domingo, 5 de octubre de 2014

5 octubre  2014 – Ntra. Sra. del Rosario A – Testimonios – Resonancias
Lucas 1, 27–39   

Gracias y bendiciones del Rosario
El famoso arzobispo de Nueva York y gran predicador de la televisión norteamericana Fulton Sheen, dice: “El rosario es un medio de oración incomparable. Insisto mucho en sus efectos espirituales, porque me son bien conocidos. He visto salvarse milagrosamente a jóvenes gravemente heridos en accidentes; he visto una madre en peligro durante el parto, librarse de la muerte propia y salvar a su hijo.
He visto alcoholizados que se han vuelto sobrios; vidas licenciosas que se han espiritualizado; descarriados que han vuelto a la fe; familias sin hijos que han sido bendecidas con la deseada prole; soldados que han salido ilesos del combate; angustias espirituales superadas; paganos que se han convertido”.

Judío convertido
“Conozco un judío, que durante la guerra mundial se escondió con otros cuatro soldados austriacos en el hoyo producido por una bomba. Pedazos de metralla saltaban por todos partes. De repente, una bomba mató a los cuatro compañeros. El judío tomó el rosario de uno de éstos y empezó a rezarlo. Lo sabía de memoria por haberlo oído rezar muchas veces. Al terminar la primera decena, le pareció que debía salir de aquel embudo. Se arrastró por el barro y suciedad y se metió en otro agujero. En aquel momento, estalló otra bomba en el hoyo que había dejado.

Al final de cada decena, fue trasladándose de refugio, y cuatro explosiones se sucedieron en los hoyos abandonados por él. Salvó su vida y en agradecimiento se propuso dedicarla a Nuestro Señor y a Nuestra Santísima Madre. Terminada la guerra, hubo de pasar por nuevos sufrimientos: su familia había sido aniquilada por Hitler, pero él mantuvo su promesa. Lo bauticé el año pasado y ahora está estudiando para sacerdote”.  Mons. Fulton Sheen.

Un misionero confiesa a un mudo
En 1959, el padre redentorista Luis Larrauri confesó a un mudo. Dice así: Después de haber dirigido una misión popular, el hijo de un caballero me suplicó que fuera a confesar a su padre, que llevaba tres meses mudo y estaba gravísimo por efectos de una embolia. Fui a su casa y entré en la habitación del enfermo. Le dije: Esté usted tranquilo, yo le haré preguntas y usted me responde sí o no con la cabeza.
Entonces, el caballero rompió a llorar. Y con voz alta y distinta se confesó. ¡Yo no salía de mi asombro! Y él me dijo: Padre, usted va a comprender inmediatamente por qué hablo en estos momentos. Desde los diez años tomé la costumbre de rezar por la mañana y por la tarde las tres avemarías, que me aconsejaron los misioneros. Desde los catorce años, perdí toda práctica religiosa, menos las tres avemarías. Ningún día las omití, pidiendo también la gracia de no morir sin hacer una buena confesión, porque necesitaba confesarme bien desde mi primera comunión a  los ocho años… Al terminar la confesión, quedó mudo otra vez. A las doce de la noche, de ese mismo día, había muerto en la paz de Dios.

Un ramo de flores para la Virgen
Mi amigo, el padre José Cuperstein, párroco en una parroquia de Lima, me contaba cómo cuando era todavía de religión judía, fue la noche del 24 de septiembre de 1982 a cenar con sus padres al restaurante Agua Viva, dirigido por laicas consagradas.
A la entrada, le impactó una linda imagen de María y, por un impulso interior, le pidió que ayudara a su padre enfermo. Al final de la cena, las hermanas cantaban el Ave María y eso lo emocionó mucho. A raíz de la fecha, todos los meses mandaba un ramo de flores para la Virgen.
Y María lo recompensó más de lo que podía haber imaginado. Al poco tiempo, sintió deseo de hacerse católico y, más tarde, el deseo de ser sacerdote. A pesar de algunas dificultades, pues había sido casado y tiene dos hijos, pudo recibir la ordenación sacerdotal el 7 de octubre de 1993. Todo comenzó por un ramo de flores, ofrecido con amor todos los meses a María. Actualmente, el padre José es un enamorado de María, pues su conversión se la debe a ella.
Las sonrisas de María
Un caso extraordinario ocurrió en los Estados pontificios el año 1796. Las sonrisas de María comenzaron el 25 de junio de ese año en Ancona (Italia), cuando una imagen de María, de la catedral de la ciudad, conocida bajo el título de Reina de todos los santos, comenzó a tomar vida, abriendo y cerrando los ojos, mirando con amor a los presentes y sonriendo. En una oportunidad, hasta brilló durante todo el día con luz sobrenatural. La imagen era un cuadro pintado de la Virgen, de unos cincuenta centímetros. Ese fue el comienzo de la serie de prodigios, que conmovieron a los Estados pontificios durante nueve meses y que no tienen parangón en la historia del cristianismo.
El 9 de julio, las sonrisas comenzaron en Roma y se sucedieron en otras ciudades, dentro de los Estados de la Iglesia. Esto produjo una avalancha de confesiones y conversiones nunca antes vista. Muchos, incluso protestantes y musulmanes, se convertían. Se organizaron misiones populares, procesiones y oraciones públicas, día y noche, ante las imágenes vivientes que miraban con amor a los devotos y sonreían.
En total, fueron por lo menos 122 imágenes, 2 de santos (san Antonio de Padua y san Liberato), dos crucifijos y el resto, imágenes de la Virgen. Eran imágenes pintadas o esculpidas, que se encontraban en capillas, casas particulares, calles y plazas públicas, a la vista de todos.

