domingo, 31 de julio de 2011

Semanario Nº 218


Más valioso que el Circo
Cuando yo era niña un día de fiesta estaba con mi padre haciendo fila
para comprar las entradas del circo. Delante de nosotros en la fila
había un matrimonio con ocho chicos, todos probablemente menores de
doce años. Se veía que eran muy humildes. Los niños estaban
entusiasmados hablando de los payasos, los elefantes y otros animales que verían esa noche.
Les escuché decir que era la primera vez que iban al circo. La esposa
miraba al marido con mucha satisfacción. Se ve que él había hecho un
gran esfuerzo para poder llevarlos a todos al espectáculo
extraordinario de ese día.
Cuando llegaron a la ventanilla de ventas, la empleada preguntó al
padre cuántas entradas quería. Él respondió con orgullo: "Por favor,
déme ocho entradas para menores y dos para adultos".
La empleada le indicó el precio. El matrimonio se paralizó y quedó
mudo mirándose. Era más de lo que esperaban y podían pagar. ¿Cómo iban
a explicar a sus ocho hijos que no tenían suficiente dinero para
entrar a ver la ansiada exhibición del circo?
Viendo lo que ocurría, mi papá dejó caer de su bolsillo un billete de
veinte dólares (nosotros no éramos ricos en absoluto). Mi padre se
agachó, recogió el billete, palmeó al hombre en el hombro y le dijo:
"Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo."
El hombre se dio perfectamente cuenta de lo que pasaba. No había
pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en esa situación
desesperada, angustiosa e incómoda. Miró a mi padre directamente a los
ojos, con sus dos manos le tomó la suya, apretó el billete de veinte
dólares y con labios trémulos y una lágrima rodándole por la mejilla,
replicó: "Gracias, gracias señor. Esto significa realmente mucho para
mi familia y para mí."
Papá y yo volvimos a nuestro auto y regresamos a casa. No fuimos al
circo. Pero no nos fuimos sin nada... Jamás olvidaré aquel acto de mi
padre. Sé que me hubiese divertido en el circo. Pero aquella noche
obtuve una enseñanza que me ha enriquecido para toda mi vida.

Como la arena de la playa
Sucedió en la Polinesia, en una de las islas del Pacífico. En cierta
ocasión un misionero se encontró con una mujer que entraba en su
cabaña llevando un puñado de arena, que aún iba chorreando agua. -
¿Sabe, padre, qué es esto? - Parece arena, ¿no es así? - respondió el
misionero. - ¿Y sabe para qué la traigo? - No me puedo imaginar para
qué. - Pues la traigo para que me recuerde mis pecados, que son
incontables como la arena de las playas del mar. ¿Cómo será posible
que yo obtenga el perdón de Dios por tantos pecados? - Naturalmente
que sí - replicó el misionero -. Mira, vuelve a la playa, apila un
montoncito de arena; luego retírate, siéntate y espera a que suba la
marea. Verás cómo las olas poco a poco se llevan todo el montoncito,
de manera que no lo podrás hallar más. Así es como obra la
misericordia divina, más grande aún que el océano. Arrepiéntete de
veras, y Dios te perdonará.

Dame serenidad, Señor...
Suaviza los latidos de mi corazón, apacigua mi mente. Tranquiliza mi
paso apresurado dándome una visión de la eterna trascendencia de mi
tiempo.
Dame, en medio de la confusión del día, la calma de las colinas
eternas. Afloja las tensiones de mis nervios y músculos con la música
del canto de los arroyos que viven en mi memoria. Ayúdame a conocer el
poder mágico y restaurador del sueño. Enséñame el arte de tomarme
vacaciones instantáneas, deteniéndome a mirar una flor, charlar con un
amigo, leer unas líneas de un buen libro.
Dame calma, Señor, e inspírame para hacer que mis raíces penetren
profundamente en el suelo de los valores perdurables de la vida y así
pueda crecer hacia las estrellas de mis más altas aspiraciones.

Personajes con humor
Juan Molière, autor cómico francés (1622-1673), era enemigo de todos
los médicos. Un día que estaba enfermo de cierto cuidado, llamaron un
médico sin que él lo supiera.
— Está el médico, — le avisaron con el consiguiente asombro de Molière.
— Díganle que hoy no puedo recibirlo, — replicó éste—. Estoy enfermo.

Pensamientos
- Estar contentos con lo que poseemos es la más segura y mejor de las
riquezas. Marco Tulio Cicerón.
- Nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez
por la ventana; hay que sacarlo por la escalera, peldaño a peldaño.
Mark Twain.
- Sólo son fuente de paz quienes están en paz consigo mismo. Los que
no se aceptan no pueden aceptar a los demás. Los que tienen conflictos
provocan conflictos a su alrededor. Ignacio Larrañaga.
- El hombre que ha empezado a vivir más seriamente por dentro, empieza
a vivir más sencillamente por fuera. Ernest Emingway.
- No importa cuánto se viva sino cómo se vive, si se vive bien y se
muere joven, se puede haber contribuido más que una persona hasta los
ochenta años preocupada sólo de sí misma. Martin L. King.
- La felicidad consiste, principalmente, en conformarse con la suerte;
es querer ser lo que uno es. Erasmo de Rótterdam.

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