22 junio 2014 – Corpus
Christi A – Pan de Vida – Resonancias de la Palabra
Sorpresa de Don Bosco
El año 1854, dice Don
Bosco: “Una mañana, cuando no había en casa más sacerdote que yo, celebraba la
misa de la comunión, como de costumbre. Después de consumir la hostia y el
cáliz, empecé a repartir la santa comunión a los muchachos. Había en el copón
unas pocas hostias, tal vez diez o doce. Al principio, como se presentaron
pocos, no vi la necesidad de partirlas, pero, después de comulgar los primeros,
llegaron otros y luego más, de modo que se llenó el comulgatorio tres o cuatro
veces. Hubo por lo menos cincuenta comuniones. Yo quería volver al altar,
después de comulgar los primeros, para partir las partículas que quedaban;
pero, como me parecía que estaba viendo en el copón siempre la misma cantidad,
seguí repartiendo la comunión. Y así continué sin advertir que disminuyeran las
partículas y, cuando llegué al último de los que querían comulgar, encontré en
el copón, con enorme sorpresa, una sola y con ésta le di la comunión. Sin saber
cómo, yo había visto multiplicarse aquellas hostias”. (A. Peña).
Un niño pregunta a su catequista
—¿Cómo es
posible que un Dios tan grande esté en una hostia tan chiquita?
—¿Y cómo es
posible que un paisaje tan grande, que tienes ante tu vista, pueda estar metido
dentro de tu ojo tan pequeñito?, ¿no podría hacer Dios algo parecido?
—¿Y cómo puede
estar presente al mismo tiempo en todas las hostias consagradas?
—Piensa en un
espejo. Si se rompe en mil pedazos, cada pedacito refleja la imagen que antes
reproducía el espejo entero. ¿Acaso se ha partido la imagen? No, pues así Dios
está todo entero en todas las partes y
en cada hostia.
—¿Y cómo es
posible que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo?
—Cuando tú
naciste eras pequeñito y tu cuerpo iba asimilando el alimento que comías y
cambiándolo en tu cuerpo y sangre, y así ibas creciendo. ¿Y Dios no podría
cambiar también el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús?
—¿Pero yo no
comprendo el por qué de todo esto?
—Porque tú no
comprendes de lo que es capaz el amor de un Dios. Todo es por amor. la Eucaristía es la prueba
suprema del amor de Jesús. Después de esto, sólo queda el cielo mismo. Por eso,
los santos daban tanta importancia a la comunión. (A. Peña).
Atracción
de Jesús en el sagrario
Un Jueves Santo
de 1939, cerca del Polo Norte, cuenta el
P. Llorente, jesuita de Alaska: “Había una tormenta de nieve fuera de lo
común con más de 40 grados bajo cero. Me preparé para celebrar la misa yo solo
en nuestra pequeña capilla. De pronto, oigo un toque a la puerta. Era una mujer
esquimal de cincuenta años totalmente cubierta de nieve, pues venía de lejos,
que me dice: Padre, no podía resistir y me eché a la calle, confiando en Jesús.
No quería perderme la comunión en este día. Me he extraviado varias veces por
el camino y creí que iba a morir en algún ventisquero; pero me encomendé a Dios
y luego torcí por el camino y no sé cómo, de repente, me encontré a la puerta
de la Iglesia. Todo
lo hice por comulgar”. ¿Estarías tú dispuesto a exponer tu vida por amor a
Jesús Eucaristía? (A. Peña).
Ciudad del Santísimo Sacramento
En mayo de 1453,
unos ladrones robaron en Exilles (Italia) una custodia con el Santísimo
Sacramento y se dirigieron a Turín para venderla. Llegaron el seis de junio. Al
llegar, la mula se cayó a tierra y no se la pudo hacer levantar. Además, se le
rompieron las cuerdas y todo lo que llevaba se cayó al suelo Entonces, la
hostia salió de la custodia y se alzó milagrosamente en el aire, irradiando
resplandores más brillantes que el sol. Era algo luminoso y maravilloso. Allí
estaba Jesús, transfigurado en una luz divina que todos podían ver. Se avisó al
obispo, Luis Romagnono, quien acudió con todos los canónigos en solemne procesión.
Se postraron y adoraron a Jesús, diciendo: “Quédate con nosotros, Señor”.