Los perfumes de María
La Virgen María (Nuestra Señora de Laus)  se apareció en 1664 en Saint-Le-Laus (Francia) a Benita Rencurel, unas pastorcita de diecisiete años de edad, mientras rezaba el rosario. Se le apareció otras veces, enseñándole las letanías y pidiendo que las rezara todas las tardes en la iglesia. Un día le dijo que buscara una capilla en Laus (que significa lago). Fue a buscarla por las montañas hasta que la encontró por un maravilloso perfume que despedía el lugar. Era una capilla antigua, dedicada a María. Y allí la esperaba la Virgen. A partir de ese día, subía todos los días a encontrarse con Ella durante dos o tres horas.
Un día la Virgen le pidió la construcción de un santuario allí mismo y la preparación de los peregrinos para la confesión y comunión. A partir de la Pascua de 1666, comenzaron a salir de la capilla unos fuertes y agradables perfumes que atrajeron a mucha gente y así comenzaron las peregrinaciones constantes, con las consecuentes conversiones y curaciones. En la actualidad, hay un importante santuario en el lugar. Los peregrinos se arrodillan ante el Santísimo y ungen sus dedos con el aceite de la lámpara, pues según dijo María a la vidente: El contacto con este aceite, en una actitud de fe, producirá curaciones físicas y espirituales.
Pero lo más asombroso de este lugar son los maravillosos perfumes que todavía se pueden percibir después de tantos años. Es un caso único y excepcional en la historia.

Jóvenes misioneras
El 7 de julio la iglesia celebra la memoria de beata María Romero Meneses, Hermana salesiana, nacida en Nicaragua (1902-1977); pero, pasó la mayor parte de su vida en Costa Rica. Tuvo la capacidad de transmitir su espíritu de misionera a un numeroso grupo de jóvenes que envió a dar catecismo por los barrios más pobres de San José, capital de Costa Rica.

Las chicas Emilia y Blanca, catequistas preparadas por Sor María Romero, misionaban en un pueblo muy humilde preparando niños a la comunión. Como no tenían donde dormir, una amiga consiguió que su padre les cediera un galpón lleno de cosas. Cansadas, se acostaban sobre un banco. Entre sueños oían a veces un chip, chip, más bien raro, sibilante, pero pensaban que habría allí un clueca con sus pollitos. La misión salió a las mil maravillas. Volvieron a la ciudad y contaron lo que habían escuchado. “Pero  chicas, aquel chip, chip, no es de pollitos, sino de serpientes”. Unos días después Blanca recibió una carta de su amiga quien le decía que su padre, al barrer el galpón, encontró entre el pasto seco dos serpientes. Sor María Romero comentó: “La Virgen es muy buena, ella las libró si no de una muerte cierta, al menos de un susto tremendo, démosle gracias”.

Esa fue una de tantas aventuras que afrontaron aquellas jovencitas para llevar el mensaje del Evangelio a los desprovistos de todo. Pero las sostenía esa fe y ardor apostólico que irradiaba Sor María Romero, coordinadora de más de treinta centros catequísticos en los que enseñaban a conocer, amar y servir a Dios. ¿Por qué no irradiar la fe que hay en tu corazón?  P. Natalio.

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