabaron tomando la búsqueda
como una diversión, lanzándose el aserrín unos a otros y armando una
polvareda con el aserrín que antes habían amontonado. Pero no dieron
con el reloj. Entonces, decidieron dejarlo y se fueron a tomar un
café.
Un joven, que había estado observando toda la faena, entró en el
almacén y, al poco rato, se presentó ante el grupo con el reloj en su
mano.
—¿Dónde estaba? —le preguntaron.
—¿Dónde?, pues en el almacén, —les dijo el joven.
 —No puede ser, —dijeron ellos— lo hemos buscado por todas partes.
¿Cómo lo has encontrado?
—Me he puesto a ello en silencio completo hasta que he oído el suave
tictac del reloj y lo he sacado de donde estaba enterrado bajo el
aserrín.
Cuántas veces aturdidos por el ruido del ambiente, somos incapaces de
oír a Dios en nuestro interior.

El tren equivocado

Muchos se quejan, porque entraron no en el tren que debían, sino en el
que les dio la gana de elegir en el camino de la vida. ¡Cuántas veces
hemos presenciado el caso de hombres maduros que, con lágrimas en los
ojos, confiesan su fracaso en la vida!
Tuvieron miedo a mirar de frente su camino… siguieron la política del
avestruz de enterrar su cabeza en la arena para creerse libres de lo
que no querían ver. Pero llega fatalmente el momento en que las
consecuencias de sus actos los alcanzan.
Nuestros actos nos siguen... Nuestros actos no terminan cuando creemos
que han terminado: nos siguen, nos seguirán toda la vida. No hay más
que un camino para acertar: mirar con coraje nuestros problemas, sin
pestañear; pedir luz a Dios para conocer la solución y fuerzas para
seguir la luz,  para no pecar contra la luz. San Alberto Hurtado
(Jesuita chileno).

Oración para abrir el corazón

Señor, enséñame a no contentarme con amar a los míos. Enséñame a
pensar en todos los demás, a amar a  aquellos que nadie ama. Haz que
sienta el sufrimiento de los demás.
Dame la gracia de comprender que en cada minuto de mi vida tan feliz y
protegida por ti, hay millones de seres que son hermanos míos, y que
mueren de frío y de miseria, sin haberlo merecido. Ten piedad de todos
los pobres del mundo, perdónanos por haberlos olvidado.
No  permitas que pretenda ser feliz únicamente para mí. Dame la
angustia de la miseria del mundo. Que mi oración y mi trabajo de hoy
ayude a que la angustia disminuya y que mi corazón se abra al amor
verdadero.

¿Cuál es el colmo? Adivine…

- ¿Cuál es el colmo de un abogado?  Haber perdido la muela del juicio.
- ¿Cuál es el colmo de un jardinero? Que lo dejen plantado.
- ¿Cuál es el colmo de un filósofo? Caerse en un pozo para pensar con
más profundidad.
- ¿Cuál es el colmo de un bombero? Tener una hija manguera y un hijo chorro.
- ¿Cuál es el colmo de un boxeador? Que la esposa le dé otra golpiza
al volver a casa, por no haber ganado la pelea.

Pensamientos

- La vida desperdiciada, la vida frustrada, la vida llena de
descontento, y muy a menudo la vida trágica es la vida carente de
decisión. Una vida sin rumbo fijo, nunca puede ser una vida feliz.
William Barclay.
- No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad
olvida, pues no tiene oportunidad  de ponerse a prueba. Séneca.
- El alma no tendría arcoiris,  si los ojos no tuvieran lágrimas. John
Vance Cheney.
- El fin de la educación es enseñar al hombre a educarse a sí mismo
cuando los demás hayan terminado de educarlo. Guizot.
- Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la
enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro. Groucho Marx
(humorista).
- Ser incapaz de entusiasmarse es una señal de mediocridad. René Descartes.
- La perseverancia es el alto precio que hay que pagar por todas las
conquistas de este mundo. Todo lo más grande en cualquier ámbito se ha
conseguido por una ardiente constancia. Ignacio Larrañaga.
- El que conquista a los demás es poderoso. El que se conquista a sí
mismo es invencible. Lao Tsé.

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