Domingo 22 de diciembre 2013 – Resonancias de la Palabra de Dios
El Experto
El discípulo vino
muy desalentado a donde estaba el maestro, entró en su casa y le dijo desahogándose:
— Vengo, maestro,
porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen
que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y tonto. ¿Cómo puedo
mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo, le dijo:
— ¡Cuánto lo siento,
muchacho! Pero no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema;
quizá después pueda hacer algo por ti. Y haciendo una breve pausa, agregó:
— Si quisieras
ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema y después tal vez te pueda
ayudar. — E... encantado, maestro. Titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus
necesidades postergadas.
— Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en su mano y
dándoselo al muchacho, agregó:
— Debo vender este
anillo porque tengo que pagar una deuda. Véndelo, pero no aceptes menos de una
moneda de oro. El joven tomó el anillo y partió.
Cuando el joven
mencionaba a los mercaderes la moneda de oro, algunos se reían, otros le daban
vuelta la cara y un viejito le dijo que una moneda de oro era demasiado valiosa
para entregarla a cambio de ese anillo. Alguien le ofreció una moneda de plata
y un cacharro de bronce, pero el joven tenía instrucciones de no recibir menos
de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Abatido por su fracaso, regresó.
— Maestro -dijo- no es posible conseguir lo que pediste; no creo que yo pueda
engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
— ¡Qué importante lo
que dijiste! -contestó sonriendo el maestro-. Debemos saber
primero el verdadero valor del anillo. Vete al joyero ¿quién mejor que él para
saberlo? Pregúntale cuánto te da por él. Pero no se lo vendas, vuelve aquí con
el anillo. El joyero lo examinó, lo pesó y le dijo:
— 58 monedas de oro es
su valor.
El joven corrió
emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
— Siéntate -dijo el maestro, después de escucharlo-. Tú eres como este
anillo: una joya valiosa y única.
Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto ¿Qué
haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Hay uno que sabe cuánto valemos porque nos
ama desde el principio: El Experto. Sólo Él sabe nuestro valor, por eso se
hizo uno de nosotros la noche de Belén.
Tarea de Navidad
Jesús aparece en medio de nosotros en Navidad. Quiere
sacudir nuestro letargo y ayudarnos a tomar conciencia de las semillas que
están dormidas en nuestro corazón. Ellas aguardan que tú les des oportunidad de
desplegar su fuerza germinativa y producir abundantes frutos en tu vida. Jesús
te visitó con su amor. Él espera que tú lo hagas con los que están a tu lado.
Cuando se termina el canto de los
ángeles, cuando se apaga la estrella del firmamento, cuando los reyes vuelven a
sus palacios, cuando los pastores se reúnen con sus rebaños, entonces empieza
la tarea de Navidad: encontrar al perdido, curar al decaído, alimentar al
hambriento, liberar al prisionero, reconstruir las naciones, llevar la paz a
los hermanos, hacer música con el corazón.
Si Navidad es amor, la fuerza de
esta celebración anual, te motiva y dinamiza para que intentes de nuevo ser,
como Jesús, fuente de bondad, consuelo, alegría y paz. Vale la pena volver a
intentarlo y permanecer firmes en la tarea asignada. Jesús te acompaña, el
Emmanuel, el “ios con nosotros”. P. Natalio.
Oración para
renacer
Señor, a veces lo que me trae problemas, son mis defectos
o mi forma de actuar. Quizás no quiero reconocer esos defectos, y me los oculto
a mí mismo. Mis actitudes, mis palabras o mis miradas despiertan el rencor de
los demás, la envidia o el desprecio. Señor, ayúdame a descubrir mis actitudes
de orgullo, egoísmo o indiferencia, ayúdame a ver todo eso que cae mal a los
ojos de los demás. Y dame tu ayuda divina para que pueda cambiar. Tócame con tu
gracia, y embelléceme con virtudes y dones que me hagan más agradable a los
ojos de los hermanos. Quiero ser un instrumento tuyo para bendecirlos y
hacerles bien. Tómame, Señor. Amén. V. Fernández.
Los zapatos
dorados
Sólo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me
había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos y,
dentro de los supermercados, el caos era mayor. No se podía ni caminar por los
pasillos. ¿Por qué vine hoy?, me pregunté.
Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En
mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo
sabía que si no les compraba algo se resentirían. Llené rápidamente mi carrito
con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas
registradoras. Escogí la más corta, calculé que serían por lo menos veinte
minutos de espera.
Frente a mí había dos niños, uno de diez años
y su hermana de cinco. Él iba mal vestido con un abrigo raído, zapatos
deportivos muy grandes, probablemente tres tallas más grandes. Los jeans le
quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados.
Su hermana iba vestida parecido a él, sólo
que su pelo estaba enredado. Ella llevaba en sus manos un par de zapatos de
mujer dorados y resplandecientes. Los villancicos navideños resonaban por toda
la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja
registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se
tratara de un tesoro. La cajera les entregó el recibo y dijo:
— Son $
28,70. El niño puso sus arrugados billetes en el mostrador y empezó a
rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $ 13,70.
—
Bueno, creo que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los
compraremos,
añadió. Ante esto la niña dibuja un puchero en su rostro y dijo:
— Pero
a Jesús le hubieran encantado estos zapatos.
—
Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores,
vamos a volver.
Sin tardar, yo le completé los 15 pesos que
faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo tiempo
y después de todo, era Navidad. Y en eso, un par de bracitos me rodearon con un
tierno abrazo y una voz me dijo:
—
Muchas gracias, señor. Aproveché la oportunidad para preguntarle qué había
querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña,
con sus grandes ojos redondos, me respondió:
— Mi
mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de
Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del
cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá
hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?
Mis ojos se humedecieron al ver una lágrima
bajar por su rostro radiante.
— Por
supuesto que sí, le
respondí.
Y en silencio, le di gracias a Dios por usar
a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.
Volver a nacer
Vivir la
Navidad es asumir un programa de vida que nos lleve a un
nuevo nacimiento personal. Con Navidad se nos ofrece la posibilidad de una
nueva vida, porque a veces nos endurecemos y quedamos atrapados por la
indiferencia y el pecado. El nacimiento de Jesús grita a nuestro corazón que
para Dios es posible lo imposible, que siempre está la posibilidad de hacernos
niños para así entrar en el Reino de Dios. Esta es la alegría de nuestra
Navidad: creer en un nuevo nacimiento a una vida más humana y cristiana. “Si las semillas
sembradas en tierra negra pueden llegar a convertirse en rosas tan bellas, ¿qué
no puede llegar a ser el corazón del hombre en su largo camino hacia las
estrellas?” (Gilberto Chesterton).
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