Entonces, un sacerdote alzó un cáliz y la hostia fue bajando lentamente hasta
colocarse en él. En aquel lugar del suceso se erigió la basílica del Corpus
Domini para recordar el milagro y que ha hecho de Turín la “ciudad del
Santísimo sacramento”. En 1953 hubo en Turín un Congreso eucarístico nacional
para celebrar los quinientos años del milagro. (A. Peña).
Una ola gigantesca se detuvo
El 31 de mayo de
1906 ocurrió un gran milagro en Tumaco (Colombia). Hubo un fuerte sismo y, como
efecto del mismo, las aguas del mar parecía iban a inundar y anegar el pueblo
entero. Entonces, el párroco P. Gerardo Larrondo, agustino recoleto, se fue en
procesión con la gente hasta la playa, llevando la custodia con el Santísimo.
En aquel momento, vieron todos venir una ola gigantesca, que parecía que los
iba a tragar a todos. El Padre hizo la señal de la cruz con el Santísimo y
ocurrió lo increíble, la ola vino a estrellarse contra el párroco, alcanzándole
solamente hasta la cintura; pero no tocó la custodia que tenía en alto. Y ahí
quedó la fuerza del mar, que volvió a quedar en total tranquilidad, mientras
todos empezaron a gritar emocionados: Milagro, Milagro. Aquella ola se había
detenido instantáneamente y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar a
todo el pueblo, se detuvo ante Cristo Eucaristía y empezó su retroceso hasta
desaparecer, volviendo el mar a su nivel normal. (A. Peña).
Realmente presente y vivo
El 2 de Abril de
1290, en París, ocurrió un hecho extraordinario. Un judío llamado Jonatás se
consiguió una hostia consagrada de una feligresa de la parroquia de Saint
Merry. Sobre la hostia descargó su rabia y, a golpes de cuchillo, la masacró.
Entonces, comenzó a correr la sangre y él se asustó. La echó al fuego y se
elevó milagrosamente sobre las llamas. La arrojó en una olla de agua hirviendo
y ensangrentó la olla. Después se levantó en el aire y tomó la forma de un
crucifijo. Por fin, se posó sobre un platillo... Una feligresa, que corrió al
oír los gritos, la recogió y la llevó al sacerdote. La casa, donde ocurrió este
hecho, la hicieron capilla al año siguiente y hay dos documentos originales,
que certifican la veracidad de este suceso. En ellos se habla también de la
conversión de la esposa de Jonatás y de sus hijos y de varios de sus
correligionarios. (A. Peña).
Respeto, amor y devoción
Cuenta san Pío de
Pietrelcina: Una tarde, mientras estaba solo en el coro orando, vi a un fraile
joven, quitando el polvo del altar mayor y colocando floreros; en una palabra,
arreglando el altar. Creyendo que era fray León, me asomo y le digo:
— Fray León, vete
a cenar, no es momento de arreglar el altar.
Entonces, una
voz, que no era la de fray León, me responde:
— No soy fray
León.
— Entonces,
¿quién eres?
— Soy un hermano
tuyo, que hice aquí el noviciado. La obediencia me dio el encargo de limpiar el
altar mayor durante el año de noviciado. Pero, muchas veces, falté al respeto a
Jesús sacramentado, pasando delante del altar sin hacer la genuflexión ni
reverenciar a Jesús que estaba en el sagrario. Por estas graves faltas estoy
todavía en el purgatorio. Ahora el Señor, en su infinita bondad, me ha enviado
a ti para que pueda salir de aquí, cuando celebres una misa por mí.
Creo que, si en
vez de faltas de respeto, le diéramos a Jesús muestras de amor, trayéndole
flores o velas para el altar..., si al estar en la iglesia estuviéramos con más
respeto, amor y devoción, recibiríamos muchas más bendiciones en alegría, paz y
amor para ser más felices; porque Jesús no se dejará ganar en generosidad. (A.
Peña).
Valor de una Hora Santa
El Papa Juan Pablo II
beatificó a Dina Belanger. Era una mujer canadiense que oraba con gran devoción
ante el Santísimo Sacramento. Antes de su hora santa, Jesús le mostraba
multitudes de almas al borde del precipicio del infierno. Pues bien: ella podía
ver estas mismas almas en las manos de Dios después de su hora santa. Jesús le
dio a la venerable Dina, un mensaje para transmitir a la Iglesia. El valor de
una hora santa es tan grande, que lleva a multitudes de almas de la orilla del
infierno a las mismas puertas del cielo. (A. Peña).
